La malograda participación argentina en el Mundial de fútbol que organizó Estados Unidos en 1994 dejó varias imágenes icónicas. Una de ellas fue, sin dudas, aquel pedido casi desesperado de Claudio Paul Caniggia a Diego Armando Maradona para que apurara un tiro libre, al verse libre de marca y con la posibilidad certera de internarse en el área rival y convertir.
La jugada aludida, reiterada una y mil veces en cuanto programa televisivo haya referido a la historia de nuestra selección nacional en las Copas del Mundo, tuvo lugar un 25 de junio de 1994, hace poco más de 28 años. Por la segunda fecha del Grupo D, Argentina empataba 1 a 1 con un complicado selectivo nigeriano y pasó a ganar un partido que había comenzado perdiendo gracias a esa avivada entre Diego y Cani. Seguramente ya la vio infinidad de veces y, si no, búsquela en YouTube que la encontrará en menos de lo que tardó “el hijo del viento” en acomodar la pelota en el ángulo.
El equipo entonces conducido por el “Coco” Basile tuvo un tiro libre en el sector izquierdo de su ataque que el mejor de todos los tiempos quiso apurar, pero el árbitro ordenó rehacer. El “Pájaro” Caniggia advirtió que el nigeriano que lo marcaba se descuidó y, al verse llamativamente solo, casi que le imploró al “10” que le tirara el balón. Esa combinación ante la siesta rival derivó en el 2 a 1 -que a las postres sería definitivo- y dejó como imagen viral el grito de “Diego, Diego” por parte del pelilargo.
Casi tres décadas más tarde, en la localidad bonaerense de San Nicolás, Enzo Roldán y Bryan Castrillón emularon la misma jugada para poner en ganancia a Unión en un partido que hasta allí se presentaba sumamente favorable. Pura picardía del colombiano para alejarse de su marca de manera imperceptible y del ex Boca para advertir ese movimiento y jugar rápido cuando dos compañeros suyos debatían cómo ejecutar ese tiro libre.
Se jugaban 16 minutos y Unión comenzaba a reflejar en el marcador su absoluta supremacía en el partido, que incluso se extendió durante un pasaje más. Con una intensa presión ahogó a Banfield, recuperó rápido la pelota y generó peligro a partir del revulsivo juego de Castrillón, la movilidad de Luna Diale -tuvo la astucia de llegar al área chica para empujar al gol el buscapié del “cafetero”- y las llegadas por sorpresa de Juárez.
Llama la atención, entonces, la inocencia extrema con la que dejó meter a Banfield en partido y luego hipotecó una chance inmejorable de avanzar de ronda en un torneo que es históricamente esquivo para el Tatengue.
Porque es cierto que el empate del Taladro fue obra y gracia de la exquisita pegada de Jesús Dátolo, que metió en el ángulo superior izquierdo un tiro libre de larga distancia para señalar el 1 a 1. Pero también lo es que la falta que originó esa genialidad del experimentado volante llegó por una infantil pérdida del balón en la mitad de la cancha, paradójicamente del mismo Roldán que había iniciado el gol rojiblanco.
Misma inocencia con la que salió a jugar el complemento y que se vio reflejada en la siesta que durmió para posibilitar el 2-1 final. Marcado por dos, Dátolo -otra vez Dátolo- tuvo tiempo de pisar la pelota y habilitar a Maximiliano Cuadra, quien se internó en el área sin oposición y la tranquilidad necesaria para esperar la entrada solitaria de Emanuel Coronel, quien le dio la victoria a Banfield con un cabezazo cruzado.
Dos golpes de los que no se pudo reponer, ni siquiera con las variantes que ensayó Gustavo Munúa ni con el empuje de los últimos minutos. Pareciera que los impactos calaron demasiado profundo en un equipo que perdió claridad, pero también la audacia que lo había llevado a ponerse en ventaja.
Unión pasó de un extremo a otro. Tuvo a su merced un partido que dominaba y abrió en base a viveza y picardía; pero pecó de inocente y se terminó quedando con las manos vacías.