Toda clase de gobiernos está basada sobre compromisos y pactos, escribió una vez Edmund Burke. El compromiso social ineludible de entrar para hacer el bien, para construir y para cumplir con las promesas y la confianza depositada. Los pactos necesarios para unir a todos detrás de un objetivo común y de grandeza, pues nadie puede hacerlo solo ni salvarse solo.
Unión asiste en su cumpleaños 116 a un momento de crisis deportiva (que sabemos que puede ser momentáneo), pero también institucional. Hay un descreimiento y una sensación generalizada de disconformismo en ese hincha tan pasional como fiel, que quiere otra cosa y reclama gestos que hoy no llegan.
Que el club ha estado en momentos peores en estos 116, es cierto. Y empezando por lo deportivo. Momentos críticos, inclusive en aquéllos años de la desafiliación a principios de la década del ‘70. Pero más allá de las diferencias personales que había entre agrupaciones y referentes, siempre acudían para salvar al “enfermo”. Unión nunca quedaba solo. En las situaciones límites, deponían actitudes y diferencias personales para ayudar al club de sus amores. Porque, en definitiva, eran todos unionistas. Sólo que, muchas veces, no ponían a Unión por encima de ellos hasta que se daban cuenta de que el club era mucho más importante que esos intereses personales o grupales que los dividían.
El presidente Luis Spahn es el primero que debe entender que los cuestionamientos que la gente se hace, en muchos casos, no responden a una campaña desestabilizadora sino a una realidad a la que él debe dar respuesta. Y necesita pacificar. Llegó en un momento que fue peor que éste (el club en la B, la cancha sin poder abrirse en un partido y olla popular y quema de cubiertas en la puerta). Pero en casi catorce años no termina de responder ni siquiera a sus propias promesas. Los socios lo eligieron y lo votaron porque confiaron en él y en su comisión directiva. Debe responder a esa confianza. Pero además, tiene que pacificar, unir y, en caso de ser necesario, dejarse ayudar. Sin soberbia y con grandeza.
A esta altura, Unión no sólo debiera sostener la categoría (que es lo que al hincha común lo desvela), sino pensar en esas necesidades imperiosas como el predio deportivo (la gran mayoría de los clubes de Primera lo tienen, por no decir casi todos), la terminación de las obras en el estadio, la conclusión de una asamblea que intensificó la grieta entre los propios unionistas y extremar recursos, energías y capacidad en llevar adelante el proyecto futbolístico.
Insisto: hubo cumpleaños peores de Unión. Pero si este día tan especial invita a la reflexión de todos, hay que entender (comenzando por el presidente) que estos tiempos deben ser, como se dice al principio, de compromisos y pactos para y entre los unionistas. Dando las respuestas que se exigen, las explicaciones que se requieren y tomando el camino que lo lleve a encontrar esa luz en medio de esta oscuridad. Sin que nadie quede a contramano.