Por Tomás Rodríguez
El equipo del Pulpa Etchamendi logró el ascenso después de vencer a Talleres de Remedios de Escalada, consagrándose campeón. El presidente era el doctor Marcelo Casabianca.
Por Tomás Rodríguez
Una de las jornadas más jubilosa de la rica historia de Unión fue, sin lugar a dudas, cuando la tarde del 26 de noviembre de 1966, hace hoy 55 años, derrotó por 3 a 0 a Talleres de Remedios de Escalada, se clasificó por primera y única vez campeón del torneo de Primera B, ascendiendo al círculo superior afista.
Uno de los más entusiastas, y demostrando que vivía uno de los momentos de mayor éxtasis de su vida, fue el presidente Marcelo Casabianca, hijo de Néstor, el hombre que a los 17 años con un grupo de amigos resolvió fundar el club Unión, en la casa de calle Catamarca 2652, enfrente de donde El Litoral, años después, tendría funcionando sus talleres...
Los hinchas recorrían las distintas avenidas de penetración de la ciudad de Santa Fe, que un siglo atrás fuera defendida exitosamente por el Brigadier Gral. Estanislao López, llamado El Patriarca de la Federación, de los ataques de los unitarios, entonces los simpatizantes tatengues con cánticos, improvisadas murgas y todo tipo de festejos, entonaban. “Y ya lo ve, y ya lo ve a los campeones de la “B”, vivando además al Dr. Marcelo Casabianca, presidente de Unión y gestor principal de esa proeza.
El anhelado ascenso demoró: varias veces estuvo muy cerca de concretarse el sueño, como en el desgraciado final de 1949, con años de pesares y lucha, pero llegó con toda la euforia. Reverdecieron los viejos laureles de la familia unionista, recordando a notables figuras que vistieron la camiseta rojiblanca desde Federico Wilde, Antonio Simonsini, Ángel Napoleoni, Alberto Galateo, Domingo Noe, Miguel Caffaratti; sin olvidar al “Turco” Jacinto Hussein, los hermanos Mieres, el “Sapo” Saboldelli, Federico Edwards, José Vicente Greco, Julio Enrique Avila, Gabino Ballesteros, el “Flaco” Acosta, Néstor Ítalo Isella y tantos otros futbolistas que habían llenado de orgullo a los tatengues hasta ese momento.
Según el Dr. Casabianca, en declaraciones formuladas al semanario El Gráfico, en el número 2.450 del 20 de septiembre de 1966, la popular entidad que presidía se había consolidado en la sociedad, habiendo asegurado que “Unión es la gran institución del pasado, del presente y del futuro”.
Al promediar la sexta década del siglo pasado, Unión había logrado alcanzar una madurez, con el respaldo de 16 mil asociados y un patrimonio de 400 millones de pesos, aunque se estimaba que esa cifra podría disminuir ostensiblemente si se llegara a concretar una serie de obras previstas. El prestigioso médico le ponía una sonrisa a su rostro eminente cuando informaba que “Unión dispuso de profesores para ayudar a los hijos de los socios en épocas de exámenes”.
Recuerdo que durante la tarde más gloriosa (26 de noviembre de 1966) que vivió su club, en la sede social, el presidente del club reveló: “Vea, m’hijo, si hoy Unión sale campeón yo me pongo al frente del equipo y doy la vuelta olímpica con ellos, sí, sí, ¡qué me importa lo que digan! Y usted, señor secretario, también”, lo invitó al escribano Francisco Raúl Ringa.
Este dirigente (casado, dos hijos, miembro de la subcomisión de fútbol), ni lerdo ni perezoso, le respondió: “Sí, señor presidente, yo no sólo doy la vuelta olímpica, sino que me pongo la camiseta de Unión”.
Ambos cumplieron con la promesa y así se observó la presencia del Dr. Casabianca y otros directivos dentro del campo de juego, acompañando a los jugadores, cuerpo técnico y los hinchas que ingresaron para despojar de algún trofeo a los futbolistas (camisetas, pantalones, medias y botines)
Hasta entonces, Unión en el principal certamen de ascenso había logrado dos subcampeonatos en 1943 (campeón Vélez Sarsfield) y 1955 (Argentinos Juniors) y cuatro veces resultó tercero: 1949 (Quilmes), 1953 (Tigre), 1959 (Chacarita Juniors) y 1963 (había compartido la primera posición con el campeón F. C. Oeste, San Telmo y Sarmiento, jugándose una ronda decisiva por puntos).
Cuando Washington Miguel Etchamendi Sosa llegó a Santa Fe —con un bolsito colgado sobre su hombro—, el 15 de enero de 1966, en una jornada agobiante, en pleno verano santafesino, al reunirse con Casabianca, aseguró que venía a cumplir y hacer realidad la ilusión y el sueño de los hinchas rojiblancos.
El adiestrador tenía 42 años, casado, dos hijos, empleado del municipio y revendedor del diario “La Mañana”, un año atrás lo trajo Ítalo Pedro Giménez para dirigir a Colón, pero no pudo conseguir permiso laboral y sugirió a José Etchegoyen, quien esa vez regresó a Montevideo para dirigir el Departamento de Fútbol Amateur de Peñarol, no aceptando el ofrecimiento de Casabianca por razones familiares y propuso el nombre del “Pulpa” a los dirigentes tatengues.
El prestigioso oftalmólogo consolidó la unidad de la familia unionista, con el aporte invalorable de un ex futbolista de la institución y notable dirigente, el escribano Alejandro Ulla. El Dr. Casabianca no tenía opositores y una prueba de ellos es que un contrincante suyo en 1963, Osvaldo Kopp, actuaba como vicepresidente segundo.
Casabianca tenía como vicepresidente primero al empresario Ángel Pedro Malvicino y como asesor a cargo de la secretaría administrativa a José Raúl Echagüe Cullen, un apasionado unionista, quien había ingresado como socio en 1924 y ocupó distintas funciones en comisiones directivas anteriores, llegando a desempeñarse también en el cargo de presidente de la subcomisión de fútbol.
Una de las primeras decisiones del “Pulpa” Etchamendi fue sugerirle al presidente Casabianca una lista con nombres de futbolistas a los que consideraba “baratos”.
“Necesito hombres con hambre de gloria, con aspiraciones de grandeza, solidarios, que piensen primero en el equipo y luego en el lucimiento personal, tampoco voy a padecer interferencias de los dirigentes, en el vestuario mando yo y el profesor Hurtado; el día que esto no suceda, tomo el bolso y me voy”, aseguró con énfasis y mirando a los ojos al reconocido médico santafesino.
Llegaron desde Montevideo los refuerzos solicitados: Luis Ernesto Sauco Borges, de Nacional; José Gerardo Silva, de Defensor Sporting; Julián Pirez, de Platense; Rubén Luis Iglesias, de C.A. Cerro; Mario Olivera, libre y los argentinos radicados entonces en Uruguay (Pedro Enrique Mansilla, de Defensor Sporting y Julio César Fernández, libre de Nacional.
Después se agregaron Luis Ángel Tremonti, de Colón; Omar Asencio, de Arsenal de Sarandí; Luis Díaz, de San Lorenzo de Almagro y Luis Gregorio Ciaccia, libre de Gimnasia y Esgrima de La Plata.
También se había incorporado el centrodelantero Miguel Antonio Juárez (salteño, natural de El Tala, conocido también como Ruíz de las Llamas, departamento Candelaria), procedente de Central Córdoba de Rosario, actuando solamente en cinco encuentros. Se resintió de una antigua lesión frente a Los Andes y abandonó la práctica activa del fútbol, teniendo un gesto que lo enalteció durante toda su campaña: deportiva: devolvió al Dr. Casabianca el concepto que había percibido de prima.
Con ellos (jugaron casi todos en Primera y la mayoría titulares) y con los valores que estaban en el club (Hugo Francisco Figueroa, capitán), Victorio Nicolás Cocco, Ángel Enrique Cabrol, Jorge Alberto “Nene” Gómez, el paraguayo Juan de Rosas Cabañas y Orlando Ruiz, además de los pibes surgidos de la cantera rojiblanca), se armó el equipo del recordado ascenso.