Lunes 7.8.2023
/Última actualización 23:43
Unión estaba en una situación crítica en lo deportivo, con dirigentes cuestionados, mucha división interna y un estado de descontento generalizado. En ese momento, el presidente Spahn convocó a las tres agrupaciones opositoras a un encuentro en el club. Fueron todos. El objetivo era hablar de lo deportivo. Se tomó una determinación: priorizar el plantel, que no se vaya nadie más y que al término del torneo lleguen refuerzos. El técnico era Sebastián Méndez.
Fue la noche previa a la victoria contra Central Córdoba en Santiago del Estero. No sólo se ganó ese partido, sino que allí arrancó una serie de buenos resultados. De ocupar el último puesto, pasó a terminar con 30 puntos no sin antes sufrir la intempestiva y desconsiderada salida del entrenador. Allí se movió rápido la dirigencia: la contratación del Kily González demoró apenas algunas horas. Los resultados no fueron tan contundentes como con el Gallego, pero al Kily no le tembló el pulso para darle chances a los pibes, no sin antes sufrir la salida del jugador de mejor rendimiento del medio hacia arriba: Imanol Machuca.
La realidad es que a partir de aquélla reunión del oficialismo y las agrupaciones, de esa promesa de no desmantelar el plantel, las salidas se fueron encadenando una tras otra. Se fueron Mele, Esquivel, le siguió Machuca, ahora estaría todo dado para que Franco Calderón (que quedaba libre en diciembre) siga el mismo camino por la propuesta que recibió de Argentinos Juniors y todavía hay que esperar que Gordillo no siga por el mismo camino.
Hilando fino, si a ellos se suman los que no eran titulares pero que podían aportar lo suyo (Marabel, Castrillón y Aued, sin contar a un Vecino de bajísimo nivel), se llega a la conclusión de que la pérdida de jugadores clave, integrantes de la columna vertebral del equipo, no ha tenido hasta ahora el correspondiente reemplazo. Peligroso si se tiene en cuenta que a Unión no le sobra nada.
Hay situaciones que podrían contemplarse y hasta justificarse, como por ejemplo ocurrió con Machuca. Pero la salida de éste y la de Esquivel (sin entrar en detalles de las anteriores), permitió un ingreso económico que no tiene, al menos por ahora, una retroalimentación hacia un plantel disminuido.
A todo esto, todavía con una inhibición que no se ha levantado (queda esta semana y los primeros días de la que viene) y un técnico que empieza a mirar de reojo y con marcada preocupación esta situación, Unión se encuentra en un estado de alerta del que el presidente debe tomar debida nota, por si todavía no lo advirtió.
No hay justificativos ni excusas. Unión vendió como no lo hizo en su historia en este último año y medio. Desde la salida de Gastón González, pasando por las de Nardoni, Portillo, Machuca y Esquivel, la tesorería tuvo un alivio histórico e inédito. Dinero entró. Y va a seguir entrando. Entonces, ¿por qué no se refleja en la jerarquía del plantel?, ¿por qué se siguen yendo jugadores?, ¿por qué se llega a este nivel de incertidumbre con relación al futuro de los jugadores, del plantel y hasta del mismo entrenador?
Aquella promesa de no vender quedó en la nada. Seguramente habrá explicaciones para todo, lo cuál no quiere decir que el hincha las entienda, ni mucho menos que las acepte. El presidente abrió una expectativa favorable con la posibilidad de un arreglo contractual con Calderón, pero resulta que está más cerca de irse que de quedarse. Y por más que el defensor le deje algo al club (fue su promesa, declarada públicamente a este periodista la tarde del 0 a 0 con Godoy Cruz en Mendoza), su salida no deja de ser otro golpe a la ilusión del hincha.
A Unión no le sobra nada, mucho menos puntos. Un par de resbalones pueden convertirse en caida si no se toma el “toro por las astas”. Si el presidente no lo entiende y no lo asume, volverá a tropezar con la misma piedra que lo llevó a convertirse en el blanco de reclamos, reproches e insultos de la gente, justamente un partido antes de haber prometido que no se iba a ir más nadie. Promesa que no pudo cumplir.