Sábado 9.10.2021
/Última actualización 17:52
La famosa serie de Netflix narra la historia de un grupo de personas que deciden convertirse en jugadores de un misterioso juego de supervivencia. Se la llama El Juego del Calamar. Y en Santa Fe, el que logró sobrevivir fue justamente el calamar, aprovechando errores defensivos de Unión (sobre todo el de Brítez en el primer gol), cierta complicidad del árbitro y un rival que se encontró con una pared infranqueable: la del arquero Luis Ojeda, justamente nacido futbolísticamente en las inferiores rojiblancas.
El regreso de la gente a la cancha le creó un ambiente y una ansiedad diferente al equipo. Se notó en el primer tiempo. Controlado Gastón González en el sector izquierdo, con poco desborde por el costado de Roldán y Vera y algo de peligrosidad cuando la pelota llegaba a los pies de Márquez (lo mejorcito de Unión en esa parte inicial) o encontraba espacios un Luna Diale al que le faltó meterse con más agresividad en los últimos metros de la cancha.
La idea era salir jugando desde atrás y evitar los pelotazos largos. Esa estrategia lo llevó a cometer un error, el de Brítez, que aprovechó Tissera (uno de los jugadores más peligrosos de Platense), con algo de fortuna, para ponerse en ventaja. Se complica cuando la intención de salir jugando contrasta con la velocidad y el ímpetu de los delanteros rivales. Unión se encontró con un rival que tenía gente rápida arriba y frente a ello no hay que confiarse. Ni mucho menos arriesgar.
La gran diferencia entre los dos estuvo en la eficacia. Porque Unión tuvo situaciones, casi en la misma cantidad que Platense en el primer tiempo, pero el resultado terminó favoreciendo al rival, que además de ser preciso para aprovechar la situación que se le presentó para marcar, complicó cuando atacó por el sector derecho de la defensa de Unión generando algunos problemas que no se podían resolver.
El cambio para el segundo tiempo fue muy claro y evidente. Unión inclinó definitivamente la cancha hacia el arco de Ojeda. El partido se instaló en el terreno rival. Se hizo más fluido el volumen de juego, la pelota fue propiedad absoluta de Unión, empezó a complicar un Gastón González que había estado muy tapado en el primer tiempo y el dominio se hizo muy claro. Ocurre que apareció en escena en todo su esplendor el arquero Ojeda, dueño absoluto del área. Se intentó por todos los medios, quizás haya faltado claridad pero no merecimientos para llegar al empate. Era lo que el partido daba, que Unión lo pudiera empatar y que le quedara un margen final por ir en búsqueda de la victoria. Había que cuidarse de los contragolpes, pero ya Tissera, Russo y Mansilla no tenían el mismo resto físico.
Cuando Munúa metió a Insaurralde por Roldán, se hizo aún más evidente la intención de juntar gente detrás de los volantes rivales para ver si se podía encontrar alguna posibilidad de dejar a alguien mano a mano con Ojeda, como había pasado en el primer tiempo con la habilitación de Márquez para Luna Diale. Munúa imaginó que Insaurralde podía ser el encargado de abastecer a García. Pero más allá de los nombres propios, la idea era desbloquear esa muralla que había formado Platense en su sector defensivo.
Las emociones del final no pudieron cambiar la historia del resultado. Insisto, fue injusta la derrota de Unión. No la mereció. Se equivocó en defensa, quizás le haya faltado fluidez, dominio y claridad en el primer tiempo, pero en el segundo se lo llevó por delante a Platense e hizo figura a su arquero. El premio más justo para ello debió haber sido, cuánto menos, el empate.
De todos modos, esta ilógica del resultado no debe esconder la otra realidad, que es la futbolística. Y en ese rubro, inevitablemente hay que ser prudentes y justos con el nuevo técnico. Apenas dirigió al equipo en cuatro entrenamientos, recién está conociendo a los jugadores y si incorporó conceptos los habrá hecho desde la teoría y no tanto desde la práctica.
El hincha fue a la cancha emocionado, esperanzado y mucho más empujado por la pasión que por lo que realmente es capaz de despertar el equipo. Es cierto que venía de dos victorias seguidas, pero también es una realidad que esta campaña de Unión es absolutamente carente de atractivos y no motiva. Y que al equipo le cuesta jugar de local, porque esa fortaleza que había conseguido en otros tiempos no muy lejanos (y con su gente), ahora se ha convertido en una debilidad por la cantidad de partidos que ha perdido, antes con Azconzábal y ahora justamente en el debut del nuevo entrenador. Pero insisto. Recién empieza Munúa. Tiene que ponerse manos a la obra y merece un tiempo de consideración.