El uruguayo de los 750.000 dólares que armó su propio "Maracanazo"
Fue épico lo de este arquero de tan sólo 24 años que, con un “atajadón” en el tiempo de descuento, hizo estallar los corazones tatengues. Recordó a Ghiggia (uno de los héroes del ’50) en una emotiva evocación. ¿Qué tiene que hacer Unión para retenerlo?
El uruguayo de los 750.000 dólares que armó su propio "Maracanazo"
Nada es imposible, sólo hay que intentarlo. Nunca tan real. Tan épico y tallado en gloria para todos los tiempos lo de Santiago Mele. En el legendario Maracaná, este uruguayo armó su propio “Maracanazo” como lo hicieron aquéllos héroes de hace 72 años con el Negro Jefe Obdulio Varela a la cabeza (aquél de la famosa frase: “Vamos, que los de afuera son de palo”, empequeñeciendo a los 200.000 brasileños que ya festejaban por anticipado en aquél Mundial). Mele lo hizo posible atajando el penal que todo arquero quiere atajar: en tiempo de descuento y con un vuelo formidable a la gloria. Lo hizo posible Mele, Unión (paso adelante clarísimo del equipo) y su gente. Porque esos que se hicieron escuchar en esta noche magistral, soñada e histórica, también creyeron que nada es imposible. Los movió la pasión, el “aguante” que no sabe de victorias y derrotas porque siempre está. Se largaron a esta aventura porque había algo, interiormente, que les decía que algo bueno podía ocurrir.
El minuto 90 dejaba la sensación de sabor a poco, con el empate, porque Unión había jugado mejor que Fluminense y merecía más. Pero llegó el penal en ese descuento de cinco minutos, que paralizó corazones, enmudeció voces y catapultó sueños. Se hacían añicos esas ilusiones de hacer historia tan lejos de Santa Fe y en semejante escenario. Pero apareció Mele diciendo “aquí estoy”. Como lo hicieron el Negro Jefe o Pepe Schiaffino o Alcides Ghiggia, los autores de los goles de aquél Maracanazo del ’50. El mismo Ghiggia al que Mele recordó después del partido cuando dijo que en ese mismo arco de su vuelo a la gloria, había entrado la pelota más importante de la historia futbolera de su país.
Y se desató la euforia. Los jugadores revoleando camisetas, torsos desnudos y rostros felices. Y ahí estuvo la gente, en las tribunas de un estadio con leyenda y mito, derrochando euforia con esos últimos hilos de voz en sus gargantas. La desazón se convirtió en explosión de alegría, los corazones paralizados volvieron a latir y Mele se convirtió en héroe.
“Yo no sé si estos muchachos lo sabrán. ¿Sabés cómo me vine hasta acá?... ¡En colectivo…! ¡48 horas le puso…! ¿Sabés lo que es viajar 48 horas sin la comodidad de tener un baño como la gente…?... Decime, ¿lo sabrán los jugadores?”, repetían los hinchas a los cuatro vientos… ¡Y claro que lo sabían!... Como también ellos saben lo que sufre y disfruta el hincha con cada resultado, porque muchos de ellos, antes de jugar, fueron también hinchas y sintieron lo mismo que siente cada uno de los que recorrió, como podía, estos 2.700 kilómetros que se hicieron interminables a la ida y seguramente son plenos de felicidad en el regreso, pese a que no se pudo completar la hazaña.
Munúa revoleó por el aire la botellita con agua que tenía en su corralito. Le gritaba al cuarto árbitro, no podía creer lo que estaba viviendo. Su equipo había tenido el coraje y la capacidad necesaria para no dejarse sobrepasar por el rival ni por la magia de ese estadio, en cuyo museo yace, como tesoro invalorable, la red del arco en el que Pelé hizo el gol 1.000 al Gato Andrada. Munúa masticaba la bronca de la impotencia y la injusticia. Su equipo había dado la vuelta de página que el momento reclamaba. Con valentía, concentración, coraje y fútbol, había jugado el mejor partido de los últimos tiempos. Sólo esa falta de gol que lo viene perturbando, era la razón por la que no podía consumar la hazaña. Pero llegó el penal cuando el partido languidecía. Todo quedaba en las manos de Mele. Y justamente fue su mano derecha, en un vuelo tan artístico como inolvidable, el que impidió que se instalara la lacrimógena injusticia de ver que un partido que era ganable, se podría haber perdido en el tiempo de descuento.
Uno no sabe qué pasará en el futuro con este uruguayito de 24 años que llegó a Unión con una opción de 750.000 dólares al cambio oficial por el 70 por ciento y que tiene contrato hasta diciembre. Uno no sabe si tendrá otros “Melenazos” como el del martes en el Maracaná. Quizás sean muchos y más trascendentes. Ojalá por él y su carrera. Por lo pronto, nadie le quitará lo bailado, por más que el carnaval carioca se haya terminado el domingo. Para él siguió. Y esa volada, justa, atlética e inteligente (se le quedó parado, inmóvil, a Fred, y se tiró cuando ya la pelota había salido disparada desde el pie derecho del brasileño) le quedará grabada para siempre en su mente y en su corazón. Le quedará la foto impactante que fue tapa de El Litoral este miércoles. Y cuando sus hijos o nietos pregunten cómo atajaba, allí estará el registro. En el mismo arco de los goles de Schiaffino y de Ghiggia. En el mismo escenario donde los uruguayos se empeñan en bañarse de gloria.