Estrategia consolidada de aprovechamiento sustentable de la especie
En 30 años, fueron reintroducidos más de 80 mil yacarés a su hábitat
El ranching -crianza de huevos silvestres en condiciones controladas, y que luego una parte es devuelta a la naturaleza- fue la clave para “salvar” la especie. También, la adaptación cultural de cada población rural que realiza esa incubación, recibe un beneficio económico y le otorga un valor real al cuidado del animal.
Archivo El Litoral Un yacaré ñato (también conocido como overo) descansa en la orilla del río Corrientes, al sur de los esteros del Iberá.
En los años 80, los yacarés eran cazados a mansalva y sin piedad en el país. Los mataban las balas y los palazos de los pobladores rurales, que actuaban por miedo o desconocimiento, o para comerlos; o bien por cazadores que buscaban tomar sus cueros y venderlos a las empresas dedicadas a la industria del calzado. La reproducción de esta especie de reptiles peligraba: se hablaba de su inminente extinción de la naturaleza.
Entre 1987 y 1990, la cosa empezó a cambiar. En la provincia de Santa Fe comenzó a aplicarse un método de preservación basado en el aprovechamiento sustentable de los cocodrilos locales (la expresión “yacaré” procede del guaraní). Se llamó Proyecto Yacaré, como una suerte de cruzada de salvataje conservacionista. Ese sistema consistió básicamente en la crianza de huevos silvestres en la naturaleza, en condiciones controladas y por un tiempo determinado. ¿Quiénes los criaban e incubaban? Los pobladores rurales, quienes por ese trabajo recibían una retribución económica.
Este método se sigue aplicando y se llama ranching (o rancheo de huevos para crianza). Se desarrolló originalmente a fines de los 70 hasta mediados de los 80 en algunas poblaciones de Estados Unidos y en otros países. Pero en Santa Fe se retomó, y esto fue punta de lanza para llevarlo adelante, adaptándolo a la idiosincrasia cultural de cada región (sobre todo del norte provincial). Luego se replicó en otras provincias, como Formosa y Corrientes.
El proceso no fue de un día para el otro. Pero en los 30 años, desde que comenzó a implementarse este método, “se reintrodujeron a su hábitat natural más de 80 mil ejemplares. Hoy, en el ‘libro rojo’ de especies en peligro, el yacaré figura en el rango ‘escasa preocupación’, y en la clasificación argentina de especies para anfibios y reptiles aparece como ‘especie no amenazada’. La única explicación del éxito es la aplicación de este programa de aprovechamiento sustentable”, le dice a El Litoral Alejandro Larriera, vicepresidente del Grupo de Especialistas en Cocodrilos (a nivel mundial), subsecretario de Recursos Naturales de la provincia y mentor del Proyecto.
Filosofía del ranching
¿Cuál es la filosofía y la técnica del ranching o rancheo? Larriera lo sintetiza así: “Los reproductores están en la naturaleza; vamos a la naturaleza y cosechamos los huevos, que se incuban artificialmente, se crían durante un tiempo y se devuelve a la naturaleza una parte” de esa cosecha. En el hábitat natural, de cada 100 huevos promedios de yacarés que se ponen, sólo 40 alcanzan a nacer. Porque se inundan, o porque son comidos por los caranchos o las iguanas. “Al estar expuestos a altos niveles de depredación, de los huevos que nacen apenas el 10 % con suerte llegan a cumplir un año de vida”, agrega el especialista.
“Si en la incubación artificial de huevos trabajás con un 90 % de éxito, y de esos 90 que nacen de cada 100 lográs que lleguen unos 80 (huevos vivos); y si luego se libera el 10 % (que exige la normativa), de esos 80 se están liberando a su hábitat 8 yacarés en la actualidad”, precisa Larriera.
Con todo, “se estima que estamos devolviendo el doble de los ejemplares que hubiesen sobrevivido en condiciones naturales”, indica el experto. Así se sostiene la población de yacarés en el ecosistema. Hay otra parte de los ejemplares que no se liberan y que se pueden derivar al circuito comercial (faena de cueros, principalmente, para aquellos yacarés de más de 4 kilos de peso).
Archivo El Litoral La crianza silvestre de huevos en condiciones controladas y por un tiempo determinado, ha dado sus frutos para la conservación de la especie.
La crianza silvestre de huevos en condiciones controladas y por un tiempo determinado, ha dado sus frutos para la conservación de la especie.Foto: Archivo El Litoral
Los pobladores y el valor hacia el animal
El experto intenta romper con lo que considera una concepción errónea del sentido común popular: “La gente tiende a pensar que el beneficio conservacionista son las liberaciones. Pero no es así: el principal valor que tiene este sistema para la conservación es que los huevos que se cosechan, se los pagás a los pobladores locales. Y éstos ganan dinero criando esos huevos. Ese beneficio económico hace que los pobladores no hagan más lo que hacían antes: matar a los yacarés para comer la carne, para vender el cuero, matarlo ‘por las dudas’ o por miedo”.
Los lugareños son, entonces, como “guardafaunas” de los yacarés. “La gente sólo conserva lo que tiene valor. Entonces, los pobladores le asignan un valor real a la especie, porque cosechan sus huevos y ven un beneficio económico a cambio. De esta manera no los matan más, y tampoco dejan entrar a cazadores furtivos a que los cacen. Porque para ellos, el yacaré, el huevo que cosechan, tiene un valor de conservación con el aprovechamiento comercial”, insiste.
El sistema de conservación es una adaptación de otro. El ranching se desarrolló a finales de los 70 hasta mediados de los 80 en Estados Unidos y Australia. En 1987 se comenzó a hacer cosecha de huevos silvestres en la bota santafesina. Lo que se hizo fue “adaptar la filosofía del rancheo a nuestras condiciones locales: a los gauchos y al sistema sociocultural de las estancias ganaderas, sobre todo en el norte provincial, que es donde está la mayor población de yacarés”, relata.
Cuando se extendió hacia la Argentina, en regiones de Formosa y Corrientes, también se debió adaptar el sistema a la idiosincrasia de cada lugar. En Formosa, por ejemplo, se trabajó con las comunidades aborígenes; en Corrientes, con los mariscadores (quienes llevan una vida nómade dedicándose a la caza y a la pesca como medio de subsistencia). “En cada caso, se adapta a la situación social e identitaria. No se puede extrapolar el mismo modelo a otra región así nomás: una cosa es cosechar huevos en Australia o hacerlo con hidrodezlizadores en EE.UU., y otra muy distinta es trabajar con pobladores rurales de una región de México, o de nuestro país”, puso por caso.
Archivo El Litoral Alejandro Larriera, vicepresidente del Grupo de Especialistas en Cocodrilos (a nivel mundial) y subsecretario de Recursos Naturales de la provincia.
Alejandro Larriera, vicepresidente del Grupo de Especialistas en Cocodrilos (a nivel mundial) y subsecretario de Recursos Naturales de la provincia.Foto: Archivo El Litoral
Las “malas noticias”
“Hoy, fueron bajando a nivel mundial las demandas de pieles de animales silvestres, es cierto. Entendemos que son por las campañas proderechos de los animales”, dice Larriera. Pero marca una diferencia: “A nosotros, a veces nos tratan de ‘asesinos de animales’, entre otros epítetos. Sólo veamos los números y los logros con el sistema que venimos aplicando”, dice.
El yacaré overo habita en la Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil. “Cuando nosotros empezamos a trabajar con esto poco antes de 1990, en los cinco países el yacaré estaba en el libro rojo de especies amenazadas, y para la clasificación argentina de anfibios y reptiles, era considerada como ‘en peligro’. Implementamos el programa y hoy, en los otros cuatro países excepto el nuestro, la situación está peor que en el 90. En Bolivia se habla de ‘técnicamente extinguido’”, pone por ejemplo.
“En el único país donde la especie ha incrementado el número de los yacarés y sus áreas de distribución y recuperando los límites históricos es la Argentina, que es donde hay aprovechamiento comercial y sustentable. En la clasificación nacional de especies el yacaré figura como ‘no amenazada’”, subraya.
Pero Larriera siembra un interrogante: “Y si desaparecen esos programas vigentes, ¿qué va a pasar? Yo creo que existe esa posibilidad, lamentablemente. Es un fenómeno a nivel global. Y si eso ocurriera, en 10 años volvemos a la situación de los años 80. Lo que hoy es un beneficio para los pobladores locales, se volvería a convertir en un problema, es decir, en una falta de interés por cuidar al animal y en una pérdida del valor hacia éste”, concluye.
Hace unos días, Larriera participó y dio una conferencia durante una reunión del Grupo de Especialistas en Cocodrilos en la ciudad de Chetumal, capital del Estado de Quintana Roo, al sur de México. También estuvo presente en otro encuentro en Belice (pequeño país ubicado en la frontera entre México y Guatemala). El eje: la conservación del cocodrilo como especie y las estrategias que aplican cada uno de estos países. “Se trata de fortalecer la región de América Central y el Caribe en este tema”, dijo.
“Cuando empezamos a trabajar con esto, nadie imaginaba que se iban a encontrar yacarés en la Costanera Este, en la zona del Faro (Costanera Oeste), o en el Dique II”, relata Larriera, y recuerda: “En un sector del Puerto ocurrió que encontraron dos yacarés. Nos llamaron y nos dijeron: ‘¡Saquen a estos bichos de acá!’. ‘¿Pero por qué? Si están en su medioambiente’, fue la respuesta. ‘Pasa que es peligroso, porque los chicos se tiran y nadan’. La siguiente devolución de nuestra parte fue: ‘Pero claro que es peligroso, ¡si ese sector no está habilitado como balnerario! Los yacarés tienen permitido estar ahí; los chicos no tienen permitido nadar’.
“Que aparezcan yacarés aquí (en Alto Verde también se hallan) es parte de lo que denomina migración pasiva: vienen en algún camalote. Es natural que ocurra”, explica el especialista.