Lía Masjoan
El martes se cumplen seis años de su muerte y la lucha por justicia sigue en pie. Graciela, su mamá, convoca a recordarla con una suelta de globos.
Lía Masjoan
lmasjoan@ellitoral.com
Twitter: @lmasjoan
Sobre la mesa de la cocina, Graciela Brondino tiene lista la pila de volantes para homenajear a Marianela, su hija muerta víctima de la inseguridad. Hace seis años llora su ausencia y clama justicia. E intenta en vano rearmar su vida; al rompecabezas le robaron piezas esenciales.
Debajo de la puerta de cada vecino Graciela dejó la invitación más triste: este martes se cumple un nuevo aniversario del final de un hecho trágico y los convoca a encontrarse para recordar lo que pasó. Un dolor necesario contra la impunidad y para que el expediente judicial no sea tapado por un nuevo caso.
El 28 de abril de 2010, Marianela Brondino fue atacada por dos hombres en moto que intentaron robarle la cartera a seis cuadras de su casa en barrio María Selva, en Gorostiaga al 1900. Una cartera que apenas guardaba dos pesos, la llave de su casa y un delantal de cocina. Eran las 20.30 y había terminado de hacer las confituras en la panadería del barrio en la que trabajaba. Su mamá la esperaba con la cena lista. Pero no llegó. Un tirón fuerte bastó para hacerla caer de su bicicleta y que su cabeza pegue contra el pavimento y nunca más despierte, tras 5 días de agonía. Tenía 25 años. Apenas.
Un testigo contó a Graciela que el ruido que hizo la cabeza al golpear contra el pavimento fue “como cuando arrojás un zapallo y se abre”. Y durante años, al acostarse, ese sonido la torturó: “Lo único que me produce cierto alivio es saber que ni se debe haber dado cuenta porque sintió el tirón y cuando se quiso dar cuenta ya tenía la cabeza destrozada. Estaba gravísima cuando la llevaron la Cullen. Fueron unos salvajes”, llora.
Un hijo es todo en la vida de quienes tienen hijos. Y la vida de Graciela se desmoronó. “A mi me quedan dos cosas por hacer: ir al cementerio y luchar por mi hija. Mi vida está arruinada, el futuro también”, dice convencida, entre lágrimas incontenibles.
Una lucha común
La semana pasada, las expectativas por esclarecer el hecho volvieron a foja cero, cuando dos testigos no pudieron reconocer a la persona detenida días atrás. “No quería hacerme demasiadas ilusiones... todas las mañanas, al prender la radio, tenía miedo de escuchar que lo largaron”, confesó. Y quedó en libertad.
Graciela integra la Asociación Familiares de Víctimas de la Impunidad e Inseguridad. Empezó a participar a los pocos meses de la partida de su hija. “Al principio no sabía dónde estaba parada, vivía como si fuera una película pero en la que nosotros no éramos los protagonistas. Con el tiempo la gente se empieza a ir, te quedás sola y entrás a caer en la enormidad de la pérdida que tuviste”. La asociación fue un salvavidas.
“Lo que tenemos ahora, después de todo lo que pasamos, es tiempo. La lucha me mantiene activa, ayudamos a mucha gente que queda desprotegida, que no sabe para donde agarrar, porque entrás a un mundo nuevo que desconocés completamente y donde no siempre los caminos están despejados; tenés que golpear y golpear para tratar de que se haga justicia, una justicia que es tan esquiva porque en la mayoría de los casos no se consigue nada”.
En todos estos años hubo momentos de dudas: “No sabía si seguir o no. Entrás ahí y ves la bandera con todos los muertos, y es revolver siempre dentro de la herida. Y la herida sangra demasiado. Pero si te alejas, quedás sola para luchar contra el monstruo que luchamos. Y después me di cuenta que me necesitaban, que podía aportar herramientas que disponía y no todos los padres o abuelos que van ahí las tienen”.
Aferrada a la vida
Pese al dolor de la muerte de Marianela, la casa de Graciela hoy está llena de vida. Es que ella intentó de todo para que así sea, pese a que la vida le siguió golpeando duro.
Para el primer día de la madre sin ella, llegó Brisa, una inquieta caniche toy que recibe alegre a las visitas y entretiene a Graciela jugando con su “chiche” de goma. Se la regaló su marido, José, quien falleció el año pasado tras pelear dos años contra el cáncer: “Él también es una víctima de la inseguridad, una víctima secundaria pero víctima al fin. No pudo encontrar una vía de escape, estaba todo el día en la computadora mirando fotos de la hija”.
En el patio, un árbol de quinotos explota de frutos. “Era de Marianela; no quería plantarlo porque decía que lo iba a llevar cuando se fuese a vivir sola”. Lo plantó Graciela, con su madre, cuando su hija se fue para siempre.
Y en la habitación del fondo de la casa, todo es color. Es el refugio que eligió para canalizar su dolor. En un rincón, colocó su viejo tablero de arquitectura (porque Graciela es arquitecta), y lo cubrió con pinceles y acuarelas. En las paredes luce su fructífera producción: cuadros maravillosos cuelgan uno al lado del otro, y muchos otros vendió: “Pintaba frenéticamente, me había agarrado una locura por pintar. Me levantaba y antes de lavarme la cara abría esta pieza, necesitaba venir y ver esto”, contó. La locura siguió hasta que murió José: “Tengo un cuadro empezado y no puedo terminarlo”.
A Marianela la inmortalizó en un retrato. “Me llevó un año hacerlo porque me costaba, a veces empezaba a pintar y lo dejaba”. Cuando lo terminó lo puso en el living de la casa. Pero era duro sostenerle la mirada, ver su rostro a cada momento. “Lo sacamos y lo pusimos en otra habitación; era imposible sentarse en el living y ver la cara de ella continuamente”.
De mil maneras, Graciela se aferró a la vida. Con su lucha por justicia, con su energía canalizada en la pintura, con su dolor entero e intenso, está de pie. Se quebró mil veces, pero no bajó los brazos. Su lucha sigue firme. Y clama: “No se olviden de mi hija, es un crimen impune”.
Una carta y globos
Este martes se cumplen seis años de la muerte de Marianela. Los volantes están listos: invitan a concentrarse a las 17.15 en ciclovía de Mitre y Pedro de Vega para hacer una suelta de globos en reclamo de justicia. Su mamá, Graciela, leerá una carta.