Salomé Crespo
screspo@ellitoral.com
Reclaman presencia policial, que mejoren las calles, recolección de basura e iluminación.
Salomé Crespo
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Con tan sólo dos meses, una niña pelea por su vida en la terapia intensiva del Hospital de Niños Dr. Orlando Alassia. Hasta ahí llegó con urgencia el último domingo desde su casa en barrio Loyola Sur -Carranza y Gorriti-, herida en la cabeza y en el tórax por una perdigonada.
Indefensa, la pequeña quedó en el fuego cruzado entre la policía -que llegó al lugar a hacer una requisa en una vivienda- y un sujeto que abrió fuego contra los efectivos. Así, sin más -según cuenta la crónica policial- el hombre comenzó a disparar.
En tanto la niña permanece internada, estable pero grave, con un traumatismo en el cráneo y una herida en un pulmón. El pronóstico es reservado y su vida, su corta vida, corre serio riesgo.
Si bien las primeras versiones indicaban que las lesiones en la pequeña habían sido causadas por balas de goma, “en los estudios se revelan elementos metálicos”, según señalaron desde el nosocomio ante la consulta de este medio.
“Nos encerramos temprano”
El violento episodio les interrumpió la siesta a los vecinos que, al menos hasta el lunes a la mañana, no tenían demasiados detalles de lo ocurrido. Es que, según le dijeron a El Litoral, viven encerrados para protegerse.
“El barrio se había tranquilizado un poco. Pero para el fondo -dijo Marta, señalando el sector de Carranza y Gorriti- hay gente de malvivir y es común que pasen esas cosas. La mayoría de ahí están presos, pero siempre pasó de todo”, agregó la vecina, que había salido a hacer compras.
En pocos minutos, la despensa El Paisano, de Manuel, en Carranza y pasaje Echagüe y Andía, se llenó de vecinos que aprovecharon la oportunidad para contar “lo mal que viven”. La inseguridad los angustia y les impuso un modo de vivir que ya, en cierto modo, tienen naturalizado.
“Es terrible vivir así. Fijate que en las calles están todos los focos rotos, vivimos en la oscuridad. Nos encerramos temprano y nos tenemos que cuidar entre nosotros”, comentó María Cristina y siguió: “Mi hija estudia en el centro y llega a las 23. La espero en la esquina de Berutti y Carranza, con el corazón en la boca y a la buena de Dios, porque no sabés si volvés”.
“Hay mucho robo en la calle, pasa una moto y te sacan lo que pueden”, agregó Marta. El vecino que puede afrontar el gasto, coloca rejas en puertas y ventanas. “Así quedamos nosotros encerrados y los que hacen las cosas mal, andan como si nada. Vivimos intranquilos, temo por mis hijos, es muy difícil vivir así”, reafirmó María Cristina.
Caja de resonancia
Como es habitual, el centro de salud de Loyola Sur -José Cibils al 6500- constituye un punto de resonancia de todos los problemas del barrio. Allí se atienden vecinos de los barrios Acería, Yapeyú y Loyola.
A la inseguridad también la padece el personal del dispensario al comienzo de cada jornada, pero lo más grave es que tienen miedo a contar “las cosas que pasan”, por temor a las represalias.
“No son problemas de acá, es lo mismo que pasa en cualquier barrio de la ciudad. Ya estamos cansados de pedir un policía para que esté acá porque no se ve patrullaje. Pedimos que por lo menos pasen cuando los pibes van a la escuela”, comentó un señor. Pero las gestiones fueron infructíferas. “Dependemos de la comisaría de Los Troncos y nos dijeron que tienen un solo móvil”, cerró.
Vivir en el barro
Las calles de tierra de Loyola Sur parecen dinamitadas. Junto con la falta de iluminación y del mantenimiento de los desagües, son los principales reclamos de los vecinos.
“Ahora las calles se están secando, pero dan miedo. Para ir a Berutti a tomar el colectivo nos ponemos algo viejo y después nos cambiamos”, comentó Marta, y Manuel completó: “Cuando llueve son un río”.
De hecho, cuando El Litoral recorrió el barrio había pozos con barro y agua, aunque hace varios días que no llueve en la ciudad. “No tengo memoria de la última vez que vinieron a arreglar una calle o a destapar un desagüe. Como están tapados, cada vez que llueve entra todo el agua al patio de mi casa”, señaló María Cristina. “¿Y la luz de la calle?”, preguntó una vecina. María Cristina retomó: “Fijate que la de la esquina está rota -por la farola del tendido de alumbrado público-, la de la otra cuadra sigue prendida y así. Pensar en las calles arregladas y que la luz ande es un sueño, me pone la piel de gallina”, bromeó.
Una joven que escuchaba la conversación se acercó tímidamente. “La Berutti está destrozada. Sólo tapan los pozos con tierra. Recién pasó un colectivo y salpicó de barro a una mujer que estaba en la parada”, aportó.