Cuando se desplomó el antiguo puente, en 1983, fue el último en atravesarlo en su bicicleta. Y logró escapar por milagro del derrumbe. Con su muerte se cierra una historia bien santafesina.
Este miércoles 22 de septiembre falleció Evaristo Franco, un vecino de Alto Verde al que en un reportaje El Litoral había apodado el Renacido, porque en 1983 sobrevivió a la caída del viejo Puente Colgante, símbolo de la ciudad, escapando de los pesados tensores de hierro que se azotaban a su espalda contra el suelo.
Evaristo Franco tenía 74 años y vivió siempre en la Manzana 3 de su querido paraje costero. Fue pescador y changarín. Tenía la piel morocha curtida por el sol y brillosa como un dorado, y las manos de un jornalero. Su sencillez y amabilidad lo hacían uno más entre el gentío de Alto Verde.
Los restos de Franco fueron velados este jueves en Serca, Saavedra 2942, y luego sepultados en el Cementerio Municipal.
Cuenta la crónica que aquella lluviosa tarde, el miércoles 28 de septiembre de 1983, la ciudad sufría el castigo de una gran inundación, una más de tantas. Evaristo Franco, el Renacido, al igual que la mayoría de los vecinos de Alto Verde, había escapado de la amenaza del agua junto a su familia para refugiarse en los vagones de trenes de la Estación Belgrano, sobre bulevar Gálvez y Avellaneda. Ese joven de 36 años dedicado a la pesca y a hombrear bolsas en el Puerto le dijo a su hermana: “Voy hasta el barrio para ver cómo está la casa”. Trepó a su bicicleta, pedaleó con rumbo este los 200 metros que lo separaban del Puente Colgante y avanzó a pie por el gigante de hierro, porque las tablas retorcidas y resquebrajadas por el sol le impedían atravesarlo en bici.
El puente comenzó a crujir. Primero el estruendo de una tabla que se partía, un bulón que volaba por el aire y a Evaristo se le movió el piso. Temblaba el puente, temblaba el Renacido. Las tablas seguían saltando una tras otra y con ellas los bulones de hierro. Comenzaban a caer los tensores que sostenían la estructura colgante. Eran latigazos estruendosos. Los relojes marcaban las 16.25 y a Evaristo se le detuvo el tiempo. Frenó su marcha, levantó la vista y miró como delante suyo el piso desaparecía. Un poco más allá caía como una ballena contra el agua la antena este del puente. Una triste danza de agua marrón y espuma.
Evaristo giró con velocidad sobre la estructura todavía en pie pero una rueda de su bicicleta se trabó en una madera. Intentó quitarla aferrado al manubrio pero no pudo. Comprendió que debía escapar. “Me estaba por tirar al agua”, recordó en una entrevista publicada por El Litoral en 2017. Corrió alocado hacia la cabecera de Canal 13 (hoy Telefé) mientras a sus espaldas crecía el abismo, hasta que logró quedar a salvo de los cables que seguían cayendo entre chispazos, en medio de un fuerte viento. El Renacido respiró hondo y se persignó. “No sé cómo me salvé”.
La ciudad acababa de perder su símbolo. El Puente Colgante permaneció en ruinas casi una década hasta ser reconstruido. Al año siguiente de su caída quitaron los restos del río. La obra de reconstrucción fue imponente y colmó de emoción a toda la ciudad. El 7 de septiembre de 2002 el nuevo puente fue habilitado al tránsito sin actos protocolares, al igual que había ocurrido en su primera inauguración, el 8 de junio de 1928.
El viejo Puente Colgante de origen francés tuvo 55 años de vida. Hoy perdura de aquella estructura erguida como un Quijote la antena Oeste, que es parte del nuevo puente. Al resto se lo llevó el agua, la desidia y el olvido en partes iguales.
Pese a los achaques propios de su edad Evaristo atravesó casi a diario el Puente Colgante en su bicicleta durante toda su vida. Iba y venía a hacer las compras, trámites o lo que se precise de la ciudad. Y cada vez que avanzaba por el gigante de hierro, el Renacido se persignaba.
De aquel 28 de septiembre del ‘83, Evaristo Franco guardó siempre el recuerdo de los flashes y las cámaras. “Vino gente de todo el mundo a entrevistarme”, recordó en la entrevista con El Litoral. Pero el Renacido se escondía en el anonimato de la gente de a pie y era un jubilado más en el barrio de pescadores, jornaleros y empleadas domésticas. Cuando le escapó a la caída del puente, un mozo del Baviera de la Costanera consiguió que le regalen una bicicleta nueva que más tarde le robaron cuando atendía un puesto de venta de carnadas junto a la Fuente de la Cordialidad.
La última bicicleta del Renacido fue una Balón oxidada sobre la que pedaleó hasta el cansancio. En el mientras tanto de sus últimos años orilleaba la Setúbal, caminaba la playa de arena por la Costanera Este en busca de plomadas que guardaba en un bolsito gastado, colgado de su bicicleta. “Tengo como 200 plomadas”, decía orgulloso, y contaba además que alguna vez encontró unos anillos de oro y cadenitas que los bañistas habían perdido.
Cuando alguien lo señalaba como el hombre que cruzaba el Puente Colgante cuando se cayó, el Renacido lo negaba o le escapa al cuento. “Si vos le decís a la gente que estabas ahí cuando se cayó, no te creen”. Tampoco se hacía demasiado rollo con eso de que la historia lo puso en un lugar crucial, junto al símbolo santafesino.
Aquella mañana de 2017, tan gris como la del 1983, Evaristo Franco volvió a cruzar el Puente Colgante junto a El Litoral. El retrato del cruce quedó registrado por el reportero gráfico Mauricio Garín. 34 años más tarde, el renacido avanzó en su bicicleta y completó aquel viaje inconcluso. Al atravesar el pórtico de ingreso y llegar otra vez a tierra firme en la costa rumbo a Alto Verde, el Renacido se persignó.