El domingo 10 de mayo de 1998, Guillermo Ferreyra conducía su auto. Volvía junto a su familia a la ciudad capital desde Santo Tomé. En la Circunvalación Oeste, a la altura del Hipódromo, en una de las últimas curvas, perdió el control del coche y tumbó. Ese trágico episodio cambiaría radicalmente y para siempre su vida.
En el asiento del acompañante iba quien era su esposa en ese entonces. Atrás, su hija Agostina de tres meses, y Matías de casi cuatro años. Matías salió despedido y cayó a unos 20 metros del vehículo. Lo llevaron en un estado muy crítico al Hospital de Niños. La madre y la niña, afortunadamente, resultaron ilesas.
Ferreyra sufrió fractura en la columna cervical, fractura de cráneo, se le rompió el vaso y el diafragma, y se le fisuró la cadera. Su estado era gravísimo. Fue trasladado de urgencia al Hospital Cullen. Sus órganos estaban todos apretados hasta arriba. Las expectativas de vida eran muy escasas.
El miércoles 13 de mayo, y luego de recibir partes médicos escalofriantes, falleció su hijo Matías. No resistió, pese al trabajo intenso de los profesionales médicos del Hospital de Niños. Guillermo Ferreyra seguiría inconsciente varios meses, luchando por su vida.
El duelo
“Me llevó años de terapia, de grupos de autoayuda aceptar la muerte de mi hijo. El paso el tiempo me enseñó a sobrellevar el dolor al punto que hoy estoy hablando con ustedes, y éste es el ‘para qué’ de mi tragedia por la pérdida de Matías. Pero también, para que tomemos real dimensión de todo lo que nos exponemos cuando salimos en un vehículo a la calle”, relata Alejandro Ferreyra, con un hilo de llanto en su voz.
A su testimonio de vida lo dio a conocer en el marco del “Foro sobre Seguridad Vial”, que se realizó en el Concejo Municipal de Santa Fe. El evento -coincidente con el Día Nacional de la Seguridad Vial-, fue organizado por Presidencia del Concejo junto al concejal Julián Martínez. Participaron familiares de víctimas de siniestros viales y funcionarios provinciales del Ministerio de Seguridad.
La vida pendiendo de un hilo
Del Cullen, fue trasladado al Hospital Naval de Buenos Aires. Estuvo tres meses en terapia intensiva. “En todo ese tiempo, cuando empiezo a tomar conciencia a los 30 días aproximadamente, yo sabía quién era, cómo me llamaba, pero no sabía qué me había pasado. Escuchaba a los médicos que decían que me estaba muriendo o, que si me salvaba, quedaría postrado por el resto de mi vida”, añade el sobreviviente.
Todos juntos. Concejales y autoridades políticas, además de las víctimas de siniestros viales que participaron del “Foro sobre Seguridad Vial”. Crédito: Manuel Fabatía
Luego de esos tres meses, su salud se estabilizó mínimamente. Pero seguía con problemas de movilidad, no podía hablar y había perdido la visión. Lo pasaron a una habitación común del Hospital Naval. “Un médico me dijo: ‘Alejandro, tus daños en el cráneo y la columna son muy graves, hay que seguir esperando...’. Yo ya tenía en mi cabeza la idea de que no volvería a caminar”, rememora Ferreyra.
A los cuatro meses del siniestro, Ferreyra se enteró de que su hijo Matías había fallecido. “No podía abrazar a nadie, no podía correr, no podía ver, pero el grito entrecortado por el dolor que sentí se escuchó en todo el octavo piso del Hospital Naval de Buenos Aires”, dice.
La recuperación
Ferreyra luego fue traslado a una clínica de rehabilitación, también en Buenos Aires. Tenía un esquema de ejercitaciones dadas por un fisiatra que era una eminencia. Con el paso de las semanas, fue recuperándose: ya había algunos avances. Aún tenía mucha inestabilidad, y la falta de vista lo afectaba mucho.
“Cuento toda esta historia de cómo transité la discapacidad, cómo fue mi proceso del duelo por la pérdida de mi hijo, y la importancia de la rehabilitación en todas las personas, sólo con la intención de ayudar a otros, porque tuve que rehacerme de cero. Hoy la educación vial es la bandera que llevo a todos lados”, dice el hombre, que a su vez es integrante de la ONG “Factor Vial”.
El retorno
Luego de largos meses, Alejandro Ferreyra es trasladado nuevamente a la ciudad de Santa Fe. Al llegar, se entera de que su esposa se había separado de él, lo cual lo obliga a volver a vivir con sus padres, porque no podía cambiarse ni ducharse solo. “En rigor, no podía resolver nada solo, tenían que entenderme”, revela.
Luego iniciará un nuevo tratamiento de rehabilitación completo. Será asistido por la ONG Nueva Cultura (de personas ciegas) y recibirá el apoyo de sus padres y amigos.
La resiliencia
El tiempo pasó, el dolor quedó y el protagonista de esta historia debía resignificar su vida. Darle un giro de 180 grados. Pero, ¿cómo, si había perdido todo, si le quedaron secuelas motrices y visuales?
“En un momento empecé a pensar quién querría a una persona como yo, de 27 a 28 años, medio rengo, medio lerdo para hablar... Pasó el tiempo, y con toda mi fuerza de voluntad formé mi nueva familia”, contó. Ahora faltaba resolver cómo y en qué iba a trabajar. Y empezó con una panadería.
De foro participaron familiares de víctimas de siniestros viales, además de otros invitados y los propios concejales capitalinos. Crédito: Manuel Fabatía
“Recuerdo que arrancamos haciendo una bolsa de harina en la panadería, y cerramos el ciclo 13 años después, con 15 bolsas de harina y dos empleados. Todo dirigido por mí, pese a las secuelas que me quedaron, a mi falta de equilibrio, a mi dificultad para escribir, pero con muchas ganas de hacer cosas”, cuenta.
La conclusión
A Ferreyra sólo le quedaban decir unas últimas palabras, a modo de lección de vida: “Se puede seguir a pesar de la pérdida de un hijo, algo cuyo dolor no es fácil de dimensionar. Resilientes podemos ser todos: una de las características más sobresalientes de las personas con resiliencia es ponerse objetivos, metas, proyectos. Se puede seguir adelante”, enfatiza.
“Otro punto importantísimo que quiero tocar es la importancia de la rehabilitación en la discapacidad. La mejor inclusión para las personas con discapacidad es la rehabilitación. Hasta hoy en día sigo haciendo rehabilitación”, cuenta. Sobre el final, Ferreyra pide: “Por favor, tomemos dimensión de los riesgos a los que nos exponemos al manejar un vehículo. Si todos ponemos nuestra parte podemos lograr un mundo un poco mejor”, concluye.
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