Es la primera mujer trans que recibió por vía administrativa su DNI en el que se le respeta su identidad de género, la primera de la provincia en acceder a un empleo público y realizarse la operación de reasignación de género.
“Empecé a hormonizarme sola, a los 11 años. La única travesti que había en mi pueblo (Tostado) me aconsejaba cuáles eran las hormonas que tenía que comprar en la farmacia para inyectármelas yo sola”, recuerda Alejandra Ironici. “Ya sabía lo que quería, ahorraba la plata que me daban mis padres para las meriendas en la escuela primaria y con eso iba y me compraba las hormonas. No les decía absolutamente nada, cuando vieron que tenía tetitas empezaron a sospechar pero no querían creer, de ese tema no se hablaba. Hasta que un comisario dijo: ‘si Alejandro se sigue juntando con esas personas no puedo dejarlo que vaya a mi casa porque tengo dos hijas mujeres y no sé lo que puede llegar a pasar’. Mi mamá entró en crisis y me pidió que le diga qué era yo realmente... un mediodía cuando íbamos a comer se armó un tole tole, terminaron pegándome, fue terrible, pero bueno, lo pudimos superar. Mi mamá reaccionó y tomó conciencia de que ella debía protegerme, e hizo que mi padre no me echara a la calle. Cuando mi mamá falleció, en plena adolescencia mía, el vínculo con mi papá empeoró porque me puso los límites: ‘Esta es mi casa, estas son mis condiciones y mis reglas, si no te gusta, te vas”. Entonces, a los 18 años, dije: ‘no acepto tus reglas, no es lo que quiero para mi, me voy’. Y me dijo: ‘te vas con lo que tenés puesto porque todo lo que hay acá es mío’. Volví 10 años después, operada, con tetas. Siempre traté de ir por el lado de salud, el más largo pero el más eficiente; otras compañeras se colocaron silicona industrial, es que nunca tuvimos el acompañamiento ni fuimos asesoradas; recién desde 2012 estamos integradas al sistema de salud público, pero ¿cuántos años pasaron y cuántas personas fallecieron en ese proceso por no poder acceder a estos tratamientos de hormonización y a estos acompañamientos?”
Tiene 27 años, y hace dos comenzó el tratamiento de hormonización para masculinizarse. Cuanto Thiago Solís tenía 12 empezó a percibir que no encajaba en su cuerpo de niña, “pero no sabía cómo decirlo porque no había información, intenté sobrellevarlo toda la adolescencia , hasta que a los 15/16 años empecé a querer usar la ropa de hombre y no me dejaban cortarme el pelo. Insistí un tiempo, y a los 23 años decidí hacer lo que yo tenía ganas, me corté el pelo, y a los pocos meses tramité el DNI y después empecé con las hormonas; todo en secreto, en casa no decía nada. Yo vivía con mi mamá y ella no lo aceptaba, para ella fue como perder a su hija, pero con el tiempo lo fue aceptando”.
Su adolescencia la transitó en soledad: “No tuve novio, no salía a bailar, me encerraba en mi casa. Iba a una escuela católica con el uniforme de mujer, pero después en mi casa usaba ropa de varón. Lo que más me costó era no poder decirlo, yo sabía lo que sentía pero no había información, nadie decía “varones trans” ni sabía cómo ayudarte, se vivía el proceso en soledad”. El programa “Gran Hermano” fue un detonante en su vida: “Apareció un varón trans y ahí me di cuenta que era lo que me pasaba. Se lo dije a mis padres y me dijeron que deje de joder, ninguno quería saber nada”.
Con la hormonización, aparecieron los cambios que tanto deseaba: “Lo primero que sentí es cómo iba cambiando la voz, ganaba más cuerpo. Además, el clítoris iba creciendo, la barba tardó más tiempo, pero en tres meses empezó a salir. Estoy operado, sólo me sacaron las mamas, lo otro es muy costoso”.
Thiago no tiene pareja en este momento: “Estoy bien solo, pero si me gusta alguien, me acerco... aunque no es fácil porque tengo que ver cómo lo toma, al decir varón se piensan que tenés pene, testículos, todo...”.
El camino fue largo, pero “ahora me siento mucho mejor, me veo al espejo y me reconozco. Con la cirugía y las hormonas, me saco la remera y veo un varón en el espejo”.
Desde pequeña, Priscila Martínez supo lo que quería. “Me empecé a vestir de mujer cuando tenía 11 años, pero ya desde muy chiquita usaba la ropa de mi abuela cuando jugaba; en mi familia costó muchísimo, pero siempre seguí para adelante y busqué mi identidad, ser lo que quería”. La echaron de su casa cuando tenía 14 años, “anduve en la calle, de acá para allá; me vestía de mujer, me llevaba la policía y mi papá no me quería retirar así que me dejaban al otro día, hasta que iba mi mamá”.
Se autoadministró hormonas, “un gran error”, reconoce ahora. “Me inyecté mucha silicona de avión en todo mi cuerpo, desde la frente hasta el tobillo, porque en ese momento trabajaba en la prostitución, los clientes me lo exigían porque era muy flaca”.
Hoy tiene 37 años y vive con su pareja y su mamá, y es asistida por los equipos de profesionales. “Creo que uno tiene que seguir lo que realmente siente porque lo que sentís es parte también de lo que sos y de lo que después vas a crear, esconderte en algo que no sentís es lo más triste y sigue pasando por más de que hoy es todo más abierto y existen políticas públicas que nos dan oportunidades. Ojalá todos entiendan eso porque en cada lucha hay mucho sufrimiento por la mirada del otro, que no acepta lo que queremos ser. La gente necesita saber más, acercarse, darse cuenta que somos seres humanos como los otros que vivimos y sentimos...”