Por Atahualpa Larrea
Tenía 5 años cuando lo perdí todo. Mi madre me llevó a comprar un rompecabezas, pero descubrí el ajedrez. Ese fue mi salvavidas.
Por Atahualpa Larrea
La Inundación me abrió las puertas al ajedrez. Tenía sólo 5 años. Pasaron 20. El ajedrez sigue presente en mi vida. Me sigue dando alegrías, y cuando miro para atrás siento orgullo porque pudimos hacer algo muy lindo con la escuela de ajedrez. Todavía sigo con la escuelita y sigo viviendo en el mismo lugar.
La inundación para mí significó el sufrimiento, pero también la esperanza, siempre la esperanza.
Hace poco tiempo, con el covid me tuve que enfrentar de vuelta a un padecimiento. Como con la inundación, pero esta vez con una enfermedad, me tuve que ver de frente con mi propia vulnerabilidad. Fue una etapa difícil, pero nunca dejé de creer que la existencia era buena. Me costó afrontar las secuelas, y al mismo tiempo, seguir con mi vida cotidiana de forma eficiente y sin quejarme.
Me la tuve que rebuscar. Además del programa de kinesiología, tuve que aceptar los pequeños progresos, practicar más la gratitud, atender más la belleza en los detalles; tuve que luchar con la incertidumbre y dejarme ayudar.
Al hacer todo eso me di cuenta de que no era el único que pasaba por lo mismo. Entendí que el mundo estaba lleno de personas que perseveran con sus cosas, a pesar de las circunstancias. Con sus trabajos, con sus familias, con sus amistades. Creo que este tipo de heroísmo cotidiano es la regla y no la excepción. Pensar en eso me llena de admiración por el ser humano. Y como es algo que ya no puedo soslayar, me volví un tipo más feliz. Todavía hay mucho trabajo que hacer.
Siempre me acuerdo del 29 de Abril. Lo recordaré siempre como el día que nos tapó el Salado, el día de la injusticia. También como el día que simbólicamente descubrí el ajedrez.
Cuando ocurre la tragedia, algunas personas degeneran y se precipitan en un infierno de resentimiento y odio del Ser, pero la mayor parte se niega a hacerlo, a pesar de su sufrimiento y de sus pérdidas, y eso constituye un milagro de la vida, para quien quiera verlo.
Provengo de una familia humilde y trabajadora. Desde muy chiquito mis papás me han inculcado valores. Valores como la libertad, la igualdad, el respeto, así como también el compromiso social y el respeto por las religiones. Desde muy chiquito nací, crecí y vivo actualmente en el barrio Santa Rosa de Lima, en el oeste de la ciudad de Santa Fe. Mi barrio es uno de los más humildes de la ciudad. Es un barrio de casas bajas, con algunas calles asfaltadas, pero donde la mayoría son de tierra. Un lugar arbolado, donde la gente suele andar en bicicleta, donde se pasean carros y caballos, y donde a veces las personas tienen la costumbre durante los fines de semana de sacar una silla y sentarse afuera. Tengo un gran sentido de pertenencia a mi lugar de origen y siempre me sentí cómodo.
Un día, transitando junto a las emociones de los cinco años, ocurrió algo terrible en mi ciudad, también en mi barrio. Ocurrió la mañana de un 29 de abril del año 2003. Esa mañana nos sorprendió a todos con la oreja pegada a la radio, intentando saber qué era lo que pasaba. Recuerdo a la gente corriendo nerviosa y agitada por la calle de mi casa, la calle Aguado. Pese a mi corta edad -5 años- sabía que nada andaba bien.
"Juntá los rompecabezas sobre la mesa", me dijo mi mamá. Cuestión a lo que yo le hice caso. Mientras al mismo tiempo observaba cómo mi papá apilaba bolsas de arena sobre la puerta de entrada de mi casa. Algo totalmente inútil, ya que en ese mismo instante el agua empezó a entrar a balazos por la reja de mi casa, llevándose todo en el camino. Mi mamá salió corriendo a buscar a mi madrina. No la encontró y se volvió. El agua nos estaba llegando a las rodillas. Mi papá entonces tomó la vieja moto que tenía, avanzó unos 50 metros tratando de escapar por la calle Aguado, pero fue tapada por el agua, y a mi viejo no le quedó otra que dejar la moto tirada a la casa de un vecino. Entonces me dijo a mí y a mi mamá algo así como "ustedes váyanse que yo me voy a quedar en el techo de casa", para tratar de rescatar lo poco que teníamos, y los conejos y gallinas que en aquel momento criábamos.
Mi mamá me alzó. Recuerdo la lluvia fría que se había anochecido y esa imagen me aterró. Con muchísimo esfuerzo y a través del agua, encontrándola a mi madrina en el camino, logramos escapar. Y esa misma noche terminamos en un centro de autoevacuados. Vi el llanto y el sufrimiento de la gente. Un dolor que también me pasó a mí. Y el que tiene miedo no puede hacer otra cosa más que pensar en cómo defenderse. Pasó mucho tiempo donde recordaba aquellas imágenes todas las noches. Sin embargo, me sentí aliviado cuando lograron rescatar a mi papá del techo de mi casa.
Ya todos juntos, reunidos en la casa de una señora que yo recuerdo mucho, la vieja Sarita, una señora de unos 75 años, que nos prestó su casa para que pudiéramos estar ahí los días, las semanas siguientes a la inundación, me asaltó el recuerdo de los viejos rompecabezas que había dejado sobre la mesa en mi casa. Me fui dando cuenta de a poco que los había perdido para siempre y lógicamente no tenía nada para hacer. Pienso que mi mamá debió haberme visto un tanto desmejorado, y ante mi completa insistencia me llevó a comprar un juguete. Desde ya un rompecabezas.
Fuimos a una juguetería de la ciudad y vi una caja entre las demás. Era una caja que tenía un tablero blanco y negro cuadriculado y tenía piezas. Pensando que era un rompecabezas, lo compré. Pero en realidad no era un rompecabezas, sino un juego de ajedrez. Algo completamente sorpresivo. También traía un pequeño manual de instrucciones. Fue allí cuando aprendí a jugar al ajedrez. Así comenzó mi juego.
A los cinco años aprendí a mover las primeras piezas. Mis papás cuentan que a los pocos meses de mover las piezas les empecé a ganar a ellos. Y ellos, ante ese hecho, me empezaron a llevar a un club de la ciudad a donde comencé a entrarme en los fundamentos del juego. Con seis años jugué mi primer torneo, y salí segundo. El torneo siguiente me fue mejor porque lo gané. Así comencé a ganar los primeros torneos locales en la ciudad de Santa Fe.
Los profesores, el estudio, la investigación y el esfuerzo se empezaron a convertir en mis principales herramientas. En dos años tuve una actividad incesante, una vorágine de 32 torneos en los que, por suerte, tuve la posibilidad de colocarme entre los primeros puestos. Primero en Santa Fe, luego representando a la provincia en torneos argentinos y finalmente representando al país en torneos internacionales. Mi sueño era querer estar entre los mejores del mundo.
Siempre me deslumbraba jugar torneos y, sobre todo, conocer lugares nuevos. El ajedrez me abrió muchísimas puertas. Gracias al ajedrez transité los senderos que me llevaron a conocer personas y historias de vida. Aquel camino que en un principio me había parecido algo completamente inmóvil, ahora se había convertido en un tren, y aquella historia me estaba pareciendo realmente maravillosa.
A mis 9 años, volviendo un día de un viaje en Brasil, y quizá dándome cuenta de algunas cosas que antes no me daba cuenta, le pregunté a mi papá por qué no había una escuela de ajedrez en mi barrio. Por ese entonces no tenía ni idea que allí no había habido nunca una escuela de ajedrez. Creo que muchos ni sabían lo que era la ajedrez. Así que cuando mi papá me lo dijo, fue una sorpresa muy grande. Mi segunda pregunta fue ¿por qué no hacemos una escuela?. Así comenzó una nueva aventura.
Mis papás le contaron la idea a Susana, una vecina. Luego esa vecina se la fue contando a otros vecinos y esos vecinos a otros. Así, hasta que en muy poquito tiempo, en cosa de un mes, de la boca de alrededor de 20 vecinos se escuchaba un barullo de voces que decía: "Mira, hay un pibe que juega al ajedrez y quiere que haga una escuela en el barrio".
Eso que comenzó como un sueño tuvo su fecha de fundación. Fue el 10 de septiembre de 2005, bajo el nombre Liga Barrial de ajedrez. Empezaron a ir todos los sábados cerca de 80 a 100 chicos, que al fin de semana siguiente se multiplicaban, y así aprendían a jugar al ajedrez, y también se les servía una copa de leche.
Entonces empezó a ocurrir algo maravilloso en la comunidad. Los medios de masivos de comunicación empezaron a poner su foco en lo que ocurría, y empezaron a contar que en el oeste de la ciudad de Santa Fe había una escuela de ajedrez que estaba logrando rescatar a los chicos de la calle a través del juego y de las distintas actividades.
Con el tiempo vi como esa idea del ajedrez libre y gratuito se fue expandiendo, primero a varias escuelas de la ciudad de Santa Fe, luego fuera de la ciudad, fuera de la provincia y con el tiempo fuera del país. Hoy en día, la escuela de ajedrez es una marca registrada en Latinoamérica. Fue una de las primeras escuelas en abrir las puertas a esa idea del ajedrez libre y gratuito para todos los chicos, sin ningún tipo de diferencia social, étnica, religiosa, económica o de ningún tipo.
Algunos días se me da por mirar hacia atrás y con orgullo puedo decir que muchos de esos chicos que con 10 a 12 años comenzaron a jugar al ajedrez, hoy lograron vencer ese destino incierto. Y se están desempeñando actualmente como profesores de ajedrez en las escuelas públicas de la ciudad.
Tal vez algunos se pregunten de dónde salen las ideas, de dónde salen las grandes superproducciones humanas que cambian el curso del mundo. O de dónde sale la voluntad, las fuerzas del ser humano cuando una persona se queda sin nada.
Y si me dan un minuto, me gustaría contarles una historia, la de Miguel Najdorf. Quizá algunos lo reconozcan por el nombre. Fue un gran maestro de ajedrez que nació en Polonia y luego se nacionalizó argentino. Él fue el mayor exponente del ajedrez nacional y fue tres veces subcampeón olímpico. Un día, jugando un torneo de ajedrez en la ciudad de Buenos Aires, Najdorf se enteró del ataque de Alemania a Polonia en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Realizó gestiones desde Buenos Aires para traer a toda su familia, pero las comunicaciones desde Polonia con el mundo se cortaron, y su familia quedó prisionera de aquel monstruoso güeto de Varsovia.
Miguel Najdorf, estando solo en el país, sin saber hablar el idioma, y con 200 dólares en el bolsillo, decidió quedarse en Argentina, puesto que no tenía otra alternativa. Entonces se le ocurrió una idea genial, maravillosa, que brotó de su inteligencia, de su talento. Él se propuso a sí mismo jugar unas simultáneas a ciegas contra 45 tableros. Algo totalmente impensado en la historia de la humanidad, algo que ningún ser humano había hecho jamás. Su objetivo era que su nombre trascendiera a través de los diarios para así avisar a cualquier familiar que aún viviera que él los estaba esperando, que estaba armando una posición y que toda su familia podría reanudar su vida en Argentina. Un diario brasileño tituló "45 partidas ganadas, cuatro empatadas y dos perdidas. Se estableció un nuevo récord mundial".
Lamentablemente, las comunicaciones de Polonia con el mundo estaban cortadas. Y Miguel Najdorf supo después de un tiempo que de sus 300 familiares solo sobrevivió uno de sus primos.
En la historia de la humanidad han habido personas cuyas vidas estuvieron atravesadas por las adversidades. Personas como mi Miguel Najdorf han sabido transformar esas tragedias empleando una mecánica que les permitió transformarlas en proezas intelectuales, pero también en proeza física o de todo tipo de capacidad humana. Hazañas que, a veces, solo pueden ser reproducidas por un puñado de personas en varias generaciones.
Afortunadamente llevar a cabo esta mecánica no queda solo para los genios. Todos los seres humanos tenemos esa gran capacidad, solo por el hecho de ser seres humanos. Ustedes tienen esas virtudes, aunque siempre atendiendo a algo. Las ideas y los sueños no dejan oír su voz, sino a personas libres o que se esfuercen por serlo. La idea trae consigo el poder de los sueños. Así que todo lo que quieran o sueñen hacer, comiéncenlo. Y tengan siempre una certeza: el ser humano puede sobreponerse a todo. Y puede tener un sueño, puede interpretarlo, puede compartirlo y transformar ese sueño en una idea. Compartir la idea, llevarla adelante y, tal vez, en una de esas, sumando a nuestro pequeño granito de arena, hacer de este mundo un lugar mejor.