Gastón Neffen
Miran con lupa la superficie de Santa Fe y lo que ven preocupa: los fines de semana, a la mañana, encuentran capuchones de cocaína, bolsitas de marihuana y miles de botellas y latas.
Gastón Neffen
gneffen@ellitoral.com
Twitter: @gneffen
Al barrendero Alberto Ramos deberían invitarlo a dar una clase abierta en las escuelas de la ciudad. Hace once años que trabaja para Cliba y cada mañana barre la Costanera, desde el Puente Colgante hasta el Faro. Conoce a fondo la versión santafesina de no “esconder la mugre debajo de la alfombra” y desparramarla por uno de los paseos más lindos de Santa Fe, en el que se sacan selfies los turistas y fotos de álbum las quinceañeras y las novias.
Los chicos deberían escucharlo —los grandes también— . Es una de esas charlas que construyen civilidad, con ejemplos concretos y sin citas “culturosas”. ¿Hay alguien más interesante para invitar a la clase de Educación Cívica? Lo puede acompañar Jorge Suárez, la persona que barre varias calles del centro de la ciudad (Juan de Garay, 1° de mayo y 9 de julio), en la zona cercana al Palacio Municipal.
La mirada del que barre —el que lidia con la basura que queda en los espacios públicos— ve de cerca un lado salvaje, mugriento y perezoso. “Nosotros somos los ojos de la ciudad”, suele decir Ramos, que tiene 45 años y vive en el barrio María Selva. Los muchachos de Cliba lo apodaron “Rambo”.
Arranca a las 6 de la mañana, con el carro de limpieza, la escoba, la pala y las bolsas. Una vez sintió tanta impotencia al ver las botellas y envases tirados, los restos de vidrios rotos y las bolsitas de papas fritas y chizitos, que se puso a contar la cantidad de cestos que hay en la Costanera. “Entre el monumento a Artigas y el Puente Colgante hay 260 cestos”, asegura, en una entrevista con El Litoral.
La gente los usa muy poco —cuenta—, a veces los rompen —sobre todo los jóvenes, de madrugada— y los de metal se corroen por las meadas de los perros. En el tramo que barre, Ramos encuentra los desechos de la noche: latitas de cerveza, vidrios rotos, vasos de plástico, preservativos usados, capuchones de cocaína y bolsitas de marihuana. “En la zona de los carribares, cerca del Faro, es impresionante la cantidad de basura que queda en la calle”, advierte.
En el tramo que va del Puente Colgante al Faro, Ramos llega a armar 80 bolsas de consorcio con los residuos de una sola mañana, en un fin de semana. A lo largo de toda la Costanera, los 7 barrenderos llenan unas 250 bolsas grandes con basura.
Los vidrios rotos son un punto importante: el barrendero los encuentra por todos lados y es imposible levantar cada pedazo, especialmente los más pequeños y las astillas que a veces no se ven. Por eso los ciclistas pinchan las ruedas de las bicis y los perros se lastiman las patas, cuando salen a pasear.
Más al norte de la Costanera hay dos cosas que siempre sorprenden a los barrenderos: la cantidad de basura que dejan los feriantes los domingos (ya que trabajan en un espacio público podrían cuidarlo más), en el tramo que va de Ruperto Godoy a Lavaisse, y el “enchastre” que queda en la calle cuando los estudiantes se reciben en la Universidad Tecnológica.
“Los muchachos se están recibiendo de ingenieros, creo que hay algunos que incluso estudian ingeniería ambiental, y te dejan la calle enchastrada de huevos, harina y papel picado. Cómo puede ser”, plantea Ramos. Es una paradoja que se explica fácil: son pocos los que se ponen en el lugar del que después tiene que limpiar.
► 250 bolsas de consorcio llenas de basura quedan luego de la limpieza de la Costanera, según estimaciones de los barrenderos de Cliba, en la mañana de un fin de semana.
“No saben barrer”
En las veredas también se nota esa incapacidad de considerar al otro, de visibilizar y conectar con la persona que está limpiando los espacios públicos. Pero hay otro problema: “La gente no sabe barrer la vereda”, desafía Suárez, el barrendero del centro. “Es que salen a barrer con la escoba sola, pero falta la pala y la bolsa para juntar la mugre”, recuerda Ramos.
Lo que hacen la mayoría de los vecinos y empleados de comercios es tirar el polvo de la vereda a la calle, en vez de levantarlo con la pala y meterlo en una bolsa, como hacen adentro de la casa. “Nos tiran la mugre a nosotros y ni siquiera saben que está mal. Te dicen: yo pago mis impuestos para que me barran”, asegura Suárez, que tiene 45 años, vive en barrio Chalet y hace 10 años que es empleado de Cliba.
En el centro hay otra práctica ridícula: hay gente que tira bolsas de basura desde los balcones. Algunos “juegan” a embocarla en el cesto de altura del edificio y cuando choca contra el asfalto o las baldosas de la vereda, los residuos se desparraman.
La caca de perro también merece un párrafo. Los vecinos que pasean a sus mascotas con bolsitas para levantar la bosta sobresalen como marcianos, sobre todo en los espacios verdes —hasta hay gente que los aplaude—, el resto deja “el regalo” para que otro santafesino disfrute del paciente arte de extraer cada partícula de mierda —los palitos de fósforo son útiles— del laberinto de goma que ahora son las suelas de las zapatillas.
En un registro ya decididamente escatológico, al final de la entrevista, El Litoral pregunta: ¿Qué es lo más raro que barrieron? Ramos lo piensa un rato y sale con un recuerdo oscuro: “Me tocó limpiar los restos de animales sacrificados en la zona de los espigones, me parece que era un ave, parecía un gallo. Esos rituales los suelen hacer cerca del agua”. En el centro, Suárez levantó lo que quedó de un pollo podrido.
La gente que duerme en la Costanera
El que barre mira de cerca la superficie de la ciudad y en ese foco ve con mayor nitidez situaciones que se invisibilizan y naturalizan. “Hay mucha gente que duerme en la Costanera. Se refugian debajo del Puente Colgante, se meten en el polideportivo, en la Universidad Tecnológica y en la Dirección de Deportes del municipio. Cuando el río está bajo, también en el pilar de la vieja aerosilla”, cuenta Alberto Ramos, uno de los siete barrenderos de Cliba que trabajan en la Costanera.
Desde el punto de vista de la limpieza, es un factor que suma más residuos a una zona de la ciudad con dificultades, pero los barrenderos comprenden que hay una situación social de fondo muy complicada.
Una situación parecida se da con el “cirujeo” de las bolsas de basura en el centro y en los barrios. Los recicladores las abren, sobre todo en el día de la recolección seca, y a veces desparraman los restos sobre la calle y la vereda.
Los barrenderos tienen dos problemas más: los asaltan para robarles las bolsas y las herramientas de limpieza y como trabajan bien temprano, algunos jóvenes que salen de los boliches suelen hacerles “bromas” muy peligrosas. “Como están borrachos —cuenta Ramos—, te pasan finito con el auto, no se puede creer”.
Entre todas las cosas que barren, suelen aparecer documentos, billeteras y patentes, y ahí cada barrendero da una muestra de su talla. “Yo siempre trato de encontrar a los dueños —asegura Ramos—, los busco por Facebook y la mayoría de las veces los encontramos para devolvérselos. Yo perdí mis documentos y sé todos los trámites que hay que hacer”.