Silvana Williner | Psicopedagoga
Por momentos se evidencia en los contextos escolares y en los medios un uso excesivo de vocablos como bullying, discriminación, y otros relacionados. Pero lo primero que hay que señalar es que no todo es bullying. Debemos entender y vivenciar que hay situaciones que, si bien no son deseables, no constituyen necesariamente este fenómeno.
Silvana Williner | Psicopedagoga
Por momentos se evidencia en los contextos escolares y en los medios un uso excesivo de vocablos como bullying, discriminación, y otros relacionados. Entonces, lo primero que hay que señalar es que no todo es bullying, no todo es discriminación. Entender y vivenciar que hay situaciones que, si bien no son deseables —como por ejemplo, burlarse de un compañero por su apellido, negarse a trabajar en grupo con un compañero, hacer comentarios desvalorizantes cuando alguien pregunta una duda en clase— no constituyen necesariamente este fenómeno, es muy importante porque nos da mayor “poder” de abordaje, mayor capacidad de resolver estas actitudes en lo cotidiano y mejor posibilidad de que, con una simple acción, ya se esté transmitiendo un valor deseable para la buena convivencia y saludable para cualquier persona.
En este sentido, si interrumpo la clase y señalo con firmeza la necesidad de respeto, de realizar un pedido de disculpas o lo que fuese, estoy diciendo “basta”, estoy señalando un límite que intentaremos no pasar porque lastima. Si voy variando las estrategias para armar grupos de trabajo, y en una clase permito los agrupamientos voluntarios, pero en otra “asigno” los grupos como gestor del aula, si no permito que nadie en el salón “trabaje solo” porque la consigna es en grupos, si no doy lugar a que se formen dos hileras contra la pared con un abismo espacial en la mitad del salón, estoy interviniendo desde el rol con una alta probabilidad de generar resultados.
Caso contrario, si todo es considerado bullying, estaremos ante un fenómeno frente al cual seguramente habrá que llamar a especialistas, convocar a psicólogos y esperar que, como tales, hagan algo y aporten casi como “desde afuera”— algún tipo de estrategia o solución. Esto puede llegar a desviar responsabilidades, las de los docentes frente a su grupo áulico, frente al adolescente, y las de los propios alumnos. ¿Quiero decir que el bullying no es tal? Ciertamente no. Simplemente que comporta un serio riesgo proceder como si todo lo fuera. Recordemos de paso algunas características propias del acoso que lo constituyen como tal: sistemático, estratégico, permanencia en el tiempo, premeditación, silencioso.
Lo segundo, es que también es un serio riesgo el hecho de hacer depender de las escuelas —como únicas y exclusivas responsables— la “solución” de situaciones de bullying que tan dolorosas consecuencias poseen. Esto también debilita el propio accionar de las instituciones educativas, porque no sólo los adultos que trabajan en éstas deben aportar a la disminución de los “casos”, también los adultos de las familias, los adultos de los medios de comunicación, de los ámbitos deportivos, recreativos; los adultos todos. Y digo más, las acciones comienzan desde la más tierna infancia en los modos de comunicar, de valorar logros, de poner límites, de generar respuestas asertivas, de valorar a los demás, de manejar emociones y todo aquello que en este momento pudiera decirse o pensarse en relación a crecer como personas con una autoestima forjada, justamente, aquella de la que carece el protagonista señalado como “victimario”.
Lo tercero, más emparentado con esta cuestión anterior sobre que “la escuela no hace”, es el gran, pero gran e inmenso poder del uso y mal uso de las redes sociales. La dimensión de ese poder no deja de asombrar. Muchas acciones realizamos en las escuelas: dialogar con los alumnos, crear espacios de escucha, hablar de sus conflictos, desentrañarlos, generar empatía, hacer acuerdos escritos, proponer respuestas asertivas, realizar ruedas de convivencia, observar, atender a demandas de padres, investigar el tema, participar de talleres, concientizar, sensibilizar con especialistas, sin ellos, como podemos.
Creemos y apostamos con convencimiento a su eficacia. Pero el universo de la red, paralelo, simultáneo, adherido sin respiro al mundo escolar, no da tregua a la escuela. Y ante esto, ¿no estamos todos los adultos, “todos”, involucrados? Como adultos, ¿ponemos límites, nos ocupamos del mal uso de las tecnologías, nos informamos, sabemos que existen formas de denunciar contenidos, de poner “frenos” que están a nuestro alcance? En muchas oportunidades recibimos hojas impresas de contenidos de redes en manos de familias que llegan a la escuela: “Buen día, le traigo esto, haga algo”. Lo haremos todos juntos, todos en el mismo esfuerzo, todos conjugados bajo el mismo compromiso.
Dos experiencias para reflexionar
Sumo algo más, dos ejemplos para compartir en relación a que no es éste un tema que empieza y termina en los adolescentes:
Primera experiencia: Muchas veces los adultos en general piensan que los adolescentes no los “necesitan”, a esto voy a dar respuesta con dos experiencias concretas sucedidas en la misma escuela. La primera es una experiencia con el lema “ser importante”. Se les preguntó a los chicos entre otras cosas qué es ser importante, qué persona es importante para vos, cuándo fue la última vez que te dijeron que sos importante. Respuestas más frecuentes: por un lado, la persona más importante es: mamá, papá, abuelo (se mencionan adultos en todos los casos). Por otro lado, “no recuerdo porque creo que nunca me dijeron que era importante”.
Segunda experiencia: Trabajo con los “monstruos” de Berni en Artes Plásticas. Se les pide a los alumnos que piensen diversos “monstruos” y un grupo apunta: “El de la Ausencia”. Cuando la profesora indaga sobre esa elección y su significado, los chicos apuntan a la ausencia de los grandes, de los mayores y a sentirse en soledad frente a éstos.
Una experiencia que alerta el problema
Desde el espacio cultural El Lecturón, Belén Lamboglia y Pablo Bosch son dos comunicadores que abordaron el problema del bullying. Brindaron charlas sobre el tema en la localidad de Frank y elaboraron informes radiales sobre el mismo. Además, hicieron un informe con un relevamiento sobre el bullying en dicha localidad.
Una encuesta a 183 alumnos de 6° y 7° grado de la escuela primaria; y alumnos de 1° y 2° años de la escuela secundaria, arrojó como resultado que casi la totalidad de los consultados contaba con información sobre el bullying, pero sólo la mitad había abordado alguna vez el ciberbullying.
La mayoría de los consultados (80%) indicaron que habían participado en actividades escolares sobre estos temas. Y más de la mitad de los niños y niñas consultados respondieron que enfrentaron casos de bullying o ciberbullying (se presume que como testigos o víctimas).
Por último, los encuestados respondieron que la familia y la escuela son las principales referencias de los niños y niñas en caso de necesitar ayuda por un caso de bullying o ciberbullying.