Luciano Andreychuk
landreychuk@ellitoral.com
@landreychuk
El Dr. Martín Maillo es neumonólogo y alergista. Dijo que en el país hay sólo dos ciudades que miden la contaminación ambiental y esa información es clave para diseñar políticas públicas en salud respiratoria.
Luciano Andreychuk
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¿Cuál es la calidad del aire que respiramos cada segundo de cada una de las 24 horas de cada uno de los 365 días de un año? La pregunta parece un juego de palabras, pero es el disparador de una problemática que no es contemplada hoy en las políticas sanitarias locales. ¿Cuántos tóxicos ambientales, cuánta polución y monóxido de carbono inhala un ciudadano a diario? ¿Y cuán grave puede ser para su salud?
Este fue el eje de uno de los paneles que se realizaron en el marco del XX Congreso de la Asociación Toxicológica que se realizó, recientemente, en la Universidad Nacional del Litoral (UNL), un evento que reunió a investigadores y expertos para discutir sobre el impacto de los contaminantes urbano-ambientales sobre la salud humana, la ingesta de drogas legales (como cigarrillos) o estupefacientes, entre muchos otros temas vinculados a la toxicología.
Uno de los disertantes del congreso fue el Dr. Martín Maillo, neumonólogo y alergista santafesino (matrícula N° 3635), quien además es especialista en tabaquismo y dirige un instituto dedicado a tratar pacientes con adicción a la nicotina, con Epoc, asma u otras patologías más graves.
Maillo abordó la problemática de la contaminación ambiental y cuánto puede comprometer a la salud respiratoria. Dividió el tópico en dos áreas: los riesgos por exposición extradomiciliarios (urbanos) e intradomiciliarios (domésticos, como la presencia de hongos y bacterias).
Puntualmente sobre la contaminación urbana, explicó los impactos de la polución ambiental en las grandes ciudades, y la contaminación en la agroindustria (la exposición a productos químicos, como herbicidas o pesticidas, y a productos biológicos, como el polvillo de cereales en los silos, etc.).
“Hablamos de riesgos respecto de lo que respiramos y de las medidas a tomar para disminuirlos, insistiendo en que este tema debe ser una política de salud pública. Si consideramos la contaminación ambiental en todas sus formas, hay unas 3 millones de muertes al año en todo el mundo”, advirtió Maillo en diálogo con El Litoral.
El aire en las grandes urbes
En el país hay sólo dos ciudades donde se monitorea la contaminación ambiental: en Dock Sud (ciudad del partido de Avellaneda, Buenos Aires) y en Bahía Blanca (al sur de esa provincia). “Sólo allí hay equipos de medición de la calidad de aire. En el resto de país no se mide. Y todo lo que se pueda inferir es muy limitado. Donde no se mide hay escasos o nulos datos, no hay casuística. Y si no se sabe la calidad de aire que respira la gente en una ciudad, no se puede saber cuál es el impacto real que produce en la salud de la gente”, puso en contexto el especialista.
Y la ciudad de Santa Fe no escapa a esta situación. “Aquí, oficialmente no se puede determinar si la calidad del aire es buena, mala o muy mala. Del aire se miden siete componentes, que están determinados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), que debieran medirse para determinar qué estamos respirando. Esto tiene implicancias en el día a día, no sólo en el largo plazo (como se cree) de una población”, dijo Maillo.
Contar con información estadística hace la diferencia respecto de una ciudad atenta a la contaminación ambiental que genera. Si se vive en una zona polucionada donde esa contaminación se registra, una persona puede predecir cómo deberá cuidarse al salir a la calle. Pero al no tener información (en las ciudades donde se registran los niveles de polución, esa medición se puede seguir on line), no se pueden tomar recaudos.
Esto lleva a pensar en las responsabilidades de todo gobierno.
“Si supiéramos la calidad del aire, se podrían diseñar políticas públicas en salud en base a esa información. Pero en nuestro medio eso no existe. Lo ideal sería que en cada ciudad se conozca la calidad del aire que respiran sus ciudadanos. Y eso es responsabilidad de cada gobierno”, opinó.
El aire, al parecer, no se considera un derecho humano. “Cualquier ciudadano o ciudadana —prosiguió el neumonólogo— debiera tener el derecho de saber qué aire respira al salir a la calle, para saber cómo se tiene que cuidar, qué medidas preventivas debe tomar, etc. Aguas Santafesinas (Assa) reporta la calidad del agua que consumimos. Pero del aire no sabemos nada”.
En el mundo
En ciudades de Europa, la gente sale a la calle con máscaras si está aumentada la contaminación del aire, porque hay mediciones y advertencias. “En México DF, por ejemplo, si hay días donde aumenta la concentración de polulantes en el aire, se restringe la circulación vehicular. Esto también se hace en Santiago de Chile”, comparó Maillo.
Otro caso: en la ciudad de Los Ángeles (EE.UU), una de las ciudades más contaminadas del mundo, “se hicieron restricciones vehiculares en zonas centrales; restricciones a las industrias sobre la emisión de monóxido de carbono, y se fomentó el uso de vehículos ‘híbridos’ (eléctricos, con escasa cantidad de carga de nafta). Al ser eléctricos, no se contamina el aire”.
“En esa ciudad —explicó el especialista— hubo una clara política de salud al conocer que el aire que respiraban sus habitantes era de mala calidad. Disminuyeron con el paso de los años los casos de asma bronquial en niños, sólo con medidas de cuidado del aire ambiental. Acá no podemos hablar de eso porque no tenemos datos, pues no se mide el aire”.
Un bien de todos
El aire es un bien de toda la comunidad; hoy no sabemos qué respiramos y debiera ser el Gobierno quien lo mida, por supuesto. Y no es complicado. Puede haber gente a la que no le interese que se conozca los niveles de contaminación ambiental. Es una inversión a largo plazo, pero sería importante desde el punto de vista de la salud colectiva para ‘bajar’ mensajes de prevención comunitaria”, insistió.
Para Maillo, las políticas de movilidad son clave: promover el uso de vehículo no contaminantes (bicicleta); limitar en determinadas zonas la circulación de autos que usan combustión de diésel, y mejorar el servicio público (colectivos) para que haya menos autos. “Esto vale como recomendación de salud pública”, concluyó el especialista.