Viernes 4.2.2022
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Como relata Italo Calvino en las ciudades invisibles (1972): “De una ciudad, no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya”. Tres noticias de El Litoral nos permiten recortar una imagen de Santa Fe a comienzos de la década del ‘30. En ella habitan sucesos disonantes y una ciudad en movimiento.
En 1931, el cine sonoro había desembarcado hacía muy poco tiempo en Santa Fe. Sin embargo, aquí, allá y en todas partes del mundo, “Luces de la ciudad” de Charles Chaplin será la película más celebrada ese año. A disgusto de su director, técnicamente el film no forma parte del cine mudo, pues sincronizaba música y efectos de sonido, pero el diálogo se presentó con títulos. Rápidamente se hace eco, con una crítica mordaz, el escritor Luis Di Filippo, quien describe sarcásticamente una particular situación: “Hoy en día ciertos espectadores de Chaplin son aquellos que ven sus películas poniéndose previamente anteojeras filosóficas y exclaman ‘¡ah! la profundidad del payaso’. Impidiendo así la risa del público en general, que por temor al ridículo, en presencia de los doctos, no se permiten la espontánea carcajada”.
Archivo El Litoral D.RSon años de profundos cambios en el país y la provincia. En septiembre de 1930, la vida institucional y política argentina experimenta el primer golpe cívico-militar. Al año siguiente, el proyecto de un gobierno golpista y corporativista encabezado por José Felix Uriburu, daba muestras de agotamiento y la figura en ascenso de otro militar, Agustín P. Justo, parecía ser la respuesta frente a la experiencia yrigoyenista, que deseaba olvidar y borrar cierta parte de la sociedad por su creciente personalismo. A comienzos de ese año, Uriburu había visitado nuestra ciudad, fue recibido en el puerto de Santa Fe y agasajado en la Casa Gris por las autoridades provinciales. Días después, esa visita nacional, se pudo proyectar en los cines locales. Como se acostumbraba en aquellos años, en un intermedio entre película y película.
Fueron épocas doradas para la industria cinematográfica, el nacimiento del cine nacional y la apertura de nuevas salas de cine. En Santa Fe, se asiste a la inauguración de una segunda camada de salas, las primeras habían visto su esplendor en la década del ‘20 como Doré, Belgrano, Avenida, Empire y Esperancino. En 1931, abre sus puertas, en el oeste de la ciudad, el cine Apolo, con un equipo totalmente sonoro, sobre calle Santiago del Estero 3363. Bajo un estilo arquitectónico futurista y una capacidad de 1400 butacas, su constructor, Eduardo Aviazzi, desafió lo establecido con 10 palcos altos.
Por esos días, un trágico suceso policial estremece a la ciudad. En el café “La pequeña bolsa” propiedad de don Secundino Garcia, sobre la cortada Bustamante y Salta (hoy plaza del soldado) se baten en una pelea dos individuos con armas de fuego. Tras 11 tiros de revólver, José Bastos Mendez y Julio Livi Hernández fueron hospitalizados en el Hospital de la Caridad.
Archivo El Litoral D.RTranseúntes y empleados nocturnos del Mercado Central se tiraron cuerpo a tierra asustados y sin saber lo que estaba pasando, en plena noche, al interior del café, lugar predilecto por noctámbulos y bohemios se había producido una balacera.
Archivo El Litoral D.RHacia el sur de la cortada Bustamante está la entrada que conduce el paso del tranvía, allí, en una mesa redonda se encontraban cenando, en pleno jolgorio, Bastos Mendez junto a otros amigos. A la izquierda de esta mesa, se sientan Livi Hernández y un amigo.
Pasada la medianoche, el encargado del café advierte a los parroquianos que estaban por cerrar, mientras el resto de los empleados subían las sillas sobre las mesas dispuestos a terminar su jornada laboral e irse a descansar. Luego de una acalorada discusión y gritos, se escuchan disparos y Livi Hernández se toma el vientre y cae al suelo, mientras que Bastos Mendez no lograba estar en pie, cayendo frente a su adversario. La incógnita rodea este suceso. Frente al desenlace sangriento, nadie se explica la razón del enfrentamiento y todo se resume en una discusión acalorada bajo los efectos del alcohol.
Otro enfrentamiento que existía por aquellos años, aunque turbulento en el plano de lo simbólico, era la competencia entre el cine y el teatro. El sainete, género criollo y rioplatense por excelencia, se presentaba en el Teatro Municipal con la obra: “El conventillo del gavilán” del dramaturgo y letrista de tangos Alberto Vacarezza. Los sainetes son un lente muy poderoso para la historia cultural porque permite observar la construcción de imaginarios y representaciones colectivas. En la obra hay un uso intensivo y exagerado del lunfardo que no es inocente, además de una trama que muestra la vida sórdida y profana de las clases populares.
Archivo El Litoral D.RMuchas de estas palabras eran extrañas para un público de clase media y alta, al que le atraía la obra por un prejuicio estigmatizante. Desde principios del siglo XX, criollos e inmigrantes convivian en los conventillos. La mezcla de dialectos dio por resultado el lunfardo, jerga que los delincuentes de todo origen, no solo inmigrantes, usaban con frecuencia para no ser entendidos por la policía mientras planeaban los delitos.
Vacarezza, como autor decidió remarcar la idea de pertenencia a un mundo marginal y urbano, en donde la delincuencia formaba parte de las ciudades de principios del siglo XX y preocupaba a la clase dirigente del país. De esta manera, reforzó y creó una representación simbólica de las clases populares, un delincuente que transitaba las ciudades en crecimiento y ponía en peligro la seguridad de los ciudadanos.