El secreto del poema en un papelito que reveló toda la mística que atesora el Bar Tokio Norte
El tradicional café de la ciudad de Santa Fe estuvo cerrado casi un mes: su dueña tiene problemas auditivos. Pero la clientela es tan fiel que demostró su cariño hacia el lugar. Y un parroquiano muy especial le dedicó unos versos. "Ikigai", un corazón de colores dibujado por una niña y el tesón de doña Amelia, que pese a todo sigue sirviendo sus cortados.
El secreto del poema en un papelito que reveló toda la mística que atesora el Bar Tokio Norte
Amelia Higa hace un gesto como diciendo "espere", va y busca una pizarra con un fibrón al agua. "Escriba", señala con gesto lánguido: ha quedado sorda. Ahora se comunica así; pero también se hace entender de una forma humana que no necesita de palabras ni dichas ni escritas: sirviendo con una sonrisa su generoso café en las mesas de su bar, el Tokio Norte. Pero ella no está sola: la ayudan su sobrina y sus sobrinas nietas.
Por sus problemas auditivos debió cerrar el lugar el 17 de septiembre pasado. Este diario contó aquello. Casi un mes después el café volvió a abrir sus puertas, para gracia de los habituales parroquianos que ven en el Tokio Norte casi como una suerte de "Macondo", un lugar real pero que ofrece una hendija imaginaria hacia un espacio-tiempo de realismo mágico. Y en la reapertura, ocurrió algo: uno de esos habitués le escribió y dedicó un poema.
El cariñoso escrito se titula "Ikigai" y dice así: "Buen día Amelia / quiero el cortado de siempre con la medialuna salada / quiero la penumbra del Tokio / continuar con el soliloquio / entre la charla de la muchachada. Quiero sus altares de paño verde / donde los astros chocan el destino / al 'Neko' (N. Del R: el gato de la dueña) con su silencio oriental… / Y a la calidez de la patrona, de este templo santafesino, de este café-bar, ¡sin igual! Firma: J. C. B.".
Una de las ventanas del tradicional café que da a la Av. Rivadavia. Crédito: Flavio Raina
Esas iniciales... "¿Quién es el misterioso poeta que escribió tan lindos versos?", interroga el cronista a Amelia desde las letras apuradamente garabateadas en la pizarra. "¡Ah! ¡Es el doctor Juan Carlos Beltramino! Es un gesto muy lindo que me dejó, me hizo emocionar. Hace años que viene a tomar su café por las mañanas, es muy amoroso", revela la dueña del Tokio Norte, en diálogo con este medio. La mujer de 83 años se levanta y trae la copia original, de puño y letra, y la muestra con orgullo.
¿Y quién es el doctor Beltramino? Es un reconocido pediatra de la ciudad de Santa Fe. En diálogo con El Litoral, el médico confesó su cariño por el bar, un lugar "donde uno realmente se siente cómodo". "El café es muy bueno, pero lo más valioso es la atención de Amelia, que es fantástica. Ella es una persona sensible e inteligente".
El médico usa una de las mesas como una suerte de "oficina": lee y contesta mensajes mientras disfruta de su cortado. "Incluso desde hace unos años, al Tokio lo tomamos los pediatras de Santa Fe como lugar para hacer reuniones donde se discuten casos clínicos pero de forma distendida, y cada profesional cuenta experiencias valiosas con sus pacientes", contó.
Qué es Ikigai
Cuando el bar Tokio cumplió 100 años, Amelia le regaló a los parroquianos un platito de café alusivo al centenario y que tenía un símbolo japonés. "Cuando le pregunté qué significaba, ella me dijo 'Ikigai'. Los okinawenses, me explicó, son gente muy longeva. Ellos en esa región de Japón (de donde provinieron los familiares de Amelia; ella nació en la Argentina) sostienen que la longevidad tiene relación con el tipo de alimentación. Pero lo más importante de Ikigai es: 'Levantarse todos los días con un proyecto'", enfatizó Beltramino.
Además, el médico rememoró cómo dio con el Tokio: "En la década del ́80, yo iba a un bar que estaba ubicado en calle San Luis: 'Lalo Bar', a veces antes de dirigirme a mi consultorio. Cuando cerró, su dueño (Lalo Retamoso) me presentó a Amelia, y ahí empezamos a ir al Tokio Norte con él y con otros amigos. Mucha gente que ya no está entre nosotros...", lamentó.
"Empecé escribiendo mi pedido de siempre… Pero sentí que era poco, así que seguí escribiendo, y terminó siendo un pequeño poema", contó a este diario el doctor Beltramino. Flavio Raina
Misterio revelado
Al día siguiente de que falleciera Lalo Retamoso, Beltramino fue al Tokio Norte para encontrarse con otro amigo en común. Ahí se enteró de que el bar estaba cerrado, y le dijeron que Amelia había quedado completamente sorda. "Dudé de que volviera a abrir en un momento. Pero Amelia es una persona muy especial, siempre con muchos proyectos y energía, y lo volvió a abrir".
Con Amelia Higa sin poder escuchar, la recomendación a los clientes era que los pedidos se hicieran por escrito: "Ése fue el origen de todo. Empecé escribiendo lo que quería, mi cortado de siempre y la medialuna salada… Pero sentí que era poco, así que seguí escribiendo algunas cosas más, y terminó siendo un pequeño poema. Le saqué una foto a lo que había escrito y se la mandé a Hernán Retamoso, el hijo del querido Lalo. Hernán que es un gran creativo, hizo un video", elogió Beltramino.
Pero hay algo más: sobre el mostrador del bar se luce el dibujo de un corazón multicolor, rodeados de otros siete corazoncitos azules, verdes, rosados: "Para Amelia, por Clara". "Es Clarita Martínez, mi nieta. Cada tanto llevo a los nietos. A los de acá y a los que vienen de visita. Los más chicos juegan con el 'Neko' (el gato de la dueña). Joaquín, de 13 años, comenzó a agarrar el taco. Lo que pasa es que su 'nonno' no es un buen maestro", bromeó el médico pediatra.
Beltramino hace un tiempo escribió un libro y a la presentación la hizo en el bar: "Vino mucha gente ese día", rememora Higa. E invita a ir a ver las fotos, que están colgadas en una de las paredes, con otras que muestran las visitas de personalidades de la cultura, del espectáculo, del periodismo local, y que se entremezclan con otros recuerdos fotográficos, quizás lo más valiosos: los de sus afectos, amigos y parroquianos de siempre.
Volver a oír cuesta una fortuna
"Me tengo que hacer un implante para volver a escuchar. El precio es en dólares y cuesta una fortuna. ¡Están locos por lo que me quieren cobrar! Estoy indignada y tengo una bronca que ni le cuento… Pero no me quiero amargar. Encima no venden dólares, y piden el pago en esa moneda extranjera", se confiesa la dueña, y sí, con bronca y cierta tristeza.
"Neko", el gato, desde un rincón custodia celoso el bar como si perteneciera a la guardia pretoriana. Y la pizarra volvió a preguntar: ¿Cómo está de ánimo, Amelia? "Yo estoy bien. A estas alturas de mi vida no voy a andar haciéndome problemas. Me da bronca el asunto del costo (para volver a escuchar), pero es un rato y después se me va. No estoy pensando en esto todo el día. Haré lo que pueda, con ganas y proyectos siempre", muestra su convicción oriental. Claro: es el Ikigai, esa filosofía de vida de la que muchos deberían (deberíamos) aprender.