Es la madrugada y la ciudad duerme. En cambio hay dos puntos de la ciudad en los que las luces encendidas indican que hay gente bien despierta. Son dos polos. Uno es la Terapia Intensiva del Hospital José M. Cullen. Allí la luz es tenue y cálida; apacible. Las enfermeras asisten a los pacientes más graves afectados por el covid-19, el virus que generó la pandemia y puso en vilo al mundo entero. Al igual que los médicos, tienen un cansancio acumulado cada vez más grande. Es que desde marzo a la fecha atendieron a miles de pacientes y a algunos debieron despedirlos con la última mirada de vida, lejos de sus familiares.
El otro punto de la ciudad que no duerme tiene luces de colores y un ritmo que martillea las cabezas. Todos bailan bajo las estrellas con un vaso en la mano y una sonrisa dibujada. Muchos de esos jóvenes están terminando 4° ó 5° año del secundario y quieren festejar. Como no pudieron tener su fiesta soñada la hicieron clandestina. También hay adultos. Contrataron sonido, luces y hasta llevaron un generador eléctrico a un descampado sobre la laguna Setúbal, en la orilla de Colastiné Norte. Se enteraron de la joda por Instagram o por un Whatsapp. La mayoría no usa tapabocas ni mantiene la distancia social, comparten vasos y abrazos. Se los ve felices, en un desahogo después de un año de encierro.
Desde el comienzo de la pandemia murieron por covid 2.392 santafesinos (al 8 de diciembre). Otros 154 luchan hoy por su vida en la Terapia de los hospitales de la provincia. 14 de ellos lo hacen gracias a un respirador artificial. Son parte de los 155.292 casos positivos confirmados en las últimas 24 horas. Hace un mes atrás esa cifra diaria era de 2.431 casos. La curva sigue subiendo, la música también.
Los controles
Archivo El Litoral Desactivada. Imagen de un operativo en el que se logró frenar una fiesta clandestina, en julio pasado.
Desactivada. Imagen de un operativo en el que se logró frenar una fiesta clandestina, en julio pasado. Foto: Archivo El Litoral
Se acerca fin de año y el temor es que las fiestas clandestinas en la ciudad se repliquen. La misma preocupación gana al resto de la provincia. ¿Hay forma de evitarlas? "Esto tiene que ver con la responsabilidad individual y al mismo tiempo colectiva", dice Virginia Coudannes, al frente del Control municipal. "En cuanto al cuidado personal hay que volver al minuto cero de la pandemia", porque "pensamos que no nos va a tocar, pero si te toca, ponés el peligro a tu viejo, a tu abuelo y a quienes te rodean", agrega respecto de la prevención de contagios de Covid.
"Y sobre los controles (que realiza la Municipalidad) estamos permanentemente atentos a las denuncias de vecinos al 0800 777 5000, mientras que los inspectores monitorean las redes sociales para tratar de disuadir cualquier evento clandestino, y coordinamos tareas con la policía y la fiscalía", enumera Coudannes. "Podemos hacer todo esto pero si no se toma conciencia todo se complica".
Desde la reapertura de la nocturnidad en la ciudad, el 11 de junio, hubo más de 40 fiestas clandestinas desactivadas. "Es entendible que las juventudes necesitan las relaciones sociales, por eso el desafío está en los adultos, en poder transmitirles la conciencia del riesgo y que entiendan cómo deben actuar", reflexiona Coudannes, "para que no tengamos que tomar medidas restrictivas y perdamos las actividades que se habilitaron bajo estrictos protocolos".
Las fiestas clandestinas
"Las fiestas clandestinas se hacen desde el inicio de la pandemia", cuenta Jazmín, una adolescente de la cual se reserva su identidad. "La policía y el gobierno nos chupa un huevo, ya sabemos que vamos a seguir así (sin eventos) hasta el año que viene, así que no nos queda otra alternativa". Luego agrega: "Están terminando las fiestas de fin de cursado y ahora se vienen las de fin de año, no hay forma de pararlas". Y remata: "Los DJ's y algunos servicios también trabajan, no es sólo los adolescentes que contratan el servicio".
Además de los adultos que brindan esos servicios otro punto de tensión son los padres de los adolescentes. Ellos permiten (o al menos no impiden) que sus hijas e hijos vayan a las fiestas clandestinas. "Juli y las amigas están desatadas, no quieren saber más nada con la pandemia, como que ya fue... no entienden que el riesgo sigue presente. Creo que los chicos están muy cansados, justo ahora que se da la mayor cantidad de casos, pero ellos necesitan encontrarse... se perdieron muchas cosas este año ", cuenta desahuciada una madre (se reserva su identidad). "El Estado no los pueden contener y no ofrecen alternativa, ni siquiera sé si deberían ofrecer algo", reflexiona, invadida por la angustia. Su hija fue una de las que el fin de semana pasado asistió a una clandestina.
En medio de la fiesta alguien -un vecino, tal vez- alertó sobre el evento y cuando llegó la policía se armó el desbande. En la huida los adolescentes cruzaron mensajes y acordaron seguir la fiesta en el Parque Sur, a donde también cayó la policía para apagar la fiesta. En simultáneo era desactivada otra fiesta con unos 400 asistentes en el Parque Garay y algunas con menor cantidad de adolescentes en plazas y paseos, como la Pueyrredón.
Ya es mediados de diciembre y se van terminando las fiestas de fin de cursado. Se vienen las de fin de año. ¿Cómo se piensan controlar?, es la pregunta del millón. Y Coudannes responde: "Vamos a trabajar desde el control y la prevención. Estamos aguardando la normativa de Provincia para saber qué va a estar habilitado y qué no, y cuáles serán los horarios de bares y paradores. Cuando tengamos esas pautas planificaremos el resto".
En el Cullen no hay fiesta
La incidencia de casos de covid-19 en menores de 20 años en Argentina hasta el momento es superior a la registrada en otros países, aunque la evolución es mayoritariamente favorable, igual que en el resto del mundo. Esta puede ser quizá una explicación para entender por qué no toman conciencia del riesgo. Como tampoco entienden "que pueden transmitirle el virus a sus padres y abuelos, a quienes puede afectarlos en mayor medida", explica la enfermera Lorena Coronel, desde la Terapia del Cullen.
"Es difícil hacerle entender a un adolescente, pero a la hora de decidir ir o no a una fiesta tiene que pensar en su familia y el que tienen al lado, que está en mayor riesgo, para no perderlo", dice Coronel, quien trabaja desde hace 16 años en la Terapia del Cullen y hoy está al frente de ese servicio como referente. Además de exponerse al virus y trabajar a destajo ella también hace un esfuerzo extra -al igual que sus pares-, al cuidar a su niña de 8 años, que debe permanecer al cuidado de sus abuelos. "El agotamiento físico y mental se está sintiendo, por momento nos sentimos desbordados. Últimamente estamos recibiendo pacientes de riesgo adultos mayores y hay una sobreocupación de camas", advierte.
"En el Cullen hoy tenemos 11 pacientes internados en UTI Covid, que requieren respiración mecánica y oxigenación de auto flujo, más otro área Covid con 7 pacientes más, a los que se suman los 12 pacientes no Covid que están en la Terapia y requieren la misma atención, porque con esto de las salidas y habilitaciones nocturnas aparecieron heridos de armas de fuego y de accidentes", describe la enfermera.
"Se otorgaron libertades para salir a los bares, aparecieron las fiestas clandestinas, y la gente dejó de tomar conciencia de la situación porque no está de este lado. Una no puede revelar el secreto profesional pero hay que saber que acá estamos luchando a todo pulmón por la vida de las personas, y muchas veces no tenemos éxito", dice Coronel y cuenta luego su peor experiencia de la pandemia. "Hace unos días atrás una paciente sacó una foto de su nieta, me la mostró y me contó que era su cumpleaños. A las dos horas se me murió -dice-. Su marido también estaba en la Terapia y su hijo, también con Covid. Nos toca ser la última persona con la que dialogan antes de partir. ¿Cómo hacemos para concientizar de todo esto a los adolescentes, cansados del encierro?", se pregunta.
Mientras tanto la música suena cada vez más fuerte y las clandestinas prometen replicarse hacia fin de año y durante el resto del verano. Los esfuerzos por evitarlas parecen infructuosos. Las autoridades gubernamentales y sobre todo sanitarias lo repiten todo el tiempo: distanciamiento social, tapabocas, lavado de manos, y evitar las reuniones masivas. Hasta que llegue la vacuna y la música de la pandemia se apague.