Con valores del humanismo cristiano, el Colegio Mayor Universitario celebra 70 años en Santa Fe
La institución fundada en 1954 por Ernesto Leyendecker es madre del Movimiento Los Sin Techo. “La vida en comunidad, el compartir, la empatía y el perdón, son algunas de las enseñanzas que se mantienen pese al devenir histórico”, dice Mateo Vidal, ex residente. Organizan un reencuentro para el 12 y 13 de octubre.
Con valores del humanismo cristiano, el Colegio Mayor Universitario celebra 70 años en Santa Fe
Octubre es un mes el mes elegido para la celebración por los miembros del Colegio Mayor Universitario de Santa Fe (CMU). Es que el 6 de julio pasado la institución cumplió 70 años de vida en la ciudad y lo van a festejar con una gran reunión prevista para el próximo sábado 12 y domingo 13. El evento será una gran excusa “para encontrarnos y compartir nuestras experiencias comunes y en cierta forma es un momento para reconocer que hemos sido y somos una marca registrada en la ciudad de Santa Fe, reconocidos por nuestro compromiso con la educación, la pluralidad y la inclusión social”, expresaron desde el CMU.
Desde su fundación, el Colegio Mayor Universitario ha sido un faro de formación y trasmisión de un estilo de vida para los jóvenes universitarios. Inspirados por figuras como el padre Ernesto Leyendecker y el padre Atilio Rosso, "hemos mantenido un compromiso con el humanismo y solidaridad social", recalca su actual rector, José Ambrosino.
"A lo largo de los años, hemos enfrentado desafíos políticos, sociales y económicos, pero siempre hemos mantenido nuestra esencia. Somos una comunidad que valora la libertad, la excelencia académica, el amor al prójimo, la solidaridad y la salvación", expresa Ambrosino. "Este año, al celebrar nuestros 70 años, es importante recordar que nuestra labor no ha terminado. Seguimos comprometidos con la formación de los jóvenes universitarios y con la causa de Los Sin Techo, trabajando para construir un mundo más humano, justo y equitativo", dice quien a su vez es referente principal del Movimiento.
Histórica. El día de la inauguración de casa del CMU, en la década del ‘50. Quien bendice el lugar es Mons. Fasolino; a su derecha, Leyendecker. Gentileza.
-¿Cuál es la misión que tienen en estos tiempos?
-Analizamos día a día la realidad y nos ponemos al servicio de los indigentes, que son los que menos tienen. Tenemos 10 áreas de trabajo, de las cuales cinco son educativas y de formación, y sirven para tratar de zafar de la opresión de la dirigencia que nos arrastra a la pobreza. Contamos con la acción del voluntariado universitario. Y los formamos, porque sabemos que el que tiene la “manija” de la posible solución social es el sector no pobre, el científico, tecnológico e industrial, que es a donde van a ir a parar todos estos jóvenes universitarios. Por otro lado nos dedicamos a aliviar a diario el impacto de la pobreza y el hambre.
-¿Qué horizonte avizoran en la realidad social que impera?
-Analizamos la situación y las corrientes de pensamiento imperantes y, por nuestra formación religiosa y cristina a través de la cual la justicia social es el instrumento fundamental, orientamos a los jóvenes a salvar la acción del servicio laico en pos de esa justicia social, para solucionar los problemas más urgentes. Lamentablemente, este gobierno nacional puso en tela de juicio la justicia social, a la que la calificó como una atrocidad. Nosotros reivindicamos la justicia social. La solución no llegará cuando rebose de la riqueza sino cuando haya decisión política de distribuirla. Hay que hacerlo ya. Nadie puede recibir menos que lo que la canasta básica alimenticia indica, que hoy son unos $400 mil. Los que sufren no tienen tiempo para esperar.
"La solución no llegará cuando rebose de la riqueza sino cuando haya decisión política de distribuirla", dice Ambrosino. Archivo El Litoral
A través del Movimiento Los Sin Techo, la organización promueve la inclusión social. Lo hacen mediante líneas de trabajo educativo, alimentario, de salud y vivienda, entre otras. Las casitas de material reemplazaron gran parte de los ranchos que habían sido levantados en todo el cordón oeste de la periferia de la ciudad. A lo largo de las últimas décadas son más de 9 mil las familias beneficiadas. A ello se le suman otras obras de infraestructura urbana, los comedores, centros de salud y educativos.
Barrio Jesuita, donde se levantaron algunas de las casitas de LST. Archivo El Litoral
Reencuentro
“A pesar de las dificultades económicas y de cualquier adversidad que enfrentemos, los 70 años del Colegio Mayor Universitario nos convoca su celebración. Como un tributo a los que han contribuido a su historia y como una oportunidad para renovar nuestro compromiso con los valores que nos definen”, dice más adelante Ambrosino a quienes de uno u otro modo forman parte de la historia del CMU. Por esto los invita a unirse en la próxima celebración del aniversario “a los de antes, a los de ahora y a los de siempre, con la certeza de que cada momento a compartir será una ocasión para celebrar nuestra comunidad, nuestra historia y nuestro futuro”.
El recuerdo del cura Atilio Rosso. Archivo El Litoral
Bajo el lema del “amor y libertad”, dicha celebración se llevará a cabo el sábado 12 de octubre desde las 11 horas en la casa central del CMU, San Jerónimo 3328 de Santa Fe. Está prevista una exposición de fotos y videos de la historia de la institución, intercambio de vivencias, una picada y desde las 16, un responso en la capilla, para finalizar la jornada desde las 20, con un acto académico y artístico en el Teatro Municipal. Mientras que el domingo 13, la celebración se trasladará a la quinta que tiene la institución en Monte Vera (Ruta 2 – Km 18), con un almuerzo desde las 11 de la mañana.
Archivo El Litoral
Los orígenes del Colegio Mayor Universitario
Por Mateo Vidal*
A mediados del siglo XX, la ciudad de Santa Fe constituía uno de los principales focos de concentración de estudiantes universitarios provenientes de toda la región. La presencia de la facultad de Derecho, de Ingeniería Química, de institutos de formación docente y el Curso de Contadores de Santa Fe (antecesor de la actual Facultad de Ciencias Económicas de la UNL), atrajo a jóvenes del interior ávidos por educación de calidad. Hacia fines de los cincuenta, producto de la lucha entre la libre y la laica (1958), se incorpora a las ofertas de formación, la Universidad Católica de Santa Fe.
La disputa entre “la laica o la libre”, refiere al conflicto durante el gobierno de Frondizi a partir de la autorización a las universidades privadas de emitir títulos habilitantes. La discusión se originó a fines de 1955, con el Decreto N°6403 que establecía - entre otras medidas - la habilitación de universidades privadas. En Santa Fe, la disputa se vio reflejada en numerosos conflictos entre los estudiantes reformistas y ateneístas, con toma de facultades, manifestaciones y enfrentamientos.
La ciudad en aquel entonces ofrecía una multiplicidad de ofertas culturales y actividades; para muchos, probablemente se trató de la “edad de oro” santafesina. En este contexto de efervescencia estudiantil, Ernesto Leyendecker observó una ausencia: la falta de propuestas y espacios para los estudiantes católicos en el ámbito universitario.
En 1948, con el interés de hacer frente al anticlericalismo en la universidad, Leyendecker impulsó la fundación del Ateneo Universitario. A su vez, en 1954 se fundó el Colegio Mayor Universitario, no sólo con la finalidad de brindar alojamiento al estudiantado, sino también de complementar la formación académica con saberes fundados en los valores del humanismo cristiano.
A partir de sus viajes formativos, Leyendecker conoce y aprende sobre los colegios mayores europeos. “Había estudiado cuidadosamente la historia de la institución universitaria desde sus orígenes medievales y transmitía a los estudiantes un renovado sentido de esta tradición occidental del espíritu universitario”, dice Julio De Zan (Revista de Filosofía de Santa Fe, 1999).
El surgimiento de ambos responde a un contexto particular. Para comprender sus orígenes, irremediablemente debemos tener en consideración ciertos aspectos previos. Ambos organismos tuvieron como finalidad ofrecer alternativas de militancia, alojamiento, formación y pertenencia a los estudiantes católicos de Santa Fe. Esta misión evangelizadora sólo se puede comprender si la enmarcamos al interior de un proceso mucho mayor, que excede al Ateneo y al Colegio Mayor.
La Iglesia Católica de finales del siglo XIX y principios del siglo XX se había propuesto recuperar y acrecentar su presencia en diferentes ámbitos de la vida social. Producto de la modernidad, las sociedades se habían transformado de forma acelerada, y la Iglesia comenzó a percibir un creciente desencanto y distanciamiento de la sociedad con la vida religiosa. De allí la necesidad de reinventarse, adaptarse y encontrar los medios para llevar nuevamente el mensaje católico a todos los sectores sociales.
Al respecto, Verónica Giménez señala que “la idea de formar un movimiento de laicos unificado y sometido a la jerarquía está en el aire en los ambientes católicos de principios del siglo XX” (Sociabilidades de los laicos en el catolicismo en la Argentina, 2005). Es a partir de este clima de ideas, que se origina un organismo de especial relevancia para nuestra historia: la Acción Católica (1931). A través de esta modalidad de intervención en lo social, la Iglesia se proponía impulsar un catolicismo marcado por el compromiso con la evangelización del conjunto de la sociedad. En palabras de Fortunato Mallinaci (Catolicismos, sociedad y modernidades en América Latina, 2024), se aspiró desde la Iglesia a la formación de católicos militantes, más que meramente practicantes. De este modo, se conseguiría llevar el mensaje religioso a todos los aspectos de la vida cotidiana y, fundamentalmente, expandir su presencia en los sectores populares e intelectuales.
No obstante, hacia los años cuarenta la Acción Católica -debido a fricciones entre bases y jerarquía- había mostrado señales de agotamiento. Sumado a las fricciones internas, las estructuras de la Acción Católica habían revelado ser insuficientes para cubrir la totalidad de los espacios sociales. De allí la aparición de nuevas propuestas con el fin de evangelizar diferentes ramas específicas de actividad. En este sentido, no resulta casual el surgimiento tanto del Ateneo como del Colegio Mayor; ambos, por cierto, fuertemente hermanados con la Acción Católica. En conjunto, estas instituciones brindaron espacios y herramientas al estudiantado universitario católico que permitieron su organización y movilización en la vida universitaria santafesina. En palabras de un ex residente y referente de la primera hora en la institución “Ateneo, Colegio Mayor y Acción Católica Universitaria es una mezcla, son tres patas de la misma cosa en Santa Fe, en la universidad de esos momentos”.
Del mismo modo, tampoco resulta extraño -durante los ‘50 y ‘60- el surgimiento de una multiplicidad de Colegios y agrupaciones católicas en otras localidades universitarias como, por ejemplo, en ciudad de Córdoba o en Resistencia, Chaco. Instituciones similares, con la misma misión e impronta, dirigidas por diferentes sacerdotes. Algunas de ellas perviven hasta nuestros días, sobreponiéndose a los avatares de la historia.
Es importante poder conocer nuestra historia y reconocer nuestros orígenes, ya que es lo que nos define. Nuestro ADN; nuestra identidad. A lo largo de los últimos 70 años, el Colegio se ha ido transformando a la par de la sociedad en su conjunto. Cada momento histórico, ha tenido al Colegio como un protagonista fundamental en la sociabilidad estudiantil universitaria santafesina: desde las peripecias durante el segundo gobierno del peronismo, cuyo clima de conflictividad política y social, sus repercusiones en el espacio santafesino y en el Colegio en particular, ya han sido ampliamente trabajadas en otras oportunidades; pasando por la generación del sesenta, marcada por la renovación de la Iglesia y la politización de la sociedad (Giménez, 2005); los setenta, con su escalada de la violencia, la persecución política y la dictadura más sangrienta de nuestra historia; hasta llegar finalmente a una nueva etapa institucional, marcada por la democracia y el vuelco hacia el trabajo con los sectores más vulnerados, desprotegidos y postergados de nuestra sociedad, de la mano del Movimiento Los Sin Techo. Sin lugar a dudas, la aparición del Movimiento durante los ochenta a partir de la iniciativa de Atilio Rosso significó un punto de inflexión para el Colegio Mayor. Del mismo modo que para los cincuenta y sesenta, no podemos pensar al Colegio sin referir necesariamente a la Acción Católica y al Ateneo Universitario; no podemos pensar en el Colegio de las últimas décadas sin el Movimiento, pues “son patas de una misma cosa”.
70 años de existencia sin experimentar transformaciones no es posible ni deseable. El Colegio no es la excepción. No se puede sustraer del resto de la sociedad. Sin embargo, si observamos con detenimiento cada momento de su historia, aún allí donde a simple vista se manifiestan claras diferencias entre una generación y otra, las continuidades son igual de evidentes. Desde los primeros compases de su existencia, el Colegio se ha caracterizado por la incansable búsqueda de complementar la formación académica de sus residentes con otro orden de saberes. Más allá de un evidente proceso de “laicización” producto de los vaivenes de la historia, la raigambre católica de la institución ha pervivido al paso del tiempo e impregna toda la sociabilidad en su interior. La vida en comunidad, el compartir, la empatía, el perdón, son algunas de las enseñanzas del Colegio que se mantienen pese al devenir histórico. Así también, el ideal de formar profesionales con conciencia social, que no sean apáticos a las problemáticas de su entorno ni conformistas; profesionales que luchen contra las injusticias y que contribuyan desde su área de conocimiento al bienestar del conjunto social. En este sentido, podemos afirmar que han cambiado muchas cosas en estos 70 años… pero la esencia del Colegio Mayor sigue intacta desde el primer día.
Mientras haya vida, su mensaje será transmitido de generación en generación, marcando el camino a la juventud universitaria.