Exactamente 133 años atrás, en 1891, hubo una Santa Fe que ya no existe. Por aquel entonces las gentes se movía a caballo o en carretas; las calles, con suerte, estaban adoquinadas; remontar barriletes estaba prohibido; las Casas de Tolerancia (burdeles) estaban severamente reguladas, y los pobres debían estar registrados en la Municipalidad para poder mendigar.
En 1891 no había aún cinematógrafos, ni radios, ni mucho menos televisión. Sólo existía la prensa escrita. O sea que el entretenimiento popular se apoyaba principalmente sobre las espaldas de las artes teatrales. También en los bailes, las ferias y las kermeses; pero no mucho más.
Como las representaciones teatrales empezaban a multiplicarse, las libertades individuales y colectivas también. Pero no tanto: una ordenanza de aquel año, la Municipalidad creó una Comisión Censora de las obras que se presentaran en el teatro, y que debía estar integrada por tres personas.
Función
¿Cuál era la función de los censores? Revisar las obras teatrales que se pongan en escena, e informar al municipio cuando se haya prohibido una determinada representación, porque en su argumento o en su lenguaje “se ofendan las buenas costumbres, los dogmas de la Iglesia o se pretenda alterar la tranquilidad pública”.
Una escena de la obra teatral “El Errante”. La foto es sólo ilustrativa. Crédito: Archivo El Litoral
Pero no sólo eso: no podía representarse en el teatro ninguna obra que no tuviese la aprobación de la Comisión Censora; y si un empresario lo permitía, sobre éste recaía penas dinerarias, e incluso algunos días en el calabozo.
A dicha comisión, que debía velar por la observancia de la moral y las buenas costumbres y los dogmas católicos, apostólicos y romanos, correspondía “proceder contra los actores que, en la ejecución de la pieza teatral alteren su argumento o su lenguaje, y ofendan con acciones indecentes del decoro público”, subraya el artículo 4 de aquella ordenanza.
El actor o el empresario que se considera agraviado porque la Comisión Censora le prohibió una representación teatral, tenía la opción de apelar al Concejo Municipal de Santa Fe en el término de cinco días. El Legislativo de aquel entonces debía tomar el recurso en consideración y resolver definitivamente.
Anarquismo y socialismo
Esta disposición municipal de censura, avalada por el Concejo, no es antojadiza ni inocente. Una primera hipótesis es que hace unos 130 años, con la explosión de la prensa escrita. Pero no sólo crecían exponencialmente las tiradas de los diarios porteños.
La industria editorial fue un elemento central de propaganda de muchos esquemas de difusión políticos y gremiales por fuera de la cultura letrada, como el caso de la prensa anarquista o socialista a finales del siglo XIX. Esas corrientes ideológicas permeaban en el imaginario popular de la época, y encontraban fuertes resistencias en los gobiernos de línea conservadora.
El criollismo
Por otro lado y como una segunda hipótesis, el teatro en la Argentina empezó a desarrollarse retomando la temática criollista. Esto se dio, justamente en las últimas dos décadas del siglo XIX, como explica Adolfo Prieto en su libro “El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna” (Ed. Sudamericana, 1988).
La aparición de títulos como “El Gaucho Martín Fierro”, “Juan Moreira”, “El Jorobado”, “Hormiga Negra”, “El tigre de Quequén y Juan Cuello” o “Enriqueta La Criolla” (entre muchos otros, sólo se citan los ejemplos más representativos), ofrecían una nueva narrativa para los sectores populares, que tampoco caía bien en las clases dominantes.
“Manipulado, usado y requerido desde tantas instancias de la vida colectiva, el criollismo fue combatido, en su propio nombre, en el nombre de los fenómenos que representaba, o en la cabeza de algunos de los instrumentos que parecía representar”, describe Prieto (op. cit., p. 167).
El denominado “circo criollo” a finales del siglo XIX y principios del XX combinaba formas de diferentes disciplinas dramáticas: la farsa, la parodia, el grotesco, el monólogo socialmente crítico, el lunfardismo, la pantomima e incluso la picaresca.
El teatro argentino en sus orígenes retoma entonces estas representaciones, pero estos elementos, a los ojos de las autoridades, eran censurables. Y esto pasaba tanto en Buenos Aires como en el resto de las ciudades en desarrollo, como Santa Fe.
Un tal Moreira
La primera obra del teatro nacional -según los expertos en crítica e historia teatral- fue “Juan Moreira” de Eduardo Gutiérrez, creado junto al empresario José Podestá en 1879. Es, claro, teatro criollista o gauchesco nativista. Un teatro que habla de la identidad del pueblo.
“Calandria” (1898), de Martiniano Leguizamón fue la legitimación del gaucho nativista. El 21 de mayo de 1896 la compañía de Podestá-Scotti representó dicha obra en el Teatro Victoria de Buenos Aires, documenta el Archivo General de la Nación.