De la Redacción de El Litoral
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La ciudad de Santa Fe cuenta con 12 kilómetros de rieles ferroviarios, por los que circulan -al menos- dos trenes por día. Pertenecen al Belgrano Cargas: una de las formaciones proviene del norte (Chaco o Salta) y la otra de San Justo, con destino a Rosario.
En su recorrido urbano -que comienza en Moreno y Lamadrid y llega hasta French y Dorrego- existen 28 pasos a nivel. Ninguno cuenta con el tradicional sistema de barreras. Para advertir la circulación del tren, banderilleros del Belgrano Cargas se valen de linternas, silbatos y banderas. Pero esto se realiza sólo en los pasos a nivel más importantes, como los de las avenidas.
“Lo único que hay es esa cruz blanca, pero no siempre hay alguien avisando que está por pasar el tren”, comentó Adriana Ricca, en el cruce de 1° Junta y Lamadrid. En cambio, a una cuadra de ahí, donde la vía atraviesa Mendoza, un hombre que vive pegado al ferrocarril aseguró que hay banderilleros que paran el tránsito. “Se los ve bien porque usan ropa fluorescente y tienen banderas rojas. Además, unos 200 metros antes del cruce, el tren empieza a tocar bocina”, comentó Mario Britos.
En Larrea y Dorrego, un cruce habilitado hace poco, no hay señales ni banderilleros. “A veces el tren toca bocina. La camioneta con el banderillero se para en Javier de la Rosa y en Galicia, pero acá no”, contó Pedro Agustín Deblo.
En las últimas décadas, cuando comenzó a disminuir la circulación de trenes, se eliminaron las barreras que fueron reemplazadas -en los cruces más importantes- por los banderilleros. Estos empleados no se limitan a este trabajo, sino que desempeñan otras tareas y, ante la llegada de un tren, toman la posta en algunos cruces clave.
“Todos los pasos a nivel que hay en la ciudad necesitan una barrera y guarda como mínimo. Pero no se respeta el reglamento y, a veces, ni siquiera hay cruces de San Andrés. El transeúnte está desprotegido”, denunció Atilio Giordano, ex inspector de vías, que trabajó durante 41 años en el ferrocarril.
Asimismo, este hombre remarcó que “no puede haber edificaciones cerca de las vías” y que “esta zona tiene que estar delimitada: con un vallado, un tejido o muros”. Nada de eso se cumple en la ciudad. “No importa si sólo circulan dos trenes por día, lo que importa es la gente que cruza por ahí. El riesgo siempre está. Para algo existen las leyes del ferrocarril”, concluyó el ex ferroviario.
Vivir pegado a la vía
Las cosas no cambiaron desde octubre del año pasado, cuando El Litoral recorrió los 12 km de vías. En Santa Rosa de Lima, El Chaqueño y La Lona, la cercanía al ferrocarril sigue siendo crítica, ya que existen viviendas pegadas a los rieles, pese a que la resolución 7/81 de la Secretaría de Transporte de la Nación regula la distancia mínima en cinco metros.
“Los chicos suelen jugar sobre la vía. Te da miedo porque ves que el tren les pasa por al lado. Desde Mendoza hasta Suipacha hay casas pegadas a la vía”, comentó Adriana Ricca, mamá de dos nenes, que saben que no tienen que jugar en ese lugar.
Los vecinos están acostumbrados a esta situación y algunos toman sus recaudos. “Es difícil que los chicos anden en la vía. Yo tengo cuatro hijos y además cuido a los del vecino. Ellos ya saben que no tienen que ir por donde pasa el tren”, explicó Britos, cuya vivienda está pegada a las vías de Gaboto y Mendoza.
“Yo tengo mis nietos, pero nunca salen a la vía. No los dejamos jugar ahí, sobre todo cuando son bebés y no saben del peligro. No es sólo responsabilidad del tren que pasa, sino de los padres que tienen que cuidarlos”, comentó Gladys Cóceres, que vive a escasos metros de donde falleció -en octubre del año pasado- Abigail Palomé, arrollada por un tren.
Gladys reconoce que esta muerte marcó un antecedente. “Desde el accidente de la nenita, se tomaron medidas para anunciar más claramente la llegada del tren. Primero viene la camioneta, se para en Güemes y, además, el tren viene tocando bocina y circula a una velocidad más moderada. Lástima que tuvo que pasar eso para que tomen más precauciones”, refirió la mujer.
Mientras El Litoral conversaba con la mujer, los vecinos iban y venían por las vías. Por la tarde, el lugar se llena de chicos que juegan entre los rieles.