Nicolás Loyarte | nloyarte@ellitoral.com
En su primera entrevista a fondo con El Litoral, habló de “lo difícil que se torna llegar a fin de mes, es una realidad que todos sufrimos y palpamos”. Hizo un repaso por los temas coyunturales como el aborto, la ESI y el vínculo entre la Iglesia y el Estado. La anecdótica revelación sobre su vocación sacerdotal.
Nicolás Loyarte | nloyarte@ellitoral.com
Monseñor Sergio Alfredo Fenoy es rosarino, tiene 59 años, y llegó a Santa Fe en junio pasado —asumió en la festividad de Guadalupe—, tras la designación papal conocida en el mes de abril. Se transformó así en el quinto arzobispo de la sede episcopal santafesina y sucedió a Mons. José María Arancedo. Antes fue obispo de San Miguel (Bs As). Se ordenó sacerdote en diciembre de 1983, con la vuelta de la democracia, y pertenece al clero diocesano de Rosario. Luego estudió en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, Italia. Regresó al país para transformarse en obispo auxiliar de Rosario de 1999 a 2006, antes de ser designado en San Miguel. Pasó los últimos cinco meses en la ciudad sin hablar con El Litoral, pese a las insistentes requisitorias periodísticas de este medio. Ahora, abrió sus puertas, a fondo y sin evitar preguntas.
—Pasaron cinco meses desde que arribó a Santa Fe, ¿por qué no habló antes con la prensa?
—Yo no estoy siempre disponible, no porque no quiera sino porque tengo obligaciones, reuniones, misas o audiencias. Algunos se molestan porque no me encuentran, pero es por esa agenda. Tampoco tengo un vocero ni equipo de prensa, sería bueno y lo estoy pensando. Además, pareciera que el obispo tiene que hablar de todo y saber de todo. Y muchas veces no estoy informado o no sé de ciertos temas, entonces es preferible que hable quien sepa de cada tema. Sé que alguno se molestó por mi silencio pero no quiero ocultar nada, no me da el cuero, lo siento mucho. Ustedes tuvieron paciencia y aquí están.
—El silencio da lugar al mito. En la ciudad, se dice que usted está enfermo. ¿Qué hay de cierto?
—Yo no tengo buena salud, sufro cuestiones crónicas desde hace años, como diabetes, hipertensión y problemas de tiroides desde cuando vivía en Roma. Mi primera operación fue en 1990. Sobrevivo. Pero mis problemas de salud no impiden mi actividad pastoral, salvo los días que sufro cólicos.
—Aclarado lo anterior, ¿cuál quiere que sea su primer mensaje a la comunidad santafesina?
—Después de cinco meses de estar aquí, quiero reforzar lo que dije cuando llegué. Vengo con mucho gusto, con la experiencia vivida, pero soy distinto a Mons. Arancedo, a quien admiro profundamente. Continúo las cosas buenas que hizo en la diócesis y también tengo mi perspectiva pastoral y mis sueños.
—¿Cómo define su perspectiva pastoral?
—Yo soy un cura, mi pasión es anunciar a Jesús y al Evangelio. La circunstancia me puso en este lugar pero yo me siento un cura, un pastor. Sé que el obispo tiene relevancia pública pero mi perfil es sacerdotal. Y mi deseo es avanzar en la evangelización.
—¿Por qué se hizo cura?
—Ese clic se llama vocación. Recibí de mi familia valores importantísimos: el trabajo, la fidelidad y la honestidad, pero no la fe. A los 10 años, le pedí a mis padres hacer la catequesis, no nació de ellos. Nunca fui a colegios confesionales pero quedé impactado una vez que visité el Seminario junto a los miembros de la parroquia de mi barrio. Cuando lo dije en mi casa me respondieron: “No lo compartimos, pero te apoyamos”. A los 17 años ingresé al Seminario, y allí terminé la secundaria. En aquellos tiempos la inmigración venía muy herida.
Entonces cuando despertó mi vocación mi familia no tenía fe, luego se fueron abriendo un poquito. Pero en aquel entonces ellos me dejaron obrar con gran libertad, no lo vieron como una amenaza. Cuando hay un ideal fuerte, entusiasma. Vi que podía ofrecer mi vida a Jesús para anunciarlo. Y nunca tuve una duda vocacional, aunque todavía me asombro a diario de que soy cura. Es el asombro de la vida.
—¿Qué encontró en Santa Fe?
—Para mí fue volver a la provincia. Yo tenía una imagen de la ciudad con gente muy respetuosa y educada. Confirmo esa imagen de serenidad, que es un valor de la sociedad santafesina. Veo una gran bondad en su gente. Hay afabilidad e interés, y me llega. Entonces, me siento cómodo y apreciado. Y con las autoridades, el trato es muy respetuoso. No pude tener muchas audiencias con actores sociales porque me he reservado para conocer y establecer un diálogo con los sacerdotes. No es que no quiera, es que hasta ahora me dio hasta acá.
—La Iglesia santafesina tiene una herida todavía abierta por el caso Storni, ¿lo percibió?
—Está. No sé si lo siento, pero está y aparece en los diálogos con los sacerdotes. Creo que sin ocultar ni negar, me parece que Santa Fe tiene que seguir para adelante. No podemos quedarnos fijos en un momento de la vida. A mí me han pasado experiencias dolorosas, se ha muerto toda la gente que quería. Pero si me quedo con eso ¿en qué se transforma mi vida? Entonces, debemos aprender de lo vivido, tomar nota de las experiencias, tratar de subsanar lo que se pueda y tirar para adelante. Apuntemos a otra cosa, a lo que la Iglesia santafesina puede hacer.
—Hay artículos periodísticos en los que se lo menciona como un sacerdote de confianza del Papa Francisco, ¿es así?
—Es exagerado, en el buen sentido lo digo. El vínculo lo tengo desde que soy obispo; siempre fue de mucho respeto, escucho sus palabras, sus consejos. En los ’80, cuando era seminarista, le mandé una carta expresando una duda vocacional al Provincial de los jesuitas, que era él. En ese entonces, me sorprendió mucho porque me respondió personalmente. Conservé mucho tiempo esa carta, hoy no la tengo, pero me quedó ese gesto. Luego él predicó mi retiro espiritual para la ordenación episcopal. Se lo pedí en el ’99, así que el vínculo viene de mucho tiempo atrás. Pero no lo conocía personalmente. Entonces, viajé a Buenos Aires aquellos días y él me predicó, me acompañaba en las reuniones. Después, cuando fui electo secretario de la Conferencia Episcopal Argentina, acompañé dos años a Mons. Mirás y luego tres años al cardenal Bergoglio, como presidentes. Ahí, trabajamos más tiempo juntos y nos conocimos. Me preguntan si soy amigo y digo que me gustaría, pero no puedo arrogarme ese título. Creo que me tiene mucho afecto personal, me ha mostrado su preocupación, y yo también le tengo mucho afecto y aprecio su enseñanza.
—¿Visitó a Francisco en el Vaticano?
—Sí, lo he visitado varias veces, la última fue en junio cuando recibí el palio por mi designación como arzobispo de Santa Fe. Él siempre me da un tiempito para poder hablar, alguna vez me ha llamado por teléfono a mi celular, pero eso lo ha hecho hasta con su diariero, así que es moneda corriente y probablemente aprecie más a su diariero (risas). Es un contacto de mucho aprecio pero con mucho respeto. Yo puedo abrir mi corazón con él pero no sé si existe esa reciprocidad que da la amistad. Ahora, tengo previsto visitarlo junto al resto de los obispos a fines de abril próximo.
Definiciones sobre los temas del momento: Aborto, relación Iglesia-Estado y ESI
Durante la entrevista con El Litoral, el arzobispo respondió con firmeza sobre todos los temas coyunturales, como el debate por el aborto legal, seguro y gratuito; la relación de la Iglesia y el Estado; la educación sexual y el matrimonio igualitario.
—El proyecto de aborto legal, seguro y gratuito promete un nuevo debate el año próximo, ¿cuál es su rol?
—Cuando llegué a la diócesis, Mons. Arancedo había conformado un equipo por la vida, que es el sostén pastoral de ese tema. Me reuní con ellos, acompañamos a nuestra comunidad y he participado de alguna marcha porque creo que la democracia da esta posibilidad. No lo hice confesionalmente sino como un ciudadano que quería manifestarse. Siempre con mucho respeto, porque soy pastor de todos, no sólo de los católicos bautizados. No con la pretensión de entrometerme en su vida pero sí con la disponibilidad de estar abierto al diálogo y al servicio. Hay temas más sencillos de dialogar y otros en los que es más difícil llegar a un consenso, pero la madurez y el respeto evitan la agresión. El debate provocó una grieta y malestar pero no debemos tratarnos como enemigos.
—Lamentablemente, ello no ocurre, incluso acá, frente al Arzobispado, hubo violentos incidentes...
—Ése es el riesgo. Cuando un conflicto no se llega a solucionar con consenso y diálogo sino con la confrontación agresiva suele terminar en actitudes violentas de todas las partes. Por ello, ante la conflictividad siempre es mejor el diálogo, el consenso y la paz social, porque lo otro siempre deja heridas. Creo firmemente que el aborto nunca es una solución, sino un drama, que lo he palpado muchas veces como sacerdote, y hay que prevenirlo. Toda vida es un don de Dios y hay que ingeniárselas para protegerla. Las otras soluciones parecen prácticas y expeditivas, pero dejan profundas huellas.
—Usted en su momento hizo público su rechazo a la ley de matrimonio igualitario. Viéndolo a la distancia, ¿revisó su postura?
—No veo que haya cambiado nada. También a este tema lo trato con el mayor de los respetos. Para nosotros (la Iglesia) las cosas son como son: el matrimonio está definido desde la creación, como Dios lo ha querido. No creo que se pueda dar el mismo título con la misma entidad a otro tipo de unión. Pero creo que debemos ser muy respetuosos de la condición homosexual. A mí me gusta definir a la persona como persona amada por Dios y redimida por Jesucristo, y no por su condición, aunque el otro se defina. Partamos de lo que tenemos en común, luego podemos disentir, pero no hay que rotular.
—Los obispos decidieron renunciar en forma progresiva al aporte económico del Estado, ¿qué alcance tendrá esto?
—La decisión de renunciar a ese aporte económico da mayor transparencia. A veces, la prensa, por economizar palabras, dice “el sueldo de los obispos”. Nunca fue un sueldo, sino una asignación de la que el obispo libremente disponía. En su gran mayoría, era para sostener la curia, la educación de los seminaristas, obras de evangelización, para sostener la presencia en parroquias de frontera o en dificultad, con una función social, y no un sueldo a título personal, si bien nos lo daban a nuestro nombre. El Estado está para servir al bien común, pero hay otra dimensión que es la trascendente, para mí religiosa y para otro espiritual. Si el Estado se ocupa del fútbol como una dimensión lúdica también debe preocuparse de esto. Porque si no quiere decir que Dios no tiene más nada que ver en la sociedad, la cultura, ése es el riesgo. El Estado sigue obligado a sostener la dimensión espiritual y trascendente de la persona. No será económicamente, pero deberá ser de otra forma.
—En Santa Fe, hay comunidades educativas que rechazan la Educación Sexual Integral, tal como fue planteada...
—Primero, creo que la educación sexual es un bien. La Iglesia y la sociedad han ido tomando mayor conciencia de esto. Antes era un tema tabú. Quien recibe educación es libre y puede decidir. No hay que tener miedo a la educación sexual. Ocurre que la sexualidad es tan maravillosa que no se agota en sí misma, no es sólo prevenir enfermedades ni técnicas para prevenir embarazos. Nosotros insistimos en una educación sexual que no se agote en evitar los riesgos, sino que sea progresiva e interdisciplinar, que se tenga en cuenta la edad evolutiva y la afectividad. ¿Se puede dar todo a todos? No. La sexualidad se la desprestigia cuando se la quiere tratar tan livianamente. Es una obra de arte que Dios ha hecho en nosotros para expresar el amor, generar la vida y se puede vivir con mucha felicidad. Creo que la Iglesia en otro momento no ha sabido decirlo con las palabras apropiadas y se nos puso en el prejuicio que estamos “en contra de”. Pedimos que se pueda educar desde la libertad religiosa de las instituciones educativas y la libertad de conciencia, respetando a los padres. Si ellos eligen una escuela, ésta es subsidiaria, y deben ser respetados.
—Por último, este fin de año vuelven a aparecer fantasmas de conflicto social debido a la crisis económica que sufre la gente, ¿qué perciben ustedes en los barrios?
—Percibo lo que todos nos damos cuenta: una situación difícil. Cuesta vivir. No el costo económico, sino en tantos sentidos. Lo social es mucho más que lo económico. La inflación la sufren los que menos tienen, la falta de trabajo, de oportunidades, el recorte en todo, lo difícil que se torna llegar a fin de mes, es una realidad que todos sufrimos y palpamos. Allí, debemos apuntar nuestra preocupación como argentinos, creyentes o no. Por la gente que más sufre, debemos unirnos y dejar de lado las diferencias. De esto, se sale juntos. No se trata de ver quién va a vencer o sobrevivir sobre el cadáver del otro. De una crisis profunda se sale juntos. No hay secreto, esto es esfuerzo, unidad y solidaridad. Primero, de quien es responsable del bien común, todos los dirigentes. Debemos comprometernos. Todos debemos escuchar el grito de los que están sufriendo. Cada uno de acuerdo de su condición y su conciencia.
—Usted atravesó la crisis de 2001 en una Rosario “caliente”, ¿hay puntos de comparación con esta realidad?
—En Argentina las crisis son cíclicas, todas se parecen en algo y todas son distintas. Es simplista decir “es igual a...”. Creo que ésta es la que nos toca y es muy seria, no hay que minimizarla y la debemos enfrentar con mucha seriedad. La Iglesia aporta desde toda la asistencia social que podemos dar y la contención.