Silvia Villaggi de Vittori
svillaggi@ellitoral.com
Nadie pide que las autoridades tomen el lugar que los padres abandonaron. Nadie pretende que suplanten la educación que dejó de darse en las escuelas. Lo que sí puede y debe hacer la autoridad es asegurar que los derechos de los ciudadanos no sean pisoteados.
Entre la Nochebuena y la madrugada del 25, los vecinos de la Costanera y la rotonda en Guadalupe sufrieron las consecuencias del desborde de cientos de jóvenes saturados de alcohol. Allí, mujeres y varones, convirtieron jardines, veredas, puertas y cuanto rincón estuviese a mano, en baños a cielo abierto y en lugares para aspirar sustancias a la vista de todos, sin el menor pudor.
La bronca se sumó al asco cuando por la mañana, los vecinos -hartos de tanta situación reiterada- tuvieron que limpiar orines, excrementos y vómitos de extraños.
Que “los derechos de uno terminan donde comienzan los del otro” parece un lugar común, una entelequia en la Argentina de estos días en la que todo es posible, y donde cualquier esfuerzo para que los ciudadanos se apropien de “su” lugar y estén orgullosos de él, parece insuficiente. Lamentablemente, esta vez Santa Fe no fue una excepción.
Si se exige el pago casi confiscatorio de una fotomulta que registra apenas unos kilómetros más de los permitidos, con la misma vara deberían medirse las conductas en sitios públicos donde conviven la diversión de unos y el pretendido sosiego de otros.
Si un conductor con unas copas de más es un riesgo potencial, lo es también quien camina borracho o drogado, ajeno a toda conducta civilizada; quien se mueve en moto a contramano sin casco, o quien arremete con un cuatriciclo contra un grupo de personas; sin importar qué edades tengan.
Si bien la ingesta de alcohol y drogas entre los jóvenes es un fenómeno globalizado; en otros lugares -algunos no lejanos de esta ciudad-, las autoridades, sin entrar en complejos análisis de causas, aseguran a quienes no participan de la diversión, sus derechos a la seguridad y a no ser molestados.
El dejar zonas libradas a la autorregulación de una multitud, que estará circulando hasta que el sol apriete, es jugar a cara o cruz la probabilidad de incidentes graves. Y si el azar no resultara favorable, lamentos y justificaciones sonarán como argumentos huecos en boca de quienes no supieron o no quisieron tomar las necesarias medidas de prevención.