Luciano Andreychuk
landreychuk@ellitoral.com
“¿Sabés lo que me respondió un conductor hace unos días? ‘Papá, ¿para qué te voy a comprar flores si le regalé un nicho a mi mujer pero no lo quiere usar?’. Yo me morí de la risa. Ésa es la onda, va y viene”.
A Carlos Rodríguez (35), en pareja, siete hijos, lo trajo la necesidad de supervivencia, y también la primavera. Está en la esquina de 25 de Mayo y bulevar Pellegrini, y cada semáforo en rojo le da el changüí de ganar la moneda para llenar la olla: vende flores zigzagueando entre los autos.
Pero Carlos, quizás por sentido de la supervivencia, quizás por un atributo de labia, tiene un as bajo la manga: el arte del buen chamuyo comercial. Una estrategia de marketing simple y silvestre, pero tan efectiva que descolocaría a cualquier publicista, de ésos que cobran miles al año.
“Señor, usted tiene cara de ser romántico”, interpela a los conductores. “Señor, Leo Mattioli, que en paz descanse, un poroto a su lado. Usted tiene cara de ser el más romántico de la ciudad”. “Señor, su señora tiene ganas de que le regale unas fresias. Mírela, mírele la cara”, insiste, ante la sonrisa de quien conduce el auto, y el rubor inevitable de la mujer que lo acompaña.
De esas frases, Carlos tiene un arsenal. Y al que le responde que no, que no quiere flores, el florista, astuto, le deja picando una inquietud: “Señor, mire que el amor es una plantita que hay que regar todos los días, ¿eh? Regalar una flor ayuda”. Otra vez, la sonrisa del conductor y de su pareja. Pero la frase queda picando. Siempre cuesta y hasta molesta conceder a la razón. Las flores ayudan al amor, está comprobado. Y más en primavera. Cuando los conductores van solos, Carlos les dice con picardía: “Muchachos, miren que con una flor se limpia todo... Quedan 0 km.”.
El secreto
“Siempre con respeto. Y con una sonrisa y una frase que tenga gancho. Ésa es la clave. Y siempre decir ‘Gracias, que Dios lo bendiga’ ”, devela su secreto el florista a El Litoral. “Siempre con respeto”, recalca, como para que quede claro. Otra estrategia: ofrecerles a todos, a todos. Carlos Rodríguez debe ser el único florista sobre la Tierra que le ofreció flores a dos agentes de Gendarmería Nacional. Estaban en moto, uniformados como Robocops esperando que el semáforo dé verde. Se quedaron mirándolo.
Que vende, vende. Claveles, fresias, rosas, astromelias. Tiene ocho bocas que alimentar, que lo esperan en una casita humilde de Barranquitas Oeste, “o Barranquitas City”, bromea el florista. Se la rebusca así, vendiendo flores, porque no tiene otro trabajo. Carlos Rodríguez es uno más entre los cientos de vendedores informales que hay en la ciudad.
En el informe Santa Fe Cómo Vamos 2008-2011 —que elaboró la Municipalidad junto con la Bolsa de Comercio local—, se cita una definición demoledora sobre la precariedad laboral. Esta situación “supone inestabilidad, inseguridad y vulnerabilidad social y económica (...). Se relaciona con la insuficiencia de ingresos, la ausencia de beneficios sociales (aportes jubilatorios, vacaciones pagas, aguinaldo) o la inestabilidad laboral”. El ingreso es por lo general inferior al salario mínimo, vital y móvil.
El mismo informe —que compendia las últimas estadísticas disponibles— indica que en el aglomerado del Gran Santa Fe hay una tasa de precariedad laboral cercana al 30% (al segundo semestre de 2011). Carlos Rodríguez es una pequeña porción de ese porcentaje, como tantos otros trabajadores informales de la ciudad y la zona.
“Ahora con la primavera, tengo que hacer la diferencia”, se embala el florista. Dice que los precios de las flores aumentaron, pero que trata de traer los precios más baratos para no espantar a los clientes.
De pronto el semáforo se pone en rojo y ahí sale corriendo Carlos, con un arsenal de frases en su cabeza, a zigzaguear entre los autos. Hay que ganar la moneda.