La región central de Argentina, y Santa Fe no es la excepción, está siendo afectada por una intensa ola de calor que hace subir las máximas hasta los 40 grados o más, dependiendo la zona en cuestión.
En enero de 1929, como en la actualidad, la capital provincial fue azotada por jornadas de altas temperaturas, la máxima llegó a 41,5°. Una crónica de aquellos tiempos, con el pesar de una ciudadanía agobiada.
La región central de Argentina, y Santa Fe no es la excepción, está siendo afectada por una intensa ola de calor que hace subir las máximas hasta los 40 grados o más, dependiendo la zona en cuestión.
Las autoridades recomiendan buena hidratación, no estar expuestos al sol y en lo posible permanecer en lugares frescos. Al mismo tiempo, aconsejan un uso responsable de la energía, sobre todo con los aires acondicionados en 24° para evitar la sobrecarga de un sistema ya golpeado.
Con este panorama de calor extremo, surge la pregunta: ¿Cómo se atravesaban las altas temperaturas en la ciudad de Santa Fe a principios de siglo XX, sin aires acondicionados ni piscinas?
La respuesta se puede encontrar en las ediciones impresas de los diarios de los años ‘20 y ‘30. Por ejemplo, El Orden publicó una crónica en enero de 1929 que bien podría haberse editado en la actualidad: “Ayer hemos vivido bajo el terrible azote calcinante de 41,5° a la sombra”, fue el título elegido.
Ese artículo tuvo un genial primer párrafo: “La gente se derrite, se disuelve...”. Luego describen el inusual panorama. “41 grados legítimos y terribles marcaron ayer todos los termómetros de funcionamiento regular que tenemos en la ciudad”, agregaron.
“La ciudad vive bajo una ola de calor sofocante, asfixiante, y la más grande preocupación, el único motivo de las conversaciones, es el calor, el calor y el calor”, bromeaban en el vetusto diario santafesino.
Sin aires ni piletas, la solución parecía estar en la Setúbal pero...”Se busca estérilmente el ventilador, la heladera, la fresca ‘viruta’ de los árboles, etc. y ¡nada!. Salimos a la calle, caminamos, corremos, respiramos desesperadamente a pleno pulmón; buscamos en veloz automóvil el refugio otras veces amable de Guadalupe, nuestra villa veraniega, y todo resulta ineficaz, pobre, asfixiante, aplastador”, describía El Orden en 1929.
En otro tramo de la crónica, el diario santafesino detalla: “Las plazas, los lugares públicos que podían ofrecer algún alivio a tan dolorosa situación fueron materialmente invadidos por quienes no tenían en sus casas sitio más propicio donde contrarrestar los efectos de las temperaturas y los bares tuvieron su apogeo en ese trance de buscar un refrigerio”.
Estaba claro. La capital provincial era un horno y los refugios para atravesar la ola de altas temperaturas escaseaban. “Esperemos, no obstante, que una lluvia bienhechora y tonificante que se anuncia por boca de tantos ‘giles’ como andan por ahí, venga a poner fin a cada tragedia que nos han echado encima los 41,5° grados a la sombra”, proseguía el citado períodico.
El citado artículo también hacía referencia al mal pasar de “personajes” de la ciudad. Comerciantes, vigilantes, jornaleros, y “atorrantes”, cada uno (según detalló El Orden) sufría el calor a su manera, algunos con pérdidas económicas otros menos preocupantes. “¡Qué tipo fresco el atorrante que duerme en las plazas con cuarenta grados a la sombra”, se mofaba el diario. Diferente situación padecían los verduleros, quienes “han tenido un día fatal” al perder mucha de su mercadería, según contó el citado periódico.