Luciano Andreychuk
Salió con sólo 25 dólares en su bolsillo de Venezuela. Es divulgador astronómico: viajó durante meses haciendo dedo, ofreciendo sus saberes a escuelas a cambio de "pasar la gorra" o de un lugar para dormir. Llegó a Ushuaia para ver el eclipse de luna. En breve estará en Rosario y Santa Fe.
Luciano Andreychuk
Hay un cielo pero también hay miles. Por ejemplo, hay uno en Buenos Aires; pero es difícil de apreciar por las enormes luminarias, los carteles de neón y los rascacielos desde donde los ventanales vomitan esa luz tornasolada de los televisores. En otras grandes urbes, algo parecido. Después está el cielo del Calafate, que de tan limpio deja ver la Cruz del Sur y algunas constelaciones imposibles de descubrir desde otros puntos cardinales. Ni que hablar del cielo de Ushuaia.
Cuando Bryant González Vásquez (31) se fue de su Venezuela natal un 4 de octubre de 2017, con apenas 25 dólares en su bolsillo, una mochila, un aparato telescópico y no mucho más, se convirtió allí, en ese instante y quizás sin saberlo del todo, en un perseguidor de cielos perfectos. Su fanatismo y sus conocimientos por la astronomía -adquiridos en gran parte de forma autodidacta-, lo convencieron de que el mundo es demasiado chico y los cielos son -bueno, pues- demasiados.
Todo esto le marcó el Norte, o mejor dicho el Sur. Es que desde el país bolivariano bajó por el mapa continental a Colombia, Bolivia, Perú; Paraguay, Brasil, Uruguay, Argentina. En los primeros meses, su modus vivendi era hacer dedo para seguir viaje y, al llegar a algún poblado, ofrecer sin compromiso sus conocimientos astronómicos en escuelas, talleres, museos, centros de observación, y a las comunidades mismas. Sólo a cambio de hospedaje, un plato de comida y "pasar la gorra".
Pero hubo un cielo que quizás haya sido de lo más extraordinario que vio el joven. Fue en el Salar de Uyuni, Bolivia. Estaba acampando con un amigo, con quien fue a observar las estrellas con su telescopio y tomar fotografías. Sin darse cuenta se alejaron demasiado de la carpa, y quedaron en plena oscuridad, en una noche sin luna, con cuatro grados bajo cero: estaban perdidos. "Pese al temor que nos dio, nunca dejamos de mirar las estrellas. Ese cielo fue ¡Wow! Algo sublime", dice sonriendo González Vásquez, desde un modesto y económico hostal de Capital Federal, que es donde está hoy.
"Ahora me tengo que poner a pensar bien qué voy a hacer los próximos meses. Todo es planificación", explica a El Litoral. Nada de a tontas y a locas. La única certeza que tiene es que vendrá en breve a Rosario, y luego a Santa Fe capital: "Tengo muchas ganas de ver cómo está quedando el CODE y de reunirme con el 'profe' Jorge Coghlan. Cuento con grandes amigos allá".
A Bryant le surgió una posibilidad laboral en el Calafate, en junio del año pasado. Lo convocaron, por sus saberes y experticia, a ser guía en una agencia "astroturística": los asistentes (la gran mayoría extranjeros) eran llevados en visitas nocturnas a lugares puntuales para ver y conocer las maravillas del cielo. La empresa le pagó el avión hasta esa ciudad de Santa Cruz.
Trabajó durante siete meses, lo que le permitió juntar un "fondito económico" para sustentarse mejor. Fue su primer empleo formal después de haber "mochileado" y viajado por cuatro años.
Y la Patagonia argentina lo fue enamorando. "Allí, basta con que te alejes 20 kilómetros de cualquier ciudad para que te encuentres con un cielo brillante y espectacular", asegura el divulgador. Y como le quedaba un mes extra para "turistear" por toda la zona patagónica, aprovechó para ver el eclipse de sol, el 30 de abril pasado.
"Y ya qué estábamos en el baile, me propuse llegar hasta Ushuaia para ver el eclipse de luna. De paso, aproveché para enseñar astronomía en colegios y comunidades", agrega. Pero el entusiasmo lo empujaba más: hizo una convocatoria pública para formar grupos e ir a observar el eclipse lunar, en el letrero de Ushuaia, en la plaza que está frente al Canal de Beagle, con su telescopio. Los curiosos (incluso periodistas y fotógrafos) se sumaron.
El joven dejó de hacer dedo y de vivir la aventura mochilera para movilizarse cuando llegó la pandemia, que lo tomó por sorpresa en Uruguay. Estando allí, ni siquiera pudo conocer ese país. No pudo seguir viajando, replantear sus estrategias. "¿Sabes? Imagínate quién: te iba a levantar en una ruta en medio de una pandemia, con toda la gente con miedo", rememora.
Y luego, en la post pandemia, lo llamaron para hacer ese trabajo en el Calafate. "Pero el ruedo mochilero es algo que estoy pensando retomar. Mi idea próxima es conocer a dedo Uruguay, quizás en un tramo corto... Pues debo evaluar mis objetivos siempre al corto plazo. La misión de seguir enseñando y divulgando la astronomía es lo que más me entusiasma siempre", subraya.
La vida mochilera no se reduce a una suerte de libertad indómita, acaso poética. El viaje es un proceso de aprendizaje permanente respecto de las personas y las culturas que se conocen: es una experiencia transformadora. Pero aparecen tensiones internas: "Siempre aparece la idea de: 'Es hora de sentar cabeza...'. Pero al mismo tiempo, está ese bichito de viajar", confiesa González Vásquez.
La filosofía de viajar, además, enseña a ser desapegado. "Esto es, tener conciencia de lo maravilloso que es conocer lugares y personas y llegar a quererlas, incluso enamorarte de alguien, pero al mismo tiempo saber que un día te irás, y no te puedes aferrar al ciento por ciento. Es complejo; por ejemplo, me encantaría viajar a África, Asia, Europa, pero también quisiera tener una base. Irme y tener donde volver. Y hasta que no me establezca, sigo siendo un migrante, un trotamundos".
Siempre está esa otra enseñanza: la solidaridad del prójimo. "Hubo momentos en que me quedé sin dinero, sin lugar donde dormir, a la intemperie. Y en esas situaciones aparecía esa 'estrellita', esa mano tendida que me ofrecía un plato de comida caliente, o unos pesos como ayuda para mí", agradece González Vásquez. Viajar es también aprender ese sentido recíproco de solidaridad y empatía que tanta falta hace por estos días.