Maximiliano Roque Monzón nació el 28 de diciembre de 1981 en Buenos Aires. Tiene 37 años. Es “Maxi”, el Monzón del que muchos hablan, pero pocos conocen. Es el hijo de Alicia Muñiz y Carlos Monzón. Hasta los 6 años vivió con ellos, sin saber que el destino lo enfrentaría a situaciones muy duras y extremas, francamente difíciles, que lo llevarían, a una edad muy temprana y de manera prematura, a crecer y vivir sin sus padres, ya que fue criado por sus abuelos maternos, Alba y Héctor.
Primero perdió a su madre (14 de febrero de 1988), en un hecho luctuoso y de alta exposición en los medios periodísticos, el que actualmente es considerado como el primer femicidio mediático de Argentina, y por el que fue encontrado culpable su padre, quien fue juzgado, condenado y puesto en prisión. Al poco tiempo, solo siete años después (8 de enero de 1995), también se quedó sin su progenitor, ex campeón mundial de boxeo, muerto en un accidente de auto cuando estaba a meses de recibir la libertad condicional.
“Maxi” estuvo días atrás en Santa Fe, donde, entre otras cosas, visitó la tumba de su padre y accedió a dialogar con este medio.
— Cuando vos eras chiquito decías “Mi mamá está en el cielo... ¿Y papá?” A esa situación, que contiene una carga emotiva muy fuerte y que marcó tu vida ¿cómo hiciste para sobrellevarla? ¿Cómo lograste asimilar eso, siendo apenas un chico y luego un adolescente?
— La verdad es que fue complicado, como se dieron las cosas y en el momento que ocurrieron. No fue fácil. Lo sentí como un golpe a mi integridad personal. Cuando uno se entera que es el hijo de una persona que dejó su marca en el deporte y un pasado tan determinante, no es fácil. De chico yo me daba cuenta que mi papá era importante y muy querido. Cuando nací, él ya no peleaba, pero eso que representaba se percibía, claro. Y hasta que pasa lo que pasa a mí me gustaba el boxeo. Tenía presente el boxeo en casa y hasta creo que lo hubiera practicado, pero todo lo que pasó después produjo un quiebre en ese mundo que yo imaginaba.
— ¿A medida que crecías y te encontrabas con esas dos realidades bien marcadas, respecto a tu mamá y tu papá, cómo vislumbrabas tu futuro? ¿Te planteabas la posibilidad de acercarte a él, sentías que, a pesar de lo ocurrido, se merecía una oportunidad como padre y vos una como hijo?
— Eso tiene que ver con lo anterior, porque mi padre muere cuando empezaba mi vida como adolescente. Los dos murieron en etapas muy importantes para mí y para todas las personas. Mi madre cuando estoy a punto de iniciar el primer grado y mi padre antes que empiece primer año. Los sicólogos dicen que esos son dos de los momentos más trascendentes para cualquiera, porque a los 6 años se necesita mucho a la madre y a los 13 mucho al padre. Y yo lo sentí de esa manera. Fue durísimo, en lo emocional y en todo lo que me pasaba.
— ¿Dentro de la doble percepción de la figura de tu papá, que es muy querido por sus logros deportivos, pero a la vez rechazado por el episodio ligado a la muerte de tu mamá, vos te sentís como prisionero, como “a mitad de camino”? ¿O crees que el hecho de la muerte de tu padre ya zanjó esa diferencia?
— Cuando muere mi padre se me generó una contradicción muy grande. Por un lado, había sido juzgado por lo que había hecho y estaba preso. Pero, por otro, al morirse observo la reacción de mucha gente a su favor y parece que cambia todo. Es complicado de explicar, porque surge ante mí la imagen del boxeador. Y en eso, él fue algo serio. He visto videos de sus peleas y la verdad es que era como una máquina de pelear, un ganador nato, muy dueño de sí mismo. Yo no sé mucho de boxeo, pero se puede observar que él daba la seguridad de que iba a ganar siempre. Incluso muchos me lo han dicho.
— Frente al televisor, tu papá generaba dos sensaciones opuestas: se lo consideraba un campeón casi indestructible, pero se “alambraba” lo mismo, porque era mucha la expectativa generada con cada una de sus peleas. Como decía don Amílcar Brusa, “se paralizaba el país para verlo”.
— Sí, muchas personas me lo dijeron también, que un montón de gente lo seguía por televisión y se ponía muy contenta con sus triunfos. Y eso está bueno. A mí me tocó la parte medio mala, cuando estuvo preso y fue juzgado, entonces se hace difícil comprender lo otro que pasaba con él... me refiero a esa reacción de la gente a su favor.
— ¿Vos querías verlo cuando eras chico, cuando él estaba preso?
— La cabeza me daba para muy poco, esa es la verdad. Justo cuando él fallece yo me empezaba a plantear algunas cosas, empezaba a crecer. Entonces quedaron muchas deudas pendientes. Después la vida te lleva por tu camino, te hace trabajar, realizar tus cosas y con el tiempo es como que logré correrme un poco del lugar de hijo de Monzón. No fue fácil, porque cuando nací ya estaban las cámaras alrededor y era por eso, era el hijo de Monzón.
— ¿Y cómo fue tu adolescencia?
— Crecí pensando que el que tenía problemas muy graves era yo solo, pero después conocí a mucha gente a la que le pasaba lo mismo que a mí. Y que todos teníamos historias tremendas, en algunos casos de mucha violencia. Y justamente, conocer a otras personas con los mismos problemas, a lo largo de mi vida, me demostró que no era como creía. Al principio, al estar rodeado de lo mediático, pensaba que era el centro de los problemas y que era algo que sólo me pasaba a mí. Y no era así.
— En ese tiempo viniste por primera vez a Santa Fe y conociste a tu otra familia, el lado paterno, los Monzón, tus hermanos. ¿Venir a Santa Fe te hizo bien? ¿Te hace bien?
— Hoy en día sí, la verdad que sí. Pero yo antes tenía un montón de problemas, por la muerte de mis padres y por otras cosas. La primera vez que llegué acá, en 2002, tenía mis fobias, mucha ansiedad. Tenía 20 años y cosas por resolver. Con el tiempo, de a poquito, con terapia, las fui solucionando.
— ¿Todavía vivís en una institución que te contiene?
— Ahora no, pero no dejo de ir a ese lugar por una cuestión de contención y comprensión. Me chequeo, voy a terapia. Me hace bien.
— ¿Sentís que ese pasado que te llevó a buscar contención ha quedado atrás, que estás mejor?
— Sí, estoy un poco mejor, pero es una lucha de todos los días. No me puedo confiar, porque drogas y sustancias hay por todos lados. Por eso voy, fundamentalmente por una cuestión de contención.
Archivo El Litoral Trascendencia. Maxi fue descubriendo de a poco la leyenda boxística de su papá, muchas veces ligada a personajes de fama mundial, como el actor Alian Delón. Aquí, el astro francés y Monzón acompañados por Agustín Chiquito Uleriche.Trascendencia. “Maxi” fue descubriendo de a poco la leyenda boxística de su papá, muchas veces ligada a personajes de fama mundial, como el actor Alian Delón. Aquí, el astro francés y Monzón acompañados por Agustín “Chiquito” Uleriche.Foto: Archivo El Litoral
— ¿Dentro de la respuesta que vos le das a ese problema y le fuiste dando todos estos años, te sentís cada vez más fuerte? ¿Qué te está faltando, un trabajo, una ocupación?
— Mis objetivos apuntan a eso, a tener un poco más de tranquilidad en el tema económico. He estudiado cine, he hecho teatro.
— Bueno, el cine también estuvo ligado a la vida de tu padre, incluso en la faz deportiva.
— Sí, Alain Delon financió algunas de sus peleas, por ejemplo. Era como el Brad Pitt francés de aquel tiempo y promovía su carrera. Eso era algo muy fuerte, de ese tipo de cosas que agigantan la leyenda del Monzón deportista. ¿Entonces, cómo hace una persona como él para asimilar todo lo que le ocurre? Por eso digo que su vida estuvo llena de matices. Él tenía sólo hasta segundo grado completo y de pronto logra tanto. Eso genera hasta admiración, es para destacar.
— ¿Allí surge el sentimiento favorable hacia él, al comprender lo que consiguió?
— El otro día charlaba ese tema con alguien. Los puños fueron las herramientas que tenía mi padre para lograr algo en este mundo y eso no es fácil. Cuando a mí me tocó salir al mundo, tener que trabajar y enfrentarme con la realidad, no fue sencillo. Y él a través del boxeo alcanzó muchas cosas. Es admirable, cualquier persona te lo diría, porque además de tener sus condiciones iba para el frente, era muy profesional. Muchas veces un boxeador sale campeón y se duerme en los laureles. Él no, salió campeón y siguió adelante, hizo catorce defensas. Fue evolucionando, hasta alcanzar una carrera inigualable. Ahí está el por qué Monzón no fue un boxeador más. Era muy frío sobre el ring. Lo que mostraba arriba del cuadrilátero era para sacarse el sombrero. Como dicen de Gardel, a mi padre uno lo ve pelear y parece que cada vez pelea mejor.
— Su forma de pelear hasta motivó un cuento imperdible de Julio Cortázar.
— A mí, cosas así me enorgullecen. Lo hablé muchas veces, incluso con mi familia. Hay que separar las cosas, porque a mi padre se le exigía que se comporte como si hubiese estudiado en Harvard y sabemos que no fue así.
— ¿Y en ese contexto, la frase “Carlos Monzón, campeón mundial y femicida”, qué te genera?
— Es un tema muy delicado. Yo sé que hay muchas mujeres que fueron víctimas de la violencia. Mi viejo está muerto. Tenía sus limitaciones. Yo entiendo a las chicas, es un tema delicado, repito, pero él ya está muerto.
— ¿Tenés ganas de que el nombre de tu padre se reivindique, se deje de usar y se respete, como mínimo, el gran deportista que fue?
— En cierto modo sí. Lo que más tengo es ganas de afrontar mi vida lo mejor posible, vivir todo lo que pueda. Yo sé que si mi viejo estuviera vivo tendríamos una buena relación, porque me quería mucho y me hablaba. Pero también pude tomar cierta distancia respecto a su imagen, porque no era cualquier cosa. Fue un campeón muy respetado, pero tuve que correrme un poco de la figura de mi padre y no está mal. Viajo en subte, en colectivo, me relaciono con personas. También trabajé en la producción de la miniserie sobre su historia y fue bueno. Conocí a gente que te habla de lo que fue papá, como Carlos Irusta. Lo complicado, y de lo que me costó salir es del lugar en el que a veces te quieren poner.
— ¿Te referís a algunos medios de Buenos Aires? ¿No ayudan en ese sentido?
— No, no ayudan, para nada. Son bravos. De hecho yo prefiero no mirar televisión de allá. Han dicho barbaridades, entre ellas que yo me travestía y cosas por el estilo. Puedo hablar de eso, pero prefiero no hacerlo y hablar de aquellas personas que me hacen ver una perspectiva de vida mucho mejor.
— ¿Cosas como esas que dicen te duelen? ¿Te dan bronca?
— Más que dolerme, me molestan. Pero lo más grave es cuando te empiezan a acosar mucho. Te ponen la cámara encima y se vuelven complicados, porque la prensa amarillista tiene la tendencia de agarrarse de toda una historia para ensuciar las cosas, para embarrar la cancha. Yo con esos medios tengo una postura muy fuerte tomada, porque hacen esas cosas para que reaccione y no pienso hacerlo. Ya abandoné la etapa del enojo, lo tomo como una superación. Y no es sencillo, porque no te podés hacer el tonto ante cosas así, pero creo que mi padre está más allá de toda esa gente.
— ¿Si vos tendrías que reflexionar sobre la figura de tu papá, o sobre todo lo que le pasó, qué dirías?
— Mi viejo tenía sus errores pero creo que ya está, ya pagó. Por eso, de algún modo quisiera que sean justos con él, porque sé que no la pasó bien. Ninguna de las dos familias la pasó bien. Él pagó su condena y murió, entonces quiero que se haga justicia en ese sentido. No es broma pasar siete años en la cárcel. Pasar de ser el campeón a ser asesino. Y yo sé que no la pasó bien, porque fue un problema enorme lo que sucedió. Después de todo lo que pasó en su vida es como que merece una reivindicación, creo que la merece. Y no lo digo pensando en mí, lo digo por él. Yo puedo no ser Monzón. Aunque, por los días del aniversario del fallecimiento de mamá, muchos se enteran quién sos y buscan hacerte algo. No en Santa Fe, aquí mi padre genera una imagen muy fuerte, es muy querido.
Diario El Litoral agradece especialmente a la señora Marta Snaidero las gestiones y la entera predisposición para que la charla con Maximiliano Monzón fuera posible y, a la vez, pudiera realizarse en Santa Fe. “Maxi” no da entrevistas, hizo esta excepción con nuestro medio. También agradecemos la colaboración de la familia Macagno, que ofició de anfitriona.