Martes 17.5.2022
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A sus ocho años, Celedonio Cornejo sabía lo que eran los sinsabores. Huérfano de madre, vivía con su padre en una humilde vivienda de General López y Rivadavia. Desde ese lugar salía todas las mañanas, con las primeras luces del día, para ganarse el pan a través de la venta de diarios. Actividad que, con un pequeño corte para el almuerzo, continuaba durante las tardes hasta que la oscuridad cubría aquella Santa Fe de 1928, cuyas principales calles conocía como la palma de su mano. El 29 de abril de ese año, mientras cumplía su rutina habitual, la vida de este pequeño canillita cambió para siempre.
La crónica del accidente.Aquel día, a las 8, Celedonio subió al tranvía (en ese tiempo era el medio de transporte utilizado en la ciudad) número 22 de la línea 4 en la intersección de las calles San Jerónimo y Primera Junta. Una vez a bordo, ofreció su mercancía de papel a los pasajeros. Cuando el coche llegó a calle Mendoza quiso bajar en la parada. Pero por vender un diario más se demoró unos segundos, que sellaron su destino. En el apuro por descender, no advirtió que la correa de cuero que le servía para llevar los diarios se había enganchado en uno de los pasamanos del estribo. Al tirarse del coche ya en movimiento, quedó suspendido por un instante y terminó derrumbado en la calzada. Al caer, su pierna derecha quedó encima de uno de los rieles y terminó triturada por las ruedas.
Tras el accidente, el pequeño Cornejo fue conducido hacia lo que entonces era el Hospital de Caridad (actualmente lleva el nombre de “Dr. José María Cullen”) donde finalmente le tuvieron que amputar el miembro afectado. Tremendo golpe para alguien que se valía de sus piernas para ejercer su trabajo. “Las personas de buen corazón tienen en esta criatura motivo para ejercitar sus sentimientos altruistas”, escribió Diario El Orden en su edición del 30 de abril, en la cual dio cuenta de la situación del niño.
El canillita internado.En las semanas que siguieron, fueron muchos los santafesinos que pusieron su granito de arena para hacer más llevadero el infortunio del joven canillita. Un gesto digno de mención, que El Orden destacó especialmente en su edición del domingo 10 de junio de 1928 fue el de las alumnas de quinto grado de la Escuela Rivadavia. La nota que hicieron circular las estudiantes para lograr ese objetivo estaba planteada en los siguientes términos: “estimulemos el corazón argentino, aliviando las emboscadas con que el destino se ensañó con el pobre niño que por ganarse el pan sufrió un accidente que le ocasionó la fractura de una pierna. Contribuya con su óbolo que le sea posible en ayuda del pobre caído”.
Sin embargo, a pesar de la ayuda, en los años venideros Cornejo tuvo que plantarse con fuerza ante la adversidad. Sobre las muletas que se vio obligado a utilizar, en lugar de apelar a la caridad, continuó su venta de diarios. El Orden reflejó parte de sus tribulaciones. “Cuando llegan los trenes, cuando las máquinas impresoras arrojan ejemplares, Celedonio Cornejo ha visto muchas veces la bandada veloz de sus compañeros que se abalanza sobre la ciudad, llevando los diarios y el pregón que hiende la distancia como una flecha. Y el se queda atrás, es el rezagado”.
El final de la historia de Celedonio.Mientras otros niños se detenían a ver juguetes en las vidrieras, Celedonio se quedaba largo tiempo observando los afiches de las ortopedias, con hombres provistos de una pierna artificial y ambicionó tener una para volver a caminar y correr sin las muletas y mirar así el mundo de un modo más optimista. “Una pierna milagrosa, hecha por uno de esos milagros de la ciencia, que es la única que hace milagros en estos tiempos”, consignó El Orden.
Pasaron casi tres años desde el día del accidente cuando la vida del canillita Cornejo volvió a dar un giro inesperado. En abril de 1931, entró en escena un conocido ortopedista, el profesor Salvador Andreozzi, cuyo interés en la problemática del niño resultó fundamental. Este hombre, de reconocida trayectoria a nivel nacional, había instalado en la ciudad de Santa Fe un establecimiento de ortopedia científica. A través de la mediación de El Orden, este hombre que antes había fabricado un aparato ortopédico para un corredor de autos, tomó las medidas correspondientes y confeccionó la pierna faltante para Cornejo. Un gesto tendiente a recomponer, al menos en parte, su destino desdichado.
Finalmente, bajo el título “Celedonio Cornejo, el canillita, se ha transformado en pocos días hasta quedar enteramente nuevo”, El Orden dejó constancia del final feliz que tuvo la historia. En la foto se puede ver al niño con su flamante aparato ortopédico dispuesto para poder volver a realizar su labor en condiciones prácticamente normales. “Una pierna con la cual el canillita puede ser el de antes, sin dificultades para correr y sin la visión constante de su mutilación”, reflejó El Orden.