Luciano Andreychuk
En agosto de 1931, un periódico local publicaba una enervada queja de ciudadanos que "pedían a gritos" la demolición de un muro. Estaba ubicado en barrio Candioti, y dividía la ciudad. Los talleres ferroviarios, en medio de todo el "embrollo".
Luciano Andreychuk
Uno podría imaginar al señor intendente de esta ciudad capital, pero de hace 91 años, llegar a su despacho, dejar el abrigo en el perchero, empezar a ojear los diarios del día y de repente, ¡glup!: ahogarse en un sorbo y quemarse la boca con el primer café de la mañana que hacía instantes le había servido su secretaria. Fue quizás cuando llegó hasta una noticia a todo el ancho de las seis columnas que estaba teledirigida, cual misil nuclear, a su persona: era una especie de "ultimátum" de un grupo de vecinos.
Corría 1931. En su edición del 10 de agosto, el periódico local El Orden publicaba un artículo titulado: "Una demolición que pide a gritos toda la ciudad", y debajo, en la bajada, la furibunda advertencia: "Señor intendente: la demolición de esta 'muralla china' dependerá de su accionar". La nota periodística revelaba el gran malestar de la ciudadanía de barrio Candioti por la construcción de un muro que dividía en dos a la ciudad, e "impedía su progreso".
Este muro, se desprende del artículo, había sido construido por la empresa contratista que estaba a cargo del ferrocarril de Santa Fe: era una suerte de "separador" de los talleres ferroviarios que ocupaban una amplia zona cercana al Puerto local. Se cita el barrio Candioti como el primer perjudicado, pero el principal enojo era que la ciudad quedaba partida en dos, algo parecido -a juzgar por el tono "incendiario" de la nota- a lo que fue Alemania con el mítico Muro de Berlín, cuya caída -al final de la década del '80- representa para muchos el final de la Guerra Fría.
El sector de Santa Fe en cuestión era en aquel entonces el "corazón de la capital santafecina" (sic, pues todavía se usaba en gentilicio con la letra "ce"). La muralla que "obstaculiza el tránsito e impide la comunicación libre con el llamado barrio Candioti' está colocada como "una columna vertebral, que lejos de ser eje de la vida del pueblo, la agota, la estrecha, la deprime", bramaban los ciudadanos en la nota.
"Hoy, al frente de nuestra Municipalidad se encuentra un hombre que no es santafecino -primer dardo lanzado al jefe del Gobierno local- y su delicada misión al frente del Ejecutivo será temporaria (...). Si nuestro 'Lord Mayor' tiene en sus manos medios y facultades para quebrar la prepotencia de tal empresa, tiene también la obligación de proceder con mano de hierro y librar cuanto antes a nuestro municipio de este mal", o sea, el muro.
Y seguían las encendidas diatribas. "Este mal (el muro), si se quiere abominable, lo constituye la prisión al que tiene sometida la empresa del Ferro Carril Santa Fe a nuestra capital. Con su 'muralla china', extendida en el corazón mismo de la ciudad, divida a ésta en dos partes, lesionando fundamentales intereses; estrechando la vida comercial a los límites que ella ha impuesto; evitando la práctica de un plan de urbanización que concuerde con el progreso edilicio alcanzado; burlando leyes y ordenanzas que fijan el llamado 'delito culposo' cometido por la empresa (…)", braman los ciudadanos.
Indagando en la historia, este muro de la discordia separaba los talleres ferroviarios (que estaban en un amplio sector urbano, desde calles San Luis y Santiago del Estero hasta la Av. Alem, aproximadamente) del barrio Candioti con el resto de la ciudad, tal como denunciaban los enervados vecinos en la crónica de época. El paredón iba desde Alvear hasta el viejo callejón Caseros (hoy Diagonal Caseros). Duró largo tiempo en pie: fue demolido muchos años después. Además, desde la Estación Belgrano (actual Centro de Convenciones, en Bv. Gálvez) y por calle Vélez Sarsfield, surcaban las vías de un ramal por el cual los trenes llevaban la carga hasta el Puerto local.
"¿Puede el Sr. Intendente permitir que continúe el Ferro Carril Santa Fe incurriendo en tanto desmán y tantas desconsideraciones?", decían los ciudadanos en el artículo de 1931, y uno no puede más que volver a imaginar ese café atragantado, quemando la garganta de aquel primer mandatario municipal, a primera hora de la mañana.