En una calurosa mañana de 1969, los santafesinos amanecieron sorprendidos tras observar, con la bajante del río, la proa de un antiguo velero. La noticia corrió como la pólvora y los interrogantes se multiplicaron. Hasta que apareció un testigo presencial de aquel hundimiento.
A sus 70 años, Don Leónidas Crespo fue hilvanando sus recuerdos para compartirlos con los santafesinos que se acercaban al puerto. Él había sido un joven marinero, luego obrero portuario y en sus últimos años de vida, a fines de la década del sesenta, un botero que unía las orillas de la ciudad con Alto Verde.
Como todos los días, Don Leónidas, comenzaba su jornada. Pero ese día fue diferente, la gente se agolpaba en el puerto a ver la huella del pasado. Niños y niñas que iban al colegio, comerciantes que abrían sus negocios, trabajadores y trabajadoras que se detuvieron sorprendidos y con sed de saber qué hacía ese barco hundido allí. La emoción de Don Leónidas fue inmediata y dijo a un periodista del diario El Litoral que estaba en aquel lugar para contar lo sucedido: “Lo recuerdo muy bien, porque esas cosas no se olvidan así nomás. Fueron seis noches en un verano, hace 50 años, que las llamas consumieron a este viejo velero alemán”. De esta manera, quedó manifiesto un estrecho vínculo entre la experiencia vivida y la narración de los hechos.
En las últimas décadas, los historiadores sabemos de la importancia que la historia oral tiene al momento de aportar otras miradas, dar voz a otros protagonistas de procesos y movimientos sociales. Además, de contribuir al acercamiento con otras disciplinas sociales como la antropología, sociología, entre otras. El valor de los relatos orales es fundamental para el registro de la memoria y la reconstrucción de aquellos elementos constitutivos de bienes materiales o simbólicos, a partir de la propia experiencia o relatos de vida de sus representantes.
Una postal del puerto local en el siglo XX.
"Moun Rainier"
Aquel viejo velero alemán, que amarrado en el canal de derivación del puerto se hundió en 1919, se llamaba “Moun Rainier”. Decía Don Leónidas: “Era un hermoso velero, de cuatro palos y no menos de 90 metros de largo. Pintado de blanco, despertaba la admiración de todos, y eso que por entonces estábamos acostumbrados a contemplar buques muy lindos, venidos de todas partes del mundo (…) incluso, le comentó, estoy seguro que este barco fue hecho entre 1860 y 1870. Se lo digo porque tengo la plena seguridad de que en sus primeros viajes ha servido al tráfico de esclavos. Lo sé porque recuerdo antiguos bancos en su interior que servían para amarrar a aquellos infelices”.
Al igual que aquel antiguo velero alemán, hundido en el lodo del río, en el relato de Don Leónidas aparecen visiones e imágenes compartidas por santafesinos de su misma edad, pero presentadas como un cúmulo de recuerdos, sedimentados entre lo nuevo y lo viejo, entre una forma propia de verse, construyendo su identidad como un relato para contarlo a su comunidad.
Don Leónidas fue protagonista de una ciudad inmersa en el modelo agroexportador, que con sus ferrocarriles transportaban el cereal a los silos del puerto para ser embarcados hacia el mundo entero. Aunque por aquellos años del siglo XX, la sociedad experimentaba el final de la “Gran Guerra” que, entre otras cosas, puso una dura prueba a las economías nacionales dependientes de un mercado mundial llamado “Laissez faire”.
Don Leónidas, entrecerrando sus ojos y convocando a sus recuerdo comenta: “El velero hundido, traía en sus depósitos latas de kerosene y nafta y se aprestaba a zarpar con sus bodegas llenas postes y rollizos de quebracho provenientes de La Forestal -por aquellos años de capitales alemanes al norte provincial-cuando estalló el incendio (…) el primer oficial de la embarcación dejó caer un fósforo, para prender su pipa, sobre una lata de kerosene y así comenzó la tragedia”.
El título que eligió El Litoral para contar el descubrimiento en el '69.
¿Será este el verdadero motivo del hundimiento? Podríamos pensar que con el final de la primera guerra mundial, un barco alemán, en sudamericana, recibe noticias de sus compatriotas y decide, tras la derrota del Imperio, no dejar que quienes resultaron victoriosos se queden como prenda de botín con aquel velero blanco, radiante, de cuatro palos y 90 metros de largo con una importante carga. Pero esto sería solo una hipótesis entre el relato de Don Leónidas, viejas tradiciones navales y un mundo que salía de una terrible guerra protagonizada por antiguos imperios y nuevas naciones.
Leónidas, el vecino que recordó la historia del velero hundido y fue entrevistado por El Litoral.
Por último, recordaba Don Leónidas a dos empresarios locales con gran trayectoria marítima y comercial en el puerto local: “Por aquel entonces no existían los medios para apagar un incendio, el fuego arrasó con todo, siendo imposible acercarse a menos de 50 metros de la masa de fuego (…) Recuerdo que Don Angel Casanello, a quien venía consignado el buque alemán, solicitó la ayuda de su colega Don Carlos Sarsotti quien despachó un remolcador equipado con mangueras, y otro tanto hizo la administración del puerto con ‘el freyre’ – haciendo referencia al primer equipo de cisternas tirado por caballos que adquirió la gestión del gobierno provincial de Rodolfo Freyre para los primeros bomberos de la ciudad- sin embargo todo fue inútil, el fuego arrasó con la embarcación”.
Fue así como “Moun Rainier” estuvo 50 años sumergido en el lecho del río, en el puerto de nuestra ciudad, cuando su destino eran las olas del mar. La pinotea, luego de tantos años, seguía mostrando su rudeza y Don Leónidas, a través de su relato, daba testimonio de una realidad distante.
De acuerdo a los datos brindados por el Instituto Nacional del Agua, la altura más baja registrada en el año 1969 en el puerto santafesino fue de -0,14 mts.
Para aquel entonces, El Litoral informaba: “El descenso fuera de lo común de las aguas está dejando al descubierto bancos de arena, taponamientos, canales subacuáticos y muchos otros accidentes que es necesario conocer y registrar para posteriores estudios."