Julieta Difilippo
Consejera Fundación Hábitat y Desarrollo
El 8 de marzo de 1857 se recuerda cuando un grupo de obreras textiles tomó la decisión de salir a las calles de Nueva York a protestar por las míseras condiciones en las que trabajaban, pero también un 8 de marzo de 1908 ocurría un grave suceso en la historia del trabajo y de la lucha sindical. Cerca de 130 trabajadoras de la fábrica Cotton de Nueva York, se declaraban en huelga y ocupaban el lugar donde estaban empleadas. Sus reivindicaciones eran simples y justas: conseguir una jornada laboral de 10 horas, salario igual que el de los hombres y una mejora de las condiciones higiénicas.
El dueño de la empresa ordenó cerrar las puertas, y provocar un incendio, con la intención de que las empleadas desistieran de su actitud. Sin embargo, las llamas se extendieron y no pudieron ser controladas. Las mujeres murieron abrasadas en el interior de la fábrica.
Será el 28 de febrero de 1909 cuando se celebre por primera vez en Nueva York, el Día Nacional de la Mujer organizado por las Mujeres Socialistas y en 1977, las Naciones Unidas declararon el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.
Año a año recordamos estos hechos generando la posibilidad de enaltecer a la mujer, reconocerla, distinguirla y valorarla. Pero hay un aspecto que pocas veces se destaca y es el reconocimiento en la lucha ambiental y el protagonismo de la mujer en el cuidado de la naturaleza.
La tierra es femenina desde la concepción de la palabra. Como la Pachamama, la deidad generosa que ofrece las riquezas desde su seno, la tierra, es sinónimo de hogar, el hogar que desde lo ancestral está al cuidado de la mujer y donde ellas buscan el modo para promover fuentes de trabajo en su propia tierra.
Desde mi perspectiva de mujer: Las mujeres nos preocupamos por el aprovisionamiento de alimentos, vivienda, seguridad, higiene y por supuesto la familia, no porque nos guste particularmente estas tareas ni por predisposición genética, sino por un papel social que así lo determina. Si no hay agua, si no hay combustible para cocinar, si la vivienda es precaria, si el barrio no es seguro, si nuestro lugar parece un basural, si hay un problema familiar, las mujeres debemos buscar la solución.
Las mujeres tenemos una función fundamental en la preservación de los recursos ambientales y naturales, y en la promoción del desarrollo sostenible. Somos las responsables de atender las necesidades de la familia y por consiguiente determinamos las tendencias del consumo y tenemos en nuestras manos las posibilidades de que ese consumo llegue a ser sostenible y ecológicamente racional.
En esta búsqueda y lucha, las mujeres seguimos demostrado una posición de liderazgo en el ámbito ambiental. Si bien, nuestra incorporación en la formulación, planificación y ejecución de políticas ambientales sigue siendo lenta, muy lenta. Sin embargo, la comunidad internacional reconoce que sin nuestra plena participación, no se puede alcanzar el desarrollo sustentable.
En nuestro país cada vez se reconoce más la necesidad de fortalecer nuestras capacidades, para participar en la adopción de decisiones en relación con el medio ambiente a través del aumento del acceso a la información y la educación, especialmente en las esferas de la ciencia, la tecnología y la economía. Aún así es nuestra la decisión de incluirnos y tomar los lugares que no solo merecemos, sino prestarlos al servicio de la misma comunidad que protegemos con nuestras pequeñas acciones.
Desde la comunidad barrial a nuestra pequeña comunidad familiar intentando mejorar y cambiar actitudes para convertirlas en hábitos, hasta la de generar verdaderas políticas ambientales que puedan cambiar nuestra región.