En Navidad, celebramos la obra de Dios que no nos abandona, que se nos hace cercano en su Hijo para acompañarnos. Celebramos el sí definitivo de Dios al hombre. Esto nos mueve a gratitud y confianza, ya no caminamos solos. Descubrimos junto a nosotros una presencia que nos acompaña y nos abre nuevos horizontes. Navidad nos invita a mirar al mundo con nuevos ojos, porque nos enseña a llamar a Dios Padre y a ver en cada hombre a mi hermano. Navidad es el comienzo de lo nuevo, es el camino que Dios nos ofrece como don a nuestra libertad. El Señor llama a la puerta de nuestro corazón y espera: “Si alguien oye mi voz y me abre -nos dice-, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Apoc. 3, 20). Estamos ante el misterio del amor de Dios que llega a nosotros y nuestra libertad que decide.
Frente a la obra de Dios no podemos dejar de mirar la obra del hombre que, junto a las maravillas que crea su inteligencia cuando está orientada por el bien, la verdad y la belleza, eleva el nivel de la condición humana con el aporte de su bondad, investigación y trabajo; pero no podemos, sin embargo, dejar de ver con dolor esa otra obra del hombre que nos empobrece. ¡Qué lejos nos encontramos del mensaje de paz y amor de Navidad, cuando tenemos que hablar de esa realidad tan cercana que no corresponde a la dignidad del hombre! Me refiero al desprecio por la vida de mi hermano, que se expresa en la violencia y la inseguridad; al delito del narcotráfico y la trata de personas; al odio que cierra el camino al encuentro y la reconciliación; al egoísmo que nos aísla y debilita los lazos fraternos. ¡Cuánta responsabilidad personal y social nos cabe, cuando nos acostumbramos a convivir con estas realidades que ofenden al hombre y deterioran el nivel moral y cultural de la sociedad!
En Navidad, se enciende una luz de esperanza que nos invita a proclamar su mensaje de verdad y de vida, de justicia y solidaridad, de reconciliación y de paz. Este mensaje necesita de protagonistas, de testigos, no de repetidores. Los invito a que nos acerquemos en cada familia, en cada hogar, a la intimidad del pesebre para decir juntos esa oración que nos ha acompañado durante estos años: Danos, Señor, la valentía de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz. Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”. Es mi deseo compartir con ustedes la esperanza y el compromiso de este mensaje de Navidad para sentirnos más hermanos y construir juntos una Patria más fraterna.
(*) Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz