Ocurrió hace una semana, en horas de la tarde, mientras los santafesinos estaban padeciendo a duras penas un calor agobiante. En el cielo, las nubes parecieron teñirse en vivaces colores; un rojo apenas plomizo, incluso unos grises azulados, y con formas extrañas, mastodónticas, paquidérmicas.
Ese firmamento, lugar de refugio siempre seguro para los enamorados, para los poetas nostálgicos (“Porque ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!”, escribió Leonardo de Argensola); para emperadores romanos (Adriano hablaba de ese cielo) y de aficionados a la astronomía, de repente se convirtió en un espectáculo visual, sin exageraciones.
Pero, ¿qué fue todo eso que ocurrió? El fenómeno o efecto se denomina nubes mammatus, o técnicamente Altocumulus mammatus. Y al hallazgo lo descubrió un colega de El Litoral, fotógrafo y aficionado a la meteorología, José Vittori.
“Una semana atrás, la sucesión de días cálidos produjo grandes cúmulos en el cielo santafesino. Generalmente, estas nubes muestran un límite inferior amesetado, a causa de una clara separación térmica con los niveles inferiores de la atmósfera. Pero en un atardecer atípico, nuestro cielo obsequió una secuencia de situaciones tan efímeras como llamativas”, explicó Vittori a El Litoral.
“En primer lugar, se podía ver hacia el Este un estrato de Altocumulus mammatus, una particularidad de la Región Pampeana que se produce ocasionalmente. La base de las nubes toma una forma celular por efecto del encuentro de corrientes ascendentes de aire caliente que irradia del suelo, con flujos descendentes de aire frío que cae por la base de las nubes”, dio más precisiones.
Los Cirrus parecen teñir a los Altocumulus que están unos 3.000 metros más abajo, y que pierden densidad con el aire caliente que asciende desde la superficie. Crédito: José Vittori
Regularmente estas nubes aparecen luego de una tormenta, “en la base de un Cumulonimbus (un tipo de nube con un desarrollo vertical muy superior y un suelo más bajo). Pero esta vez, se expresó en un atardecer que dejó imágenes poco corrientes”, añadió el aficionado. Con todo, luego de estas lluvias recientes, es probable que el fenómeno vuelva a apreciarse en esta capital.
“Un poco después, se podía ver una formación de Cirrus (generalmente compuestos por cristales de hielo), pintados por el sol en la zona de los 7.000 metros de altura, y unos 3.000 por debajo de ellos, un grupo de Altocúmulus que velaban la percepción de las nubes más altas”, añadió Vittori.
Estos cuerpos nubosos, que se iban degradando por el calentamiento y la consecuente expansión del aire, “permitían entrever en sus tenues masas grises a los Cirrus, todavía iluminados por un sol que escapaba por el horizonte”, concluyó. El cielo es tan generoso que nunca dejará de sorprender.
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