Tras los números difundidos días atrás por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), se supo que en el Gran Santa Fe hay un 59,8% de personas bajo la línea de pobreza: 329.123 personas. Son siete puntos porcentuales sobre el promedio nacional (del 52,9%) en el primer semestre del 2024. La indigencia creció del 15,3% al 16,4% en la población del área metropolitana de esta capital: 90.326 personas.
La Línea de Indigencia mide los hogares que cuentan con ingresos suficientes para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas. Por debajo de ese piso, son considerados indigentes. Dicho de otro modo: más de 90 mil personas no pueden comer todos los días.
“Este es el número que hay que mirar primero, antes de analizar la pobreza. Nosotros estamos convencidos de que en Santa Fe podríamos tener indigencia cero; se necesitan decisiones políticas audaces”, le dice a El Litoral José Luis Ambrosino, histórico referente del Movimiento Los Sin Techo (MLST).
El cálculo
El ingeniero da cálculos para sostener su afirmación. “Hoy, una familia con dos menores necesita, para salir de la indigencia, 400 mil pesos. Si hay un beneficiario de la AUH (por los dos chicos) más la tarjeta Alimentar, el monto de la asistencia social llega a los 220 mil pesos. Faltan 180 mil pesos para llegar a los 400 mil pesos, sólo para salir de la indigencia”, aclara.
“Los Estados podrían cubrir ese monto faltante (180 mil pesos), haciendo gestiones con organismos internacionales, con otros países, con quien sea. Porque al índice de la canasta alimentaria hay que garantizarlo; el primer derecho humano es la comida”, enfatiza el referente.
El “rebusque”. Crece el número de recolectores urbanos (de cartón, plástico y aluminio) para obtener un sustento. Crédito: Flavio Raina
En los barrios de la ciudad donde cunde la vulnerabilidad extrema, “la indigencia no es del 16%; es del 60-65%. Es una realidad muy cruda. Pero la indigencia puede llegar a ser cero con decisión política”, completa su consideración.
Hay una cuestión positiva: que la AUH y la tarjeta Alimentar se están reajustando con la inflación. “Esto es bueno, pero no alcanza: falta una mitad del camino para que una familia no sea indigente. Esto es lo que deberían cubrir los Estados para que esas familias dejen de estar en la escala social más dramática”, añade.
“Y si logramos la indigencia cero, los distintos estamentos del Estado, los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad civil, Los Sin Techo, todos juntos podríamos lograr que más 90 mil personas puedan comer todos los días. Este es el primer derecho humano. Es obsceno tener semejantes porcentajes de indigentes en el Gran Santa Fe”, dice el referente.
El “rebusque”
-Si en términos hipotéticos eso ocurriera, es decir, cubrir esos 180 mil pesos para la canasta de la familia indigente ¿qué sigue luego?, consultó El Litoral a Ambrosino.
-De ahí para arriba, queda la pobreza. Ahí aparecen quienes hacen changas, cortan el pasto, cartonean, son recolectores urbanos, limpian casas, o toman laburitos de pintura o de albañilería, porque el pobre se la rebusca siempre para subsistir, a esto lo notamos a diario. El indigente no puede comer. Hay una diferencia sustancial.
La franja de pobreza se supera con algo más de 900 mil pesos (familia tipo de cuatro integrantes). Y luego, tendrá que llegar la generación de empleo formal. Pero lo que más importa, a nuestro parecer y lo recalco, es garantizar la comida todos los días. Se necesitan soluciones políticas audaces.
La supervivencia
-Hoy, gran parte de la clase media está sobreviviendo, pero en la pobreza e indigencia esta cuestión se vuelve más difícil… ¿Qué estrategias de supervivencia se dan en los sectores más vulnerables?
-Mire, me pasa casi todos los días. Viene una persona indigente y me dice: “No me dé plata, deme de comer, deme comida”. El pobre, como dije, sale a recolectar cartón o aluminio, o buscará la changa. Pero primero hay que garantizar el derecho básico a la alimentación.
Para Ambrosino, la prioridad es lograr que los indigentes puedan comer todos los días: “La alimentación es el principal derecho humano”. Crédito: Archivo El Litoral / Manuel Fabatía
Y contra muchos prejuicios, el pobre “agarra” cualquier trabajo. Vienen regularmente a los cursos de oficios del MLST para salir adelante. Y si vamos ahora a Aristóbulo del Valle, se verán puestos de venta de tortas fritas o asadas, de verduras, de pollo, de lo que sea. Ese es el rebusque en la actualidad. Pero ese esfuerzo no alcanza, o alcanza para lo elemental. Hay que ayudarlos también a que salgan a flote.
Niños y adultos mayores
-¿Cómo impacta la crisis social actual en las franjas más vulnerables, es decir, niños y adultos mayores?
-Son los dos sectores extremos, los que más sufren. Una anécdota: en una oportunidad, les pedí a las familias con las que trabajamos desde el MLST que me escribieran qué comen sus hijos toda la semana. A los chicos se les da la copa de leche de lunes a viernes, pero los sábados y domingos, no la tienen.
Hay cosas para arreglar. A nosotros nos dan los fondos (para asistir en los centros comunitarios y jardines maternales del movimiento) para 22 días, no para 30 ó 31 días, que tiene un mes. Y hacemos lo mejor que podemos.
Y ni hablar de los abuelos que son los que están enfermos, y a quienes les cuesta muchísimo acceder a sus medicamentos. Es un panorama realmente triste. Ese adulto mayor en situación de vulnerabilidad extrema ya está condenado: no dura más de 65 años de vida.
Es raro encontrar un adulto mayor de 77 ó 78 años. Porque la expectativa de vida, en estos contextos sociales tan dramáticos, se reduce. Es desgarrador. Pese a todo, no hay que dejar de mirar la luz al final del camino. Hay que seguir adelante.