Sábado 23.4.2022
/Última actualización 11:11
Corría mediados de los años '80. El Padre Atilio Rosso (1923-2010) había instalado en la Vuelta del Paraguayo un Circuito Cerrado de Radio por el cual existía un parlantecito en cada rancho de la villa y un equipo de audio en el centro comunitario, que aún está en ese punto de la ciudad. Por ese circuito cerrado, los vecinos se comunicaban; hacían programas de cocina y los compartían, leían las noticias y los clasificados del diario El Litoral, buscando trabajo. Hasta se ponía música. Rosso logró colocar una veintena de estos circuitos en barrios de Santa Fe. Como WhatsApp hoy.
Este sistema era un espacio de comunicación para la gente de la ranchada, pero también -y fundamentalmente- de encuentro. Es que quizás el primer paso para entender el concepto cristiano -incluso filosófico- del amor hacia el prójimo es encontrarse. Y Rosso lo sabía.
Este 23 de abril se cumplieron 12 años del fallecimiento del sacerdote, uno de los referentes sociales y religiosos más importantes. ¿Cómo recordarlo? ¿Existe acaso un manual para reivindicar la memoria y la obra de alguien que logró construir centenares de casas para erradicar los ranchos? ¿Que daba todo por los pobres (ésos de los que pocos se acuerdan, excepto cuando saltan los datos del Indec) y por su inclaudicable fe cristiana? Quizás este manual sea recuperar su legado desde un testimonio vivo, íntimo, de momentos melancólico, de quien conoció su humanidad.
-Imaginemos que el Padre Rosso no murió, que se fue de viaje, que no mantuvo contacto con Los Sin Techo en estos 12 años y hoy regresa. ¿Qué cree que les diría?, le pregunta El Litoral a José Luis "Colo" Zalazar, referente del Movimiento, íntimo amigo del sacerdote y una de personas de su mayor confianza.
-Yo creo que nos diría: "Estamos en un país quebrado. Vuelvo de este 'viaje' y veo un 40 ó 50% de pobres; que en Santa Fe hay 12 mil familias que no tienen para comer. Perdimos la batalla. Fallaron los dirigentes, el amor al prójimo. Estamos derrotados. Pero hay que seguir trabajando". ¿Sabés por qué creo que nos diría eso? Porque uno, un solo pobre que salvemos, vale la eternidad. ¡Vale la pena, la vale! Esa era una de sus frases permanentes.
"La única herencia que me dejó Atilio es el amor al prójimo. Es el gran tesoro que tengo", dice Zalazar, y llora al teléfono. Es la emoción del recuerdo, el íntimo recuerdo del amigo que ya no está y al que hoy, quizás, la sociedad lo necesita más que nunca.
Del ingeniero al sacerdote
Rosso fue ingeniero y se graduó de Dr. en Química: una persona con un intelecto muy sólido. Ingresó al Seminario y más tarde concluyó sus estudios en el Colegio Pio Latino Americano. Se ordenó de sacerdote y asumió luego como rector del Colegio Mayor Universitario de la ciudad de Santa Fe. Creó el Movimiento Los Sin Techo (MLST), institución dedicada a transformar al pobre, a construir casas y reemplazarlas por ranchos, a educar en la indigencia.
"Era temperamental. No le empatabas a Atilio. Sabía mucho y de todo. Te interpelaba todo el tiempo", recuerda en tono de cariñosa broma Zalazar.
El sacerdote se levantaba siempre muy temprano, tomaba su café, y luego recorría los barrios y los comedores del Movimiento. A la noche iba a la casa de sus amigos. A la del propio Zalazar, a la de José L. Ambrosino (otro referente de la organización), quien "era como su hijo". Tenía mucha vida social.
"Jugaba muy bien al billar, era un fenómeno; y al casín era muy difícil ganarle. Siempre jugaba en el Bar Tokio Norte. Y al truco, ni te cuento: él iba siguiendo las jugadas, y a la octava o décima partida, decía: 'Vos tenés un cuatro, vos un siete, vos una sota. Así como lo cuento", rememora.
Amor al prójimo y a la Iglesia
A veces Atilio Rosso iba al barrio El Arenal y se quedaba a comer con una familia de ocho hijos. Siempre les hablaba de la trascendencia del amor al prójimo. "Ustedes conocen más el amor al prójimo porque lo viven diariamente, porque viven juntos. Ustedes deben proclamar ese amor al otro", les repetía.
¿Qué les quería decir? "Que nosotros vivimos encerrados y no conocemos ni siquiera a quien vive al lado. El de la villa está ahí, lo divide un tejido de alambre y tiene que convivir con su vecino y amarlo: es el amor al otro en una vida prácticamente en comunidad", aclara "Colo" Zalazar.
Corría el año '85, quizás el'86. "En la Vuelta del Paraguayo habíamos hecho una capilla, que era también un centro comunitario. Allí se les daba de comer a los chicos, a los pescadores, hasta contábamos con un costurero. No teníamos un mango, pero hacíamos todo lo posible para ayudar; pedíamos por toda la ciudad alimentos y más cosas para donar", rememora el referente del MLST.
Poco después, se lanzó el plan de viviendas para los barrios. "Atilio conseguía fondos de un organismo que dependía del Episcopado alemán, y llegaban recursos para construir casitas, casas dignas de material, de bloques de cemento. Recibíamos plata del exterior, de Alemania, Holanda, Bélgica, Francia, España, y logramos construirlas", dice Zalazar.
El mismo Rosso hacía las gestiones ante los organismo internacionales de ayuda, pues como se había ordenado en Roma, conocía a mucha gente y tenía sus contactos. En 1987, Naciones Unidas nombró el Año Internacional de las Personas sin Techo. Dentro de Latinoamérica, la experiencia llevada adelante por el MLST fue publicada y ponderada en una revista (El Observatorio Romano, órgano oficial del Vaticano).
Pero en 2000 y 2001, las ayudas desde el exterior dejaron de llegar, y la cosa se complicó un poco. Entonces, los recursos empezaron a gestionarse con los Estados jurisdiccionales: provincia y municipal. El ex gobernador Carlos Reutemann fue el primero que empezó a ayudar al MLST a hacer las casas, y lo mismo siguió con Jorge Obeid (ambos legisladores, como se sabe, fallecieron).
Archivo El Litoral El día de su velatorio y misa, un 24 de abril de 2010. El llanto y el agradecido aplauso de quienes fueron a despedirlo.El día de su velatorio y misa, un 24 de abril de 2010. El llanto y el agradecido aplauso de quienes fueron a despedirlo.Foto: Archivo El Litoral
"Atilio es una síntesis de mi vida. Fue una persona humana, profundamente cristiana, sacerdote al ciento por ciento; defendía a la Iglesia Católica como nadie. Un día me dijo: 'Vos estás casado, ¿la amás a tu esposa?'. 'Con toda mi alma', le respondí. 'Bueno, yo amo así a la Iglesia'". Él ponía todo su intelecto y su humanidad al servicio de los pobres, desde un compromiso de fe. Él sabía que Jesucristo vino a salvar a los pobres", cuenta Zalazar.
Y después narra otro diálogo entre ellos: "Atilio sabía que cuando vas a la villa, algo perdés… Ahí no vamos a lograr sacramentos, bautismos, comuniones. Allí, una persona de la villa vivió 20 ó 30 años inmersa en el basural. Un chico de la villa no va a jugar al ajedrez, no va a leer ni a Tomás de Aquino ni a San Agustín. A ese chico hay que amarlo como es, y hay que liberarlo de la pobreza, así como es, y si hay que perder con él, se pierde. Pero nunca jamás dejarlo solo y dejar de amarlo", dice, y vuelve a emocionarse cuando tallan los recuerdos.
La educación como obsesión
Otra enseñanza del cura era que todos los días se puede hacer algo por el otro. Algo, lo que sea. No se puede nunca estar al margen del otro, del que sufre particularmente. "Pero además, él estaba obsesionado con la educación. Los chicos de la villa terminan con un quinto grado, no con un séptimo, decía siempre. No pueden seguir la secundaria. Por eso armó 20 jardines maternales, con educación y con salud, con computadoras", vuelve a rememorar Zalazar.
Era una jornada cualquiera. Rosso le dice a Zalazar: "Colo, celebraremos cuando 10 pibes de la villa lleguen a la universidad pública. Ese día vamos a comer un asado juntos". El cura se murió sin ver a un chico pobre ingresar a una universidad: no vivió para verlo. "Y nosotros tampoco vamos a vivir para ver eso", cierra el referente del Movimiento. Pero la esperanza frente a los desposeídos, los desesperados, no debe agotarse: "Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres", al decir de Eduardo Galeano: la salida sigue siendo no bajar los brazos.