Un paseo por el bus turístico: cómo es ver la ciudad de Santa Fe desde una "terraza móvil"
Hay turistas de Buenos Aires, Córdoba y otras provincias que ya se sumaron. La propuesta permite ver los sitios históricos de la capital desde un ángulo alto, algo a lo que no se accede ni en auto ni caminando. Aquí, una experiencia desde el Puerto y el casco histórico hasta la Costanera.
El micro turístico pasando por las letras corpóreas de la ciudad. A la derecha, el mítico Puente Colgante. Crédito: Manuel Fabatía
"¡Cuidado con las ramas!", advierte Lorenzo, el guía, más conocido como "El Chimi santafesino". Lata de cerveza en mano, gafas, bermuda de jean y remera "rocker", es lo más parecido a un showman de 30 años: va contando la historia de la ciudad de Santa Fe de forma desacartonada y graciosa, pero siempre en tono respetuoso. Todo ocurre en la parte alta de uno de los dos buses turísticos que recorren los lugares con más historia de esta bendita capital, a la que cuanto más se la conoce, más se la quiere.
El punto de salida es el Dique I del Puerto local, a la hora 19, cuando el sol empieza a amainar y esconderse, y los dos micros van atestados de gente: no hay más lugar. Lo curioso de esta propuesta para hacer turismo aquí -impulsada por el municipio y una empresa local- es que invita a mirar la ciudad y su historia desde otro ángulo, impedido acaso para la visión del conductor apresurado, del ciclista y del peatón. Ese ángulo está dado por la altura de cada bus, la cual facilita ver, desde arriba, aquello que la cotidianeidad nos niega.
Entonces, aparecen las ramas que acarician el micro, que son las ramas del generoso arbolado urbano, y hasta uno puede sentir la frescura de la vegetación; las ornamentaciones de la fachada Casa de Gobierno; la campaña alta de la iglesia donde dicen que durmió una noche Manuel Belgrano; el balcón de una antiquísima casona de Barrio Sur, marcada por el sol; el óxido de una vieja barcaza del Puerto; el camalotal de la Setúbal y en la cúpula lumínica del Faro, que está ahí sólo a los fines "decorativos". El listado es demasiado extenso.
"La Chimineta". Fueron los propios turistas del recorrido quienes bautizaron al bus con ese nombre, para identificarlo con el guía del paseo, que es una suerte de showman. Crédito: Manuel Fabatía
Dentro del bus, había paseantes de Buenos Aires, Rosario, de Córdoba -éstos tenían "encanutada" una botellita de fernet, tal la tradición de la Docta-, de Corrientes y Santiago del Estero, hasta de Jujuy. Pero claro: además había turistas ocasionales de la ciudad, bien santafesinos: en sus manos corrían las latitas de cerveza frías, porque el calor es el calor. (Cabe aclarar que en el bus no se venden bebidas alcohólicas ni se permite fumar, pero quienes lo hagan puede llevar lo que van a tomar o comer, eventualmente.)
Pero también estabán aquellos más moderados y tradicionales, con el equipo de mate. Gente de todas las edades. "El Chimi" hablaba y las risotadas se multiplicaban. Iban simplemente contando algunas anécdotas. El recorrido había comenzado.
Centro Cívico
En la esquina de 3 de febrero y San Jerónimo, un camión de Cliba toca la bocina. El conductor saluda y los turistas devuelven la gentileza. Es la Casa de Gobierno, y en su fachada se ven los óculos, las crestas y querubines, guirnaldas y ojos de buey, que ornamentan esa magnífica construcción del italiano Francisco Ferrari y que, dicen, representó "el triunfo del eclecticismo".
"La nuestra es una de las más antiguas de la Argentina y la primera ciudad urbanizada del Río de la Plata. Ese es el 'súper poder' que tenemos acá", bromea el joven guía. El bus va llegando al Centro Cívico. Y luego relata el mito fundacional de Juan de Garay, Santa Fe la Vieja y el traslado hacia la actual locación. "Pero desde que nos mudaron, Santa Fe se inundó más de 30 veces. Estamos rodeados por el Paraná y el Salado. Y hay que bancarse 30 inundaciones en el lomo, ¿eh?", llama la atención.
Postal inolvidable. Una foto de la Costanera Oeste, un recuerdo del viaje. Crédito: Manuel Fabatía
El micro pasa por el Museo Etnográfico Colonial y el Museo de Historia Provincial "Brigadier Estanislao López". "Esta es la casa más vieja que está en pie de toda la Argentina. ¡Un aplauso para nuestra casona-abuela!", arenga "El Chimi". "¡Mirá los árboles!", exclama un niño, sorprendido por las frondas verdes y por los pájaros que allí revoloteaban.
En el Convento de Santo Domingo hay un busto que es de Manuel Belgrano. "En 1810, Belgrano se alojó ahí, durmió aquí; de hecho hay una placa donde indica hasta la habitación donde descansó", narra el guía. Desde el ángulo alto, se ve bien la bellísima cúpula del convento y su campaña, algo que no podría apreciarse caminando o conduciendo.
Luego viene la remozada Casa del Brigadier, hoy museo histórico. "Y esa, allá, es la Catedral Metropolitana (Todos los Santos). Quisimos una catedral más zarpada pero no nos alcanzó la guita...", tira otro chiste "El Chimi". Según su relato allí se casó el Brigadier López, pero no estuvo en su casamiento: "Mandó a otro tipo, Vicente Mendoza, a casarse por él, porque el brigadier estaba en guerra contra Buenos Aires". Otra vez las risas.
El sur y el Puerto
"Guarda las ramas", se escucha de nuevo. El chofer tocaba un bocinazo para que nadie se golpee, y hay un cabeceo hacia abajo y al unísono. El micro pasa por la Cárcel de Mujeres y el Museo de la Policía, con su estilo colonial. Desde arriba, se alcanza a apreciar un carrito de chapa gris donde hace muchos años, se trasladaba a personas detenidas: vendría a ser como un patrullero de los de la actualidad.
El bus encara para el Lago del Parque del Sur. "El negocio del Cacao El Quillá estaba por aquí, y el lago antes era un arroyo que, claro, se llamaba Quillá. A todo se le ponía ese nombre", apunta Lorenzo. Desde la "terraza móvil" se ve el espejo de agua, con sus eternas algas, y los runners haciendo su ejercicio por el parque.
Y en el Puerto los contenedores, una barcaza vieja, las áreas para carga o descarga, los equipos de dragado, las grúas y los guinches. Está en el corazón de la Hidrovía Paraná-Paraguay, y es un puerto de ultramar apto para operaciones con buques oceánicos. "Es una de las obras de ingeniería más zarpadas que tiene la ciudad", subraya "El Chimi".
El Colgante y la Costanera
Mientras el bus va llegando al Puente Colgante, se escucha la historia de por qué el alfajor santafesino tiene dulce de leche y la "prueba de fuego" a la que fue sometida por los Constituyentes de 1853, quienes al probarlo quedaron encantados; y quién fue don Otto Schneider, el creador de la cerveza santafesina, y su rivalidad con otra empresa cervecera de Buenos Aires.
"Al probar la cerveza, Don Otto pedía un vaso liso, es decir, de vidrio transparente, de 250 cc., para ver la coloración de la bebida. De ahí, dicen, se bautizó el ya célebre liso santafesino", relata el guía. "A ver si entienden: la ciudad de Santa Fe es la más cervecera del país. Y me enteré de otro dato: es el lugar del mundo que más choperas hogareñas tiene", dice Lorenzo, el guía, y estalla un aplauso, de turistas santafesinos y de los llegados de otras provincias.
Una cervecita bien fresca vino bien para hacer el recorrido. Crédito: Manuel Fabatía
Ya iniciado el tramo por la Costanera Oeste, se ven desde este ángulo distinto las tuberías que fueron un acueducto del Puente Colgante y sus férreos tirantes de acero. Están los pescadores con su carnada probando suerte en una laguna, y las lanchas y los kayakistas y, más allá, del extremo este, los paradores y la playa.
"Acá, en la Costanera, si te recibiste tus amigos te tiran huevos; y si te casás, la foto es en el Puente Colgante. Acá te enamoraste quizás de tu primer amor", dice "El Chimi" y algo de razón tiene: una partecita de la vida y de la historia biográfica de la ciudadanía santafesina tuvo como escenario ese lugar tan caro para la memoria emotiva local.
Los antiguos pilares ferroviarios de la Setúbal exhiben, ya bajando la tarde, una extraña coloración, entre un gris blanquecino y un marrón plomizo. Esa figuración sólo es posible apreciar desde los tres metros de altura que tiene el bus turístico. Hoy, hay sido "tomados" por un enorme camalotal, un manchón verde que hace su aporte a la paleta de colores.
El giro es por la rotonda donde está el monumento a José G. Artigas,. En la Av. Alte. Brown y Javier de la Rosa. El sol ya bajó, el calor aflojó un poco y corre un vientito providencial. De norte a sur, el bus turístico pasará frente al monumento al boxeador santafesino Carlos Monzón. Y varios turistas preguntan sobre la historia del campeón, condenado por femicidio, quien cumplió condena en la cárcel de las Flores y que, en una salida restringida para trabajar, murió en un accidente automovilístico.
"Un personaje muy polémico Monzón. Están los re fanáticos y los que dicen: 'Che, muy mal lo que hizo (por el femicidio de Alicia Muñiz). Saliendo de esta discusión, en los años '60 y ´70, cuando él peleaba, la ciudad se paraba: todo aquel que tenía tele o radio estaba a pleno con la pelea. A nivel deportivo, puso en el mapa mundial a Santa Fe", narra Lorenzo.
El mate, infaltable para algunos turistas del bus. Crédito: Manuel Fabatía
Una vez llegada su decadencia, ya condenado y preso, Alain Delon lo vino a visitar a la cárcel de Las Flores. "Para que se entienda: Delon era en esa época como una suerte de Brad Pitt, un galán de aquellos. Hasta Mickey Rourke vino a ver al boxeador, ese actor de la película 'Nueve Semanas y Media', ¿se acuerdan? Incluso Mario Baracus -Mr. T, conocido actor de acción- vino. Monzón Se codeaba con Hollywood", cuenta "El Chimi".
El bus ahora pasa por la alfombra mágica, que cumplió 53 años. Claro: ese lugar fue parte de la infancia de muchos santafesinos. "¿Saben cuánto costó la alfombra? Diez millones de mangos de ese entonces. Fueron siete los socios. Y se inauguró con un velorio, porque el padre de uno de los socios falleció ese día. Había que inaugurar… Y está hecha con caños de perforación petrolera; y tardó tres meses en su construcción", agrega.
El recorrido va llegando a la altura de las letras corpóreas. Con el sol ya bajo, las luces del Puente Colgante vuelven a darle al emblemático cruce una coloratura extraña pero bellísima, como un óleo de arte abstracto. Sobre la la Setúbal los colores refractan en las lanchas que aún disfrutan del inicio de la tarde-noche. El micro sube al rulo por la Av. Alem para llegar al destino donde todo empezó: el Dique I del Puerto. La gente baja contenta, comenta lo que vio, habla de las curiosidades y de las pinceladas de la historia local. Es hora de volver a casa.
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