Carla Zita Zorzón
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Dos especialistas analizaron junto a El Litoral los dilemas de un escenario tecnológico y comunicacional que facilita la exposición y el despliegue del costado más narcicista en las redes sociales.
Carla Zita Zorzón
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Todo comienza con un smartphone inclinado a 45 grados por encima de la línea de visión. Se suele considerar el mejor ángulo para la selfie. Una fuente de luz cálida se asoma por una ventana entreabierta o un reflector luminoso —pero sutil— ilumina la escena. La pose es fundamental: un leve movimiento de una ceja, acompañado de una sonrisa lateral, manifiesta un control total en la construcción de la escena. El cabello algo revoltoso y un filtro favorecedor, también son elementos claves en la composición. Un texto breve, descriptivo y “con onda” acompaña la foto para perpetuar este instante de fugacidad. Es un montaje rápido, que ya muchos tienen automatizado, y que con un solo toque dispara cientos de fotos, con un protagonista siempre excluyente, a Facebook, Instagram o Twitter.
El término selfie apareció por primera vez en 2002, hace solo 15 años, e inauguró nuevas formas de construcción de la subjetividad —en redes con una frontera muy débil entre lo público y lo privado— y de los vínculos con los demás: ¿por qué hay personas que sienten la apremiante necesidad de compartirlas en forma constante sus fotos con cientos y miles de amigos y extraños en línea?
Según la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), cuando esta práctica se realiza compulsivamente se denomina “selfitis” y en un estudio de la entidad incluso se estableció una tipología:
—Selfitis borderline: es la persona que se saca una cantidad mínima de tres selfies al día, pero sin compartirlas en redes sociales. Es utilizar un dispositivo tecnológico como si fuera un espejo.
—Selfitis aguda: el sujeto se toma autorretratos por lo menos tres veces al día, y luego comparte cada una de ellas en las redes sociales.
—Selfitis crónica: ocurre cuando la persona siente un impulso incontrolable de sacarse selfies durante todo el día, así como de compartir estas fotos en las redes sociales más de seis veces al día.
Poner en juego una imagen
En una entrevista con El Litoral, la psicoanalista Guillermina Ritsch, analiza el fenómeno de las selfies. “Quizá no se trate tanto de compartir sino de exhibir, de dar a ver —planteó—. La designación de este nuevo trastorno ubica como causa la falta o baja autoestima, siendo la selfie un medio para reforzarla”.
Las selfies, por su naturaleza instantánea, tienden a la fugacidad y la superficialidad. Se “miden” con una serie de cuantificadores como los likes, visualizaciones y comentarios. “Efectivamente, la selfie pareciera poner en juego una imagen, es decir, un elemento que opera en la construcción de la identidad. Ahora bien, hay algo que no pasa a la imagen, que no logra reducirse a su forma y que también forma parte de nuestro ser. Podríamos pensar que lo que se muestra se ‘elige’, de modo que hay algo que prefiere mantenerse oculto, incluso, permanece irreconocible para un sujeto, aunque no por ello sin efectos”, sostuvo la psicoanalista santafesina.
Las autofotos o selfies son una práctica que se masivizó en no más de 10 años y cada vez es mayor el estímulo y la tentación a exponerse. Hay quienes sostienen que la sociedad se alfabetizó en el uso de las nuevas tecnologías, y se ‘aprendió’ a diseñarse como un personaje, a espectacularizarse apostando a producir un efecto en el público. También implica un cierto acostumbramiento a ser observadores de cómo se exponen los demás.
El rol de la familia
En 2014 la banda de disc jockeys y productores originarios de Nueva York, ‘The Chainsmokers’, triunfó en el 2014 con su canción titulada Selfie. ¿Su frase estrella? ‘I only got 10 likes in the last 5 minutes, Do you think I should take it down?, Let me take another selfie’ (Sólo obtuve 10 ‘me gustas’ en los últimos 5 minutos, ¿Crees que debería borrarla?, Dejame tomar otra selfie).
La letra de la canción refleja una de las tantas prácticas habituales de la época, producto de la hiperexposición de las nuevas generaciones. “Atraviesan las culturas, clases sociales o posturas frente a las pantallas. En un momento particular de la adolescencia suele haber un llamado de alerta, en el que los padres tienen que intervenir cuando las selfies generan riesgos en la exposición”, explica Pablo Bongiovani, Doctor en Educación, profesor en Ciencias de la Educación y postitulado en Tecnologías de Información y Comunicación.
Algunos estudios recomiendan no exponer a los más pequeños durante los primeros dos años de vida. “Es muy difícil porque las tecnologías forman parte de la vida cotidiana. Hoy es inimaginable pensarnos sin los celulares y las pantallas”, reconoció el especialista.
Hay una idea instalada en los jóvenes de que los adultos no entienden sobre este nuevo código, cómo se utiliza y cuál es la forma de posicionarse. “El primer punto es acercarse e intentar entender de qué manera se expone un niño, un adolescente o un joven a las pantallas. Me gusta hacer el ejercicio de comparación de las pantallas con la plaza: uno no deja a un niño solo en la plaza; los mismos recaudos deberían tomarse con las pantallas. Hay que empezar a conocer cuáles son las estrategias que se utilizan y acompañarlos”, explicó el experto.
La cultura de la imagen
Tomarse una foto de uno mismo puede ser algo divertido. Pero, cuando una persona se toma fotos cada cinco minutos, en todas las poses y circunstancias posibles, para publicarlas en sus redes sociales o para cambiar su perfil recurrentemente, es ahí donde algo hace ruido.
“La pregunta allí sería: ¿para quién y qué es lo que hace ruido? ¿Cómo determinar que hay allí una dificultad sino a través del consentimiento de quien supuestamente la padece?”, sugirió la psicoanalista.
Para Bongiovani, en la actualidad hay un escenario tecnológico y de redes sociales que facilita explotar el costado narcisista de cada individuo y que antes no existía. La mayoría de las selfies son una construcción de cómo queremos ser vistos por los demás, más que de cómo somos en realidad. Es “posar” un estilo de vida y un determinado núcleo de relaciones sociales en la adictiva y constante búsqueda del like.
“Quizá no se trate tanto de compartir sino de exhibir, de dar a ver. La designación de este nuevo trastorno ubica como causa la falta o baja autoestima, siendo la selfie un medio para reforzarla”. Guillermina Ritsch. Psicoanalista.
El primer punto es acercarse e intentar entender de qué manera se expone un niño, un adolescente o un joven a las pantallas. Me gusta hacer el ejercicio de comparación de las pantallas con la plaza: uno no deja a un niño solo en la plaza; los mismos recaudos deberían tomarse con las pantallas”. Pablo Bongiovani. Doctor en Educación.