Una noche de milonga en Santa Fe: jeans rotos, rastas y la pasión de cuerpos unidos en el baile
El tango y la milonga dejaron de ser entidades museísticas y propiedad exclusiva de los mayores: los jóvenes se acercan a esta música popular desde otros ángulos generacionales. En la capital están sucediendo cosas nuevas.
La pista, con una extraña tonalidad sobre la cual se lucen los bailarines. Crédito: Secretaría de Cultura y Educación municipal / Aimé Luna
Ni el calor ardiente de una noche santafesina había podido vencer aquellos cuerpos transpirados que bailaban en la pista de la milonga. Los bailarines y las bailarinas sabían que en un paso en falso se les podía ir la vida, o mejor, terminar en un tropezón. El DJ ponía temas de la época dorada del tango, la del '20 y la del '40: sonaban Francisco Canaro y Florindo Sassone. En las mesas, alrededor de la pista, las señoras le daban manija sin parar a sus abanicos y miraban aquello como una regresión dulcemente melancólica a sus infancias de patios y de aljibes.
En la pista de baile estaban los bailarines "clásicos", emperifollados, con zapatos para la ocasión, y bailarinas con vestidos prolijos. Pero también, jóvenes con zapatillas de lona y jeans rotos. Dos pibas repasaban prolijamente los pasos, y claro: bailaban juntas, algo impensado hace 50 años. Y más atrás, las familias con sus niños; pero más jóvenes con piercings, rastas, tatuajes, que miraban con atención a las parejas y aguardaban a los músicos que tocarían más tarde.
Arriba. Una de las parejas más aplaudidas mostrando la esencia del baile. Crédito: Secretaría de Cultura y Educación municipal / Aimé Luna
Todo aquello era, en resumen, la entrega total a un baile que tiene apasionados cultores, de los otros tiempos y de los actuales, y más aún: el tango y la milonga como expresión popular pero también, como excusa de acontecimiento social, de reencuentro. Finalmente, luego de tantas décadas en que el tango se entendió como "la música de los viejos", esa cosa de museo ya rancio, de funyi con olor a naftalina guardado en un ropero, de lunfardo oxidado, ahora trazó un nuevo puente intergeneracional.
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"Sí, es lindo todo lo que está pasando con el tango, y nosotros tratamos de hacer cosas nuevas". Lucas Méndez es joven, bandoneonista de Vaho, un quinteto de Nuevo Tango, así, con mayúsculas, que hace arreglos de los compositores de tango actual (Alfredo "Tape" Rubín, La Chicana y Acho Estol, entre muchos otros) y ya se largan a presentar composiciones nuevas. Lucas lleva su bandoneón en la espalda, como una mochila, y tiene el pelo atado en rodete, como uno de esos raros peinados nuevos, al decir de Charly. Se encamina a ser un músico talentoso.
El concierto en vivo comenzó con el quinteto de Ramiro Gallo, santafesino, eximio violinista y compositor de proyección internacional. El músico dijo a los presentes: "Como se dará cuenta esto no es música para bailar, sino para escuchar. Así que si quieren usar la pista para traer las sillas y sentarse más cerquita del escenario, pueden, por favor", convidó respetuosamente. Y la pista se llenó de gente que no bailaba, sino que escuchaba con atención aquel tango piazzolleano, de momentos concertístico, incluso con pinceladas de jazz.
Celular. Alguien registrando un momento de la milonga, que quizás lo esté llevando a sus años de mocedad. Crédito: Secretaría de Cultura y Educación municipal / Aimé Luna
Y otra vez: en ese acontecimiento social se mezclaban personas mayores, jóvenes, niños. Algunos en las sillas, otros sentados en el piso. La música los igualaba (al igual que el calor, al que todos padecían). Las señoras seguían con el mate o un agua y los abanicos no daban abasto; los más jóvenes, con la cervecita bien fresca.
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¡Y llegó la Orquesta Típica! Era La Biandunga, un proyecto de "tango escuela", con gente experimentada y muchos pibes y pibas que están estudiando música: había 12 ó 13 músicos, incluso con violonchelo y viola, todos comandados por Danilo Cernotto, quien quizás sea el abanderado de un eventual Nuevo Tango santafesino y enorme bandoneonista. A sus costados, la fila de fueyes: tres en total. "¡Cómo suena eso, por Dios! ¡Te vuela la cabeza!", se sorprende un jovencito que abrazaba a su novia.
La típica tocó La Mariposa, la Yumba, Gallo Ciego (de don Osvaldo Pugliese) más una versión con arreglos para típica de Libertango de Astor Piazzolla, que hizo que unos cuantos celulares se levantaran para filmar ese momento, entre otras joyas de la música ciudadana.
El evento convocó a mayores, familias con niños y jóvenes. Fue un acontecimiento social, sin separaciones generacionales. Crédito: Secretaría de Cultura y Educación municipal / Aimé Luna
Otra vez en la pista, la orquesta en vivo le daba pulsión a los cuerpos apretados, la respiración pausada y los ojos entrecerrados, a las manos sobre la cintura o sobre los hombros, el cuidadoso paso, el corte y el giro, sin exhibicionismos, sin bailarines saltando demasiado. Allí la milonga, como evento social, era la hierática pero silenciosa e íntima consagración de sentirse vivo.
Antes de la medianoche la cosa había terminado. Se iban quienes habían venido al Mercado Progreso con gestos de un entrañable goce. El recordado cantautor Jorge "Alorsa" Pandelucos ya lo había anticipado hace unos 15 años: "Me leyó una gitana en la borra del café que vuelve el tango. Se escapó de enredadas partituras; los que no lo conocen lo pedían. Alguien lo dio por muerto, ¡qué locura! Si era siesta, nomás, la que dormía".
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