La posible demolición de un inmueble con rica historia portuaria construido en Colastiné Norte alrededor del año 1900 motivó una primera nota de El Litoral.
Fue construida alrededor del año 1900. ¿Quiénes fueron sus primeros dueños? El relato de alguien que estuvo allí en los años '60.
La posible demolición de un inmueble con rica historia portuaria construido en Colastiné Norte alrededor del año 1900 motivó una primera nota de El Litoral.
La publicación llegó a manos de un familiar de uno de los primeros dueños de la estancia, quien irremediablemente hizo un viaje a su pasado más lejano: su niñez y adolescencia. Por fortuna quiso contar la historia, llena de detalles hasta el momento desconocidos, para sumar nuevos capítulos a la vida de un bien que forma parte de una época pujante de la capital provincial.
Jorge Cappato es vecino del mismo barrio de Santa Fe donde a duras penas sobrevive la casona. Y, además es un reconocido ambientalista de la ciudad, ex periodista y ex director de la Fundación Proteger. Durante los últimos siete años pasó casi a diario por el frente de la casa. Miraba su lapacho blanco, florecido o no según la época del año, recordaba vivencias... fue testigo del deterioro que sufrió la "estancia del tío Luis", como él la conoce y la llamará "siempre".
El "tío Luis" es Luis Cappato, hermano de su abuelo Amadeo; hijo de Don Cayetano, su bisabuelo que estuvo muy ligado a la fundación de la ciudad de Calchaquí.
Luis, criado en la cuña boscosa entre indígenas e ingleses en medio del avance de la colonización hacia el norte, el reparto de tierras, la llegada del ferrocarril y la instalación de La Forestal, fue a estudiar a Rosario, se recibió de escribano y llegó a ser un docente muy reconocido de la Facultad de Derecho de Santa Fe. En plena calle San Martín de esta ciudad, al lado de la antigua librería Colombo, radicó su estudio.
Era un hombre que vestía elegante y lucía todos los accesorios que se usaban en la época: sombrero, bastón, chaleco y un infaltable, el reloj cadena con su nombre grabado en la tapa. A pesar de su profesión, para sus asuntos personales bastaba la palabra, un dato clave de los hechos que Jorge relatará a continuación.
Tenía un buen pasar económico, lo que le permitió comprar una estancia muy cerca de la ciudad para relajarse de los días de trabajo en contacto con la naturaleza costera: la antigua casona de Colastiné Norte que, según relatos orales que pudieron recabar algunos investigadores y documentaron en diversa bibliografía, fue una aduana seca y espacio de reuniones allá por fines del siglo XIX y principios del XX.
"Mi tío me contó que el predio que rodeaba esa casona tenía 12 hectáreas y que él se la compró a una familia de apellido Villanueva", aportó Jorge, quien sin quererlo se convirtió en un protagonista central de la historia, cuando apenas era un niño.
"Yo habré tenido 13 años cuando un compañero de la escuela industrial llegó llorando a mi casa porque su familia había sido desalojada, no tenían donde vivir. Me pidió si yo podía interceder ante mi tío para que le dieran permiso para estar en esa casa, no sé cómo tenían ese dato", recuerda Cappato.
"Mi tío aceptó, les dio un permiso, probablemente en un arreglo de palabra; ellos se instalaron como cuidadores y nunca más se fueron. Para mí ahí comienza la decadencia y la destrucción del esplendor que tenía la estancia; lo primero que hicieron fue poner un criadero de chanchos", suma el entrevistado.
El compañero de escuela que menciona Jorge era el hijo de quienes vivieron en el lugar hasta hace una década aproximadamente cuando la vendieron a la familia Bersezio, actuales propietarios.
Jorge recuerda haber visitado la casa como invitado cuando ellos ya estaban instalados. "Tengo muy vívido el día que fui, aquellos hermosos ventanales, el aljibe; cuando entré y todavía quedaba parte del mobiliario de mi tío, el juego de comedor, la vajilla para servir la mesa… Luis la había equipado con lo mejor de la época. La biblioteca llena de libros, que ya no entraban en la escribanía… El día que recuperen ese aljibe seguramente aparecerán restos valiosos…", imagina.
"Era gente de trabajo, probablemente sin estudios, pero le hicieron un juicio laboral a mi tío; él ya estaba muy viejito, no tenía fuerzas para litigar, así se perdió un bien de la familia y parte de la historia", sostiene.
Lo cierto es que los Cappato no la recuperaron, ni nada de lo que había en su interior. Los libros fueron quemados, con todas las fotos y documentación histórica que había allí de aquellos años, de La Forestal, el ferrocarril, la convivencia con indios e ingleses...
"Era una casa imponente, que se bancó más de 120 años; la construyeron en una loma elevada, destacada, que tiene una de las cotas más altas de Colastiné. Eso le agrega un valor potencial al lugar porque no siempre las zonas elevadas son naturales, muchas veces fueron sede de asentamientos o cementerios indígenas, ya estaríamos hablando de la época anterior a la Conquista", intuye y sabe que eso ya es parte de sus propias percepciones.
Entre esas elucubraciones que no puede probar, el lapacho blanco también tiene un capítulo: "Es probable que ese árbol, que no es originario de esta zona, lo trajo Don Luis desde el norte porque, aunque ellos vinieron a vivir acá, la vinculación social siguió siempre, y así como recibían de regalo naranjas de Malabrigo, es probable que haya llegado ese lapacho".
Hasta aquí, lo que Jorge Cappato puede aportar, lo que recuerda de aquella época en que el esplendor dio paso a la decadencia. ¿Serán los últimos capítulos? Si se demuele, sí; si se preserva y se le da un nuevo destino... la historia continuará.
"Quisiera que el Estado alguna vez nos ayude a recuperar esta parte única de nuestra identidad. Colastiné merece que ese último relicto de su historia sea transformado en un centro cultural o en un museo, ese es mi sueño personal y lo que me motivó a contar esta historia", desea Jorge y pone un punto... ¿seguido o final?