Alfredo de Vincenzo: grabador y alquimista de la materia
Fue una figura central del grabado argentino. Su taller porteño fue un semillero de talentos. Percibió a la técnica a la que consagró sus energías como un desafío constante para el “dominio de la materia”. En 1963 fue premiado en Santa Fe.
Una de las obras del artista, inspiradas en la anatomía humana. Foto: The Art Gallery Museum
En mayo de 1963, hace casi 61 años, el XL Salón de Bellas Artes de Santa Fe quedó habilitado en las instalaciones del Museo Rosa Galisteo de Rodríguez. Los visitantes tuvieron la oportunidad de adentrarse en el universo del arte argentino de aquel tiempo a través de 84, 60 esculturas y óleos de Vicente Forte, en un despliegue que El Litoral describió, en su edición del viernes 24 de mayo de aquel año como “heterogéneo”. Entre los partícipes, figuraron Aída Carballo y Carlos Filevich, de quienes esta sección se ocupó oportunamente.
The Art Gallery Museum
También estuvo presente Alfredo De Vicenzo. Quien, gracias a su trabajo titulado “La ciudad”, realizado con la técnica llamada xilografía (técnica de impresión en la que el texto o la imagen se talla a mano con una gubia o buril en la madera) se quedó con el premio adquisición Salvador Caputto. Una gran obra, pero de “interpretación difícil, como las demás de este autor”, según la mirada del cronista enviado por El Litoral.
Arte de la Argentina
¿Quién fue Alfredo de Vincenzo? Principalmente, una de las figuras señeras del grabado argentino. Nacido en Sarandí en 1921, tras obtener su título de Profesor de Grabado en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en 1946, viajó a la provincia de Tucumán, donde vivió y enseñó hasta 1955. Allí, de la mano de Lino Spilimbergo, perfeccionó su arte y sentó las bases de su carrera posterior.
Cuando regresó a Buenos Aires, en 1967, ganó el Premio Braque y obtuvo una beca del Gobierno de Francia. Reconocimiento que le permitió sumergirse en las calles de París, explorar nuevas técnicas y expandir su mirada. En 1969, de vuelta en su tierra natal, organizó el taller Alfredo de Vincenzo, ámbito pionero dedicado a la investigación y experimentación del grabado.
The Art Gallery Museum
Este taller se convirtió en un semillero de talentos. Fue el primero en Argentina en incorporar la fotografía y el fotograbado junto al aguafuerte, abriendo así puertas nuevas para varias camadas de artistas. La visión que tuvo de Vicenzo, se refleja en el éxito que obtuvieron sus alumnos y exalumnos, quienes cosecharon más de 450 premios a lo largo de los años.
Desde la década de 1950, su presencia fue constante en los Salones Nacionales y Provinciales, donde su obra era premiada con regularidad. Un ejemplo es el Salón de Bellas Artes de Santa Fe, mencionado anteriormente. En 1976, fue galardonado con el “Gran Premio Nacional de Grabado”. La muerte lo sorprendió en 2001. Como dato de color, cabe mencionar que la escritora Samanta Schweblin es su nieta. Y que en un bellísimo texto que publicó en el año 2021 en el diario La Nación, señala el influjo que tuvo de Vincenzo para definir su vocación literaria.
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De acuerdo a los datos sobre este artista disponibles en el portal Arte de la Argentina, cultivó su medio de expresión a través de la figura humana, con diversas variantes, y no la abandonó en ningún momento. Julián Guarino, en un artículo publicado por El Cronista en 2012 pone énfasis en que la historia del grabado en la Argentina es también la de Alfredo de Vincenzo. “Las tres décadas de labor esencial de este virtuoso se imbrican, a su vez, en esa otra vía, la docencia, una historia que se reescribe en el legado de quienes fueran sus alumnos y hoy ya se desempeñan como maestros contemporáneos del arte del grabado”, remarca.
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La lucha como motor
En un texto atribuido a de Vincenzo, que figura en un blog consagrado a recoger la historia del taller que fundó tras su estancia en Europa, el artista describe al grabado como el “fascinante y dramático dominio de la materia”. “Pareciera -continúa- que el destino del hombre ha sido, es y será la lucha: siempre tiene delante de sí algo que vencer, algo que se le opone con gran tenacidad. Quizás sea ese el sentido de la vida, que da energía y sentido creador a sus búsquedas”.
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“Hacer un grabado tiene idéntico postulado: la lucha. Quien emprenda esta aventura, debe estar preparado y ser consciente, que las mismas reglas de la vida rigen para el grabado. Luchar, luchar siempre, con fuerza y sin renuncios. La entrega debe ser total. Porque es insospechable la fuerza que opone una plancha de zinc: no se deja doblegar, no quiere participar, el artista debe apelar sus grandes reservas espirituales, a su tenacidad y a su fe”, indica luego el texto, gestado por en 1994, ya en una etapa de madurez.
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Lo cierto es que alcanzó no sólo un dominio modélico de la materia en cuestión, la necesaria para el grabado. Sino que expandió las posibilidades de utilizarla para representar la anatomía humana, el tema que aparece una y otra vez como eje rector. Por eso, para recordarlo, cabe citar unas palabras del poeta Paul Valery dedicadas a estos “luchadores” del grabado, citadas por Silvia Dolinko en su texto “El canon del grabado moderno”: “os amo, grabadores, y comparto vuestra emoción cuando alzáis a la luz, húmedo aún y delicadamente sujeto con la punta de los dedos, un pequeño rectángulo de papel apenas salido de los pañales de la prensa. Esa prueba, ese recién nacido, ese niño de vuestra paciente impaciencia (pues el ser del artista sólo por contradicciones puede definirse) lleva en sí ese mínimo de universo, esa nada, pero esencial, que supone el todo de la inteligencia”.
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