Los colores de la tierra: el arte de Manuel Reyna en los valles cordobeses
El contacto con la naturaleza y con las raíces culturales de su región natal derivaron en un estilo único, a través del cual Reyna reflejó los paisajes de sierras. Realizó series vinculadas con las capillas de los pueblos. Probó diversas técnicas, e incursionó en el dibujo y el muralismo.
En general, las obras de Manuel Reyna se desarrollan en torno al paisaje rural y urbano de Córdoba. Foto: Museo Manuel Reyna
Manuel Reyna fue un pintor cuya producción está fuertemente ligada a las sierras y los valles cordobeses, donde fue capaz de asentar la belleza de ese punto de la geografía argentina. Llegó a ser reconocido provincial y nacionalmente. Nació en marzo de 1912 en El Carrizal, Cruz del Eje. Sus primeros pasos estuvieron marcados por la faena en los campos, que le permitieron recorrer el norte argentino: Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. En ese entorno, los paisajes agrestes y los rostros anónimos de su gente abocada a labores rurales, determinaron su futura inspiración.
Jerald Melberg Gallery
Finalmente, Reyna se radicó en Capilla del Monte, donde trabajó como albañil y azulejista. Su primera referencia fue Demetrio Antoniadis, paisajista caracterizado por una visión tradicional de la pintura que, según datos del Museo Castagnino Macro, recibió influencias de las corrientes luminaristas. En el momento en que formó a Antoniadis, era un consagrado paisajista, con las serranías como tema central. Sus trabajos en tal sentido los concretó durante continuos viajes a Córdoba entre los años ‘20 y ‘30.
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Otro de sus referentes fue Pedro Roca y Marsal, pintor de origen catalán volcado hacia el impresionismo, que también utilizó como punto de partida para sus obras paisajes urbanos de la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX. En su juventud, aprendió los principios técnicos de la pintura y fue también cuando conoció detalles de algunos de los movimientos que marcaron la primera mitad del siglo XX: surrealismo, cubismo, futurismo y abstracción.
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En estos años, su obra estaba conformada por paisajes al óleo de escala pequeña y por la realización de dibujos en base a técnicas al agua, grafito y pasteles, en las cuales comienza a incorporar figuras de su entorno. En 1950 comienza a pintar de manera más programática y en 1953 se instala en la ciudad de Córdoba. La característica de Reyna es que, si bien se dedicó a los paisajes como temática, lo hizo con una mirada que difirió de las tradiciones pictóricas más asentadas en su provincia natal. Uno de sus motivos más frecuentes, expresados en varias series, fueron las capillas emplazadas en los pueblos del interior cordobés.
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Más adelante, suma a su producción el muralismo, con impronta americanista, para lo cual fueron significativos sus estudios sobre las culturas precolombinas. En este caso, a la manera de los muralistas de México, se valió de la técnica de cemento coloreado. Su primer trabajo en tal sentido, “Córdoba Indígena”, es de 1963, y marcó el inicio de otra de las series de Reyna, que tuvo continuidad en “La Fundación de Córdoba”.
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Fuera de las convenciones
“Su pintura aborda principalmente el tema del paisaje rural y urbano con características peculiares dentro de la tradición de Córdoba. Con un alto grado de síntesis formal, utilizó el color plano, con una paleta basada en tierras opacos”, señala respecto a Reyna la página web del Museo Emilio Caraffa. “Posteriormente incorporó a la obra incrustaciones de elementos encontrados, al modo de collage. Probablemente debido a su característica de autodidacta, prescindió del uso de convenciones compositivas académicas como la perspectiva y la representación ilusionista del espacio”, añade la misma fuente.
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En tanto, el portal Arte de la Argentina sostiene respecto a Reyna que “en su producción, gradualmente abandona la impronta gestual y aborda un proceso de síntesis de color más opaco, y de materia densa puesta con espátula. Su composición resulta simplificada en extremo. En adelante, incorpora objetos o partes, como pequeños trozos de azulejos, plásticos y desechos industriales. En ocasiones la pintura fue reemplazada totalmente por el collage”.
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La libertad del dibujo
Dentro de la producción de Manuel Reyna, el dibujo en papel ocupó una parte importante, por la riqueza en recursos y formas, aunque no es su vertiente más conocida. En el artículo “Los dibujos de Manuel”, escrito por Marcos Acosta para la Guía Cultural Cordobesa Bitácora de vuelo, el autor señala que hay en ellos una búsqueda incesante. “Son, sin dudas, el campo de experimentación más libre del que el artista dispuso y reflejan su pensamiento más puro. Así, podemos encontrar que fue su primer cuerpo de obras, cuando allá por los años ‘50 comenzó a pintar y dibujar. De esa época, comprendida entre 1948 y 1958, el mayor número de obras son dibujos, tal vez porque por su humilde condición era la manera más sencilla de desarrollar su incipiente vocación. Destacan numerosos trabajos de esos primeros años, maravillosamente realizados y de una precisión asombrosa. Más aún resultan asombrosos teniendo en cuenta su total condición de autodidacta. Paisajes cotidianos y animales fueron sus primeros objetos representados”, indica.
Museo Manuel Reyna
Acosta agrega que más tarde, ya en Córdoba Capital, “esos lugares se combinan con los urbanos, aunque es notable que hasta avanzados los ‘60, continúa representando su lugar de origen una y otra vez. Luego los papeles empiezan a reflejar sus búsquedas estilísticas, en especial el interés por lo americano. De dibujo en dibujo podemos identificar sus sucesivas indagaciones, pasando por obras casi abstractas ligadas a las iconografías aborígenes locales, luego las síntesis formales reflejadas en personajes que se relacionan con el paisaje y también investigaciones ligadas a su afán de retratar en una ambiciosa serie las ‘Iglesias y capillas de Córdoba”.
Museo Manuel Reyna
Pintor de tierra adentro
En enero de 1980, el diario cordobés La Voz del Interior publicó una nota firmada por Cristina Castello bajo el título “Manuel Reyna, un viaje tierra adentro”. Allí afirma: “Por siempre el paisaje es como hacer un viaje tierra adentro. Por esos sitios donde el aire es puro, la lluvia el milagro y aún es posible escuchar el silencio. Tal la sensación que deja un diálogo con don Manuel Reyna; tan inserto está en aquel paisaje de su niñez, que es un pedazo de esas serranías, aunque su rostro registra los desvelos pasados, conserva la frescura; y su sonrisa es una invitación a la amistad. Así verdad, entrega, hondura- el hombre. Así también el artista; por eso su obra tiene esa nostalgia que surge de la silenciosa serenidad de esos tonos bajos, tan de siempre suyos”.
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Lo cierto es que Reyna se valió de múltiples inspiraciones (la más importante el paisaje de su tierra) pero lo abordó a través de diversas técnicas y búsquedas estéticas. Como dijo Joan Manuel Serrat en su famosa canción dedicada al tío andariego, este artista “anduvo por mil caminos”. Pero siempre con un norte claro: “creo que mi pintura es americana y quisiera vigorizar el legado indígena”, afirmó. Su variada obra lo ratifica.
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