El arte visceral de Jorge Ludueña: dibujos que despiertan emociones
Con una trayectoria marcada por la originalidad, este creador se autodefinió como “un barroco convencido”. Su obra, permeada por el expresionismo es continuamente revisada.
“Las hilanderas”, óleo y acrílico corpóreo de madera, 1998. Foto: jorgeludueña.com.ar
El 25 de mayo de 1968 quedó inaugurado en el Museo de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez de Santa Fe el XLV Salón Anual de Santa Fe. En esa oportunidad, el premiado en la categoría dibujo fue Jorge Ludueña, artista argentino que se hallaba por entonces en la cresta de la ola en términos creativos, a sus 41 años.
Fundación Arte de las Américas
Nacido en 1927 en Buenos Aires, Ludueña se erigió como un autodidacta que supo amalgamar influencias desde el cubismo hasta el expresionismo, trazando así un camino único y reconocible dentro del arte argentino. El encuentro con el pintor Demetrio Urruchúa, en el año 1958, perfeccionó su técnica y lo encaminó a ahondar en su propio lenguaje pictórico.
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Su trayectoria se forjó sobre todo en la década del 60, donde se posicionó como un dibujante de excepción. Las tintas de sus obras “El Matadero” y “Palabra sostenida” ingresaron al panteón del arte argentino al ser premiadas en el Salón Manuel Belgrano en 1967 y 1968 respectivamente, consiguiendo un merecido reconocimiento en el medio artístico.
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De acuerdo al portal Infoarte, el propio pintor expresó: “llego al expresionismo por la exaltación conceptual de las formas. No es un hecho puramente gestual sino una posición de mis signos profundos. Por la ubicación que tienen, adquieren una característica en cada cuadro. Por eso mi pintura, con sus características expresionistas y los signos, se hace muy reconocible. Cada vez que pinto un cuadro hago mi autorretrato», explicó.
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Y agregó: “Soy un barroco convencido. La cantidad exagerada de elementos se origina en mi horror al vacío. Siento su carencia en espacios que otros pintores llenan con modulaciones de color. Soy un pintor de formas más que del color, un estructuralista que, como tal, equilibra el plano sumando elementos y desde luego no podría ser otro el resultado”.
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Su paso por España en 1974 no lo alejó de sus raíces argentinas. A pesar de establecerse en Madrid, Ludueña continuó frecuentando su país natal y exponiendo su obra, manteniendo así un vínculo con su tierra y su gente. Sin embargo, el regreso definitivo a Argentina, planeado para abril de 1999, quedó trunco: el 29 de abril falleció, a los 71 años.
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Sus obras, cargadas de simbolismo y profundidad, todavía resuenan en el mundo del arte. “Nunca pinto un objeto característico. Mis flores son propias. Una jarra es todas las jarras que he visto en mi vida. Pinto con el modelo de la memoria que se nutre de lo cultural, lo social y lo personal. Todo pasa por mi memoria”, señaló en una entrevista con el crítico Fermín Fèvre citada por el portal Ámbito.
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Obras con “duende”
“Sus meninas e infantas, retratos ecuestres, bodegones y guapos toreros dan ganas de tocarlos. La expresión está intacta: la mirada –la emoción– es vívida. Sus flores tienen aromas, las manzanas son jugosas. Ese mundo es dulce y carnoso. Tiene picardía. Como se dice en teatro, tiene duende”, señaló la periodista y crítica de arte María Paula Zacharías en el texto curatorial de una muestra póstuma dedicada a Jorge Ludueña.
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Para Rosa Faccaro, citada por la Fundación Arte de las Américas, “fue uno de nuestros pintores más activos en los años 60. Su pintura se caracterizaba entonces por una figuración dotada de un expresionismo controlado que ponía en evidencia el poder expresivo de la línea de su dibujo”. El portal Arte de la Argentina sostiene que Ludueña: “realiza la mayor parte de su producción figurativa en un expresionismo de características personales y con un dibujo de calidad”.
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El mentado Fermín Fevré sostuvo que “Ludueña perteneció a la década de los años 60, cuando el arte argentino sentaba las bases más relevantes de su libertad expresiva. La pluralidad de las opciones de esa época permitió un desarrollo constante de artistas e instituciones, que forjaron la apertura hacia una nueva dimensión de los lenguajes visuales. Su dibujo, en ese período, va a identificar su obra con una característica expresionista de un acentuado rasgo personal, imprimiendo a su pintura una tónica que se distingue de las numerosas imágenes codificadas dentro del sistema figurativo de esa generación”.
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Indicó luego que Ludueña residió más de dos décadas en España y “durante esa etapa encontramos un destacado conjunto de obras de gran formato que puede dividirse en tres períodos. Las realizadas sobre papel en blanco y negro, de una notable calidad plástica donde vemos la labor constructiva de una imagen personal y un dibujante de excepción. Otras obras, sin desechar calidades texturales, como lo hizo Berni con Ramona Montiel, caracteriza a sus mujeres instaladas en el clima suburbano de los barrios porteños -semejante a los de Aída Carballo- que se entrelazan con caballeros de contexturas fuertes y rechonchas: allí se descubre cierto humor benevolente. Clásico y barroco”.
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“Más tarde, estas cabezas de series no se interrumpen, van a proseguir apropiándose de una pintura clásica y poética de influencia hispana, que marcan un nuevo rumbo a su obra. Así aparecen ciertos temas como los bodegones, realizados con acrílico y óleo, con el sabor exuberante de una pintura expresada con un virtuosismo singular”, agregó.
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