Francisco Vidal nació en Córdoba el 21 de junio de 1897 y falleció en esa misma ciudad el 14 de febrero de 1980. Las crónicas históricas lo ubican como uno de los pintores fundamentales de la provincia de Córdoba.
Está considerado uno de los pintores más importantes de Córdoba. En 1937, fue invitado de honor en el XIV Salón de Bellas Artes de Santa Fe. Recordamos la conexión con sus raíces españolas, su visión del paisaje y sus composiciones que destacan la sensualidad y armonía de los desnudos.
Francisco Vidal nació en Córdoba el 21 de junio de 1897 y falleció en esa misma ciudad el 14 de febrero de 1980. Las crónicas históricas lo ubican como uno de los pintores fundamentales de la provincia de Córdoba.
La primera parte de su formación se produjo en la Escuela Provincial de Bellas Artes donde tuvo como maestro, entre otros, al gran pintor Emilio Caraffa, quien dejó una muestra de su saber artístico en el interior de la Catedral de Córdoba. También aprendió bajo la tutela de otros referentes como Manuel Cardeñosa y Emiliano Gómez Clara.
En la década de 1920 del siglo pasado, como otros artistas de su generación, Vidal viajó a Europa becado por el gobierno de Córdoba. Radicado en España, adquirió importantes conocimientos en talleres y museos.
Su instancia de formación en el Viejo Continente se extendió por un lapso de tres años e incluyó las grandes capitales. Cuando retornó a su país natal, enseñó en la Escuela de Bellas Artes “Figueroa Alcorta”.
Se destacó como dibujante y colorista. Abordó paisajes y naturalezas muertas, pero sobre todo la figura humana, en particular la femenina.
En la página web Bitácora de vuelo lo definen como un pintor universal reconocido como tal, pero a quien la presencia del entorno lo identificó con lo suyo. “Belleza y sentimiento fueron, tal vez, sus nortes a lo largo de un desarrollo intuitivo que no desdeñó lo académico”.
En 1937, el artista cordobés fue invitado de honor en el XIV Salón Anual de Santa Fe. Su presencia no fue casual: pocos años antes, en 1933, el cordobés había obtenido, en el X Salón Anual de Santa Fe, el Primer Premio de Figura con su óleo “Retrato de mi hijo”, que se exhibió en la exposición de 1937.
La voz de la sangre
Horacio Caillet Bois, especialista en artes plásticas que dejó notas valiosas sobre el arte argentino del siglo XX, escribió una columna en El Litoral dedicada a Vidal, que se publicó el 8 de julio de 1937, un día antes de la apertura del Salón Anual en el cual Vidal fue protagonista.
“Sus padres eran de origen español. Se ha hablado muchas veces de la voz de la sangre, que decide los destinos en el arte. Vidal es un ejemplo de ello. Más que el ambiente circundante, más que la atmósfera adjetiva, atmósfera conventual, ambiente de claustro religioso lleno de sugestiones, pudo en él lo substantivo de un arte recto y secular que le venía de raza. Era la herencia de aquellos artistas que, como Goya y Tiziano, buscaban la luz, el color y el carácter en la pintura de tipos populares o en la apretada urdimbre de la piel en los torsos femeninos”, afirmó Caillet Bois.
“Su acento es europeo, aunque su origen sea americano, porque Vidal permaneció fiel a estos modelos clásicos. No quiero decir que fueran sus maestros. Puede que Vidal no reparara en ellos con el intento de fijarlos en su retina como fanales que encandilan. Lo seguro es que representan dos escuelas pictóricas a cuya influencia heredada Vidal no se sustrajo”, agregó.
“De los españoles Vidal tiene ese trasiego maravilloso de color y el humus racial que define su realismo. El otro aspecto, el que podríamos llamar trashumano acordándonos del Greco, no vive en su paleta. De España, en aquella dirección, también tomó lo mejor. La visión de sus tipos y paisajes para fijar en el lienzo una región de la tierra. Su alma virgen de americano se sobrepuso a todos los intelectualismos de una civilización demasiado madura. De este modo se salvó de aquellos sueños de la razón que, según Goya, engendran monstruos”, indicó.
Y finalizó: “De Italia y de los venecianos sobre todo, le viene ese amor jocundo por las grandes composiciones en que dominan los desnudos, morosamente tratados, como una epopeya de la carne femenina. Sus figuras sensuales se entrelazan en armoniosas teorías que desfilan bajo las frondas idealizadas o junto al cristal de los arroyos como trasunto de algo irreal que tiene de verdadero y profundo saber que no se aparta de la tierra”.
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