Alberto Lagos: el escultor del “soplo
poderoso de inspiración y de vida”
Parte de su formación juvenil la obtuvo en Europa, donde recibió influencias de Auguste Rodin. En 1936 fue invitado de honor en el Salón Anual del Museo Rosa Galisteo. El gran arquero de San Sebastián, la estatua de George Canning y el Monumento al Inmigrante son algunas de sus obras más conocidas. Era el abuelo del cocinero Gato Dumas.
Monumento al político y estadista argentino Luis María Drago, obra de Alberto Lagos. Foto: Patrimonio.com.ar
El escultor y ceramista argentino Alberto Lagos figura entre los artistas dedicados a esa vertiente de las Bellas Artes que alcanzaron mayor prestigio en la primera mitad del siglo XX. No es casual: es que este platense de nacimiento que hizo sus primeras armas en la arquitectura donde tuvo como profesor al escultor catalán Torcuato Tasso, tuvo una posibilidad única. Con poco más de veinte años de edad, viajó a Francia para avanzar en su formación.
"Volupté (Voluptuosidad)" Foto: Museo Nacional de Bellas Artes
Esa estancia juvenil en el Viejo Continente marcaría su vida y su vocación. En los años posteriores, volvería muchas veces a los países europeos y tomaría contacto con los escultores Paul Landowski (autor de “David combatiendo” y “Los hijos de Caín”) y Paul Paulin (quien dedicó esculturas a Jeune Baigneuse, Edgar Degas y Jean-François Raffaëlli). Y recibiría también la influencia clave de Auguste Rodin, considerado el padre de la escultura moderna. Lagos trataba de emular a Rodin a través de la armonía, el orden y el equilibrio.
"Retrato del escritor Carlos Reyles" Foto: Museo Nacional de Artes Visuales
Rojas Silveyra, según cita Patricia Corsani, describió el trabajo de Lagos de la siguiente manera: “yo lo he visto en su taller combinando los ácidos corrosivos que han de dar a tal retrato la tonalidad adecuada a su conjunto y en verdad os digo que he pensado en Leonardo, alquimista en sus horas de ocio, evocador de cábalas mágicas, primo hermano de Lucifer”.
"La confesión de Antígona". Foto: Museo Nacional de Bellas Artes
“De Profundis”, “Indio Tehuelche”, los retratos de Larreta y Pellegrini, “El Arquero de San Sebastián”, el monumento a Ramón Lorenzo Falcón y la estatua de George Canning son algunas de las obras que le garantizaron inmortalidad. Formó parte de diversas instituciones y la Dirección Nacional de Bellas Artes le otorgó el Gran Premio de Escultura en 1935. Murió el 2 de febrero de 1960. Como dato de color, Alberto Lagos fue abuelo del cocinero Gato Dumas, conocido por sus programas de televisión dedicados a la gastronomía.
"Indio tehuelche". Foto: Museo Nacional de Bellas Artes
La especie de los “artistas ideales”
En julio de 1936, Lagos fue el invitado de honor del XIII Salón del Museo Rosa Galisteo de Rodríguez. Las obras que expuso sobresalieron entre las más de 300 que formaron ese año el prestigioso espacio. Unos días antes, Horacio Caillet-Bois escribió en El Litoral una reseña para adelantar la presencia de Lagos en la ciudad de Santa Fe.
Foto: Archivo El Litoral / Hemeroteca digital Castañeda
“La piedra, el mármol, el bronce, todas las formas nobles y varias sobre Ias que ejercen su dominio el cincel y los dedos demiúrgicos, han hallado en Alberto Lagos el soplo poderoso de inspiración y de vida que anima lo inerte y da forma material a las ideas”. “Dentro del conjunto magnífico de sus creaciones, traducido en imágenes palpitantes cuya entraña vital aflora en el secreto del modelado, un sentido integral y recóndito enlaza todas sus épocas y todas sus formas en la unidad de un arte que puede llamarse suyo”, aseveró.
Foto: Archivo El Litoral / Hemeroteca digital Castañeda
“A la especie de los artistas ideales pertenece Alberto Lagos, Desde los días juveniles de sus tanagras y de sus torsos, hasta la reciedumbre actual de su retrato de José León Pagano, su instinto y su necesidad de comunicación hallaron un acento original y sincero que ubica en un mismo ciclo toda su trayectoria. Hay en él, aparte de la influencia de los griegos cuyo sentido del equilibrio y de la gracia anatómica respeta una tendencia personal que acerca, por la jerarquía de los temas antes que por el modo expresivo, a los maestros franceses de fines del siglo XIX”, remarcó.
“Nadie ha logrado entre nosotros un acorde más lírico en la escultura. Lagos no se limita a una concepción o a una idea. Necesita la comunión con el espectador, El vehículo de esta comunión espiritual lo obtiene Lagos con el ritmo de su estatuaria. Ritmo fijo en el espacio y acelerado en el tiempo, con que el artista se lanza mucho más allá de sus representaciones. Nadie puede pasar delante de sus simulacros sin detenerse. Ese movimiento instintivo, que responde al llamado de la cosa animada por el soplo creador de su genio, es el índice elocuente de su acierto”, indicó.
Foto: Archivo El Litoral / Hemeroteca Digital Castañeda
Y finalizó: “allí están el bronce, la piedra, el barro, el mármol vivos. Entendemos su lenguaje mudo y expresivo aunque no podamos siempre develar la clave del misterio. A través de esas formas ciegas vemos más allá de la muerte. A través de la materia reducida a planos y volúmenes estáticos, el artista ha logrado corporizar el símbolo”.
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