El artista santafesino posee una amplia trayectoria, que se comenzó a forjar en la Escuela Industrial. Sus estudios arquitectónicos modificaron su ver el mundo, algo presente en sus obras, que van desde los paisajes urbanos hasta los temas sociales. Hoy reitera su amor por la acuarela, pero está abierto a nuevos retos, como el grabado y el muralismo.
La vocación del artista plástico Mariano Arteaga se despertó durante sus tiempos de estudiante en la que él mismo describe cómo “gloriosa” Escuela Industrial Superior. En las aulas de esa institución, tomó contacto con técnicas y materiales que con el tiempo resultaron decisivas para definir su vínculo con las artes plásticas. Su acercamiento a la forja, la carpintería, el ajuste y la fundición lo pusieron en contacto con la materia prima y sus posibilidades de transformación en productos elaborados, tanto simples como complejos. “Ese tipo de cosas te forman la personalidad, en la cual uno tiene ya una determinada inclinación. Hay gente que abandona ese primer empuje, y otra que le da continuidad. Ese fue mi caso”, cuenta.
Tras esos esbozos juveniles, el artista que había en Arteaga siguió cobrando forma a través de búsquedas diversas, que se produjeron en geografías dispares como la facultad de Arquitectura y la Escuela de Artes Visuales “Prof. Juan Mantovani”. Sin embargo, debió tomar decisiones. “No me daba el tiempo para las dos carreras. Tuve que decidir por una de ellas, pero siempre con la mentalidad puesta en seguir dentro de esta disciplina. Uno se nutre de todas esas técnicas y procesos de expresión, de representación para la expresión. Y estos son los resultados”, afirma mientras muestra las obras que descansan en distintos ambientes de su taller.
Los desafíos del autodidacta
La aparición de la acuarela en la vida de Arteaga marcó un hito. En efecto, el artista recuerda con nitidez las palabras de un maestro que lo marcaron mucho. Las mismas decían que uno no busca la acuarela, sino que la acuarela te encuentra. “Uno se familiariza con ese medio acuoso que es complejo. Lo encontré y me di cuenta que me sentía cómodo con esa técnica. Que es vibrante, una adrenalina permanente. Mi personalidad daba para eso y seguí investigando. No tuve maestros que me formaran en esta disciplina, pero sí miraba todo lo que podía”, explica.
Perfil acuarelista
El no tener un referente definido no fue, en el caso de Arteaga, una sensación de orfandad o carencia. Al contrario, sirvió para forjar su personalidad artística. “Uno está más abierto a la prueba y error. En la medida que vas haciendo, te equivocás. He tirado un montón de papeles. En la medida en que vas corrigiendo, vas sumando tu característica personal para que tu manera de pintar sea más agresiva, más dinámica o más lenta. En la acuarela se percibe la conducta y el estado de ánimo del ejecutante. A veces las manchas son más cautelosas y otras veces tienen una agresividad con el color que es más explícita. Te delata un poco. El tema de equivocarse y corregir te va formando un perfil dentro de esa técnica en el cual uno se siente cómodo. Siempre aparecen nuevos desafíos. Además, la acuarela te dispara hacia otras alternativas, te abre puertas. No es ‘hasta acá llegué’. Siempre hay algo más para explorar. Al manejar acuarelas también manejás otras técnicas, aparecen las mixtas”, detalla.
El sello litoraleño
Respecto a los temas sobre los cuales versa su obra pictórica, Arteaga admite que la arquitectura lo llevó siempre hacia los paisajes urbanos. “Ante los cuales uno buscó la vuelta para armar configuraciones más interesantes que las expuestas en la realidad. A veces la perspectiva se fuerza para tener un ángulo diferente”, explica.
Pero, sobre todo, lo que definió su trabajo fue su condición de santafesino, de habitante de un espacio influido por completo por el agua. “Vivimos con el río en la mente. Donde vamos, encontramos el horizonte. El litoraleño, el hombre que vive cerca de un espejo de agua tiene otra visión, no es como el que vive en la montaña. Tiene la perspectiva infinita. En nuestro caso, cuando no vemos el agua y el horizonte infinito nos pasa algo. Estamos muy acostumbrados a eso”, apunta.
De modo que eso se transfirió a la pintura. Con el tiempo, adquirió matices, pero siempre aparece el horizonte.
Del paisaje a la figura humana
Los paisajes urbanos que eligió Arteaga para su obra nunca estuvieron reñidos con las temáticas sociales, que integran su compromiso artístico. “Uno está inmerso en un presente que a veces duele. Y hay que buscar la vuelta para expresar a través de un medio artístico aquello que sucede”, afirma. Trabajó, por ejemplo, sobre el boxeo. “Para mí, no es solamente un deporte. Es una danza ante los ojos. Contiene elementos en un campo visual que se mueven como en un teatro. Elementos que tienen un movimiento y unas connotaciones sociales muy fuertes. Porque el boxeador se enfrenta con su enemigo ocasional, pero defiende su posición. Eso lo trabajé en un medio plástico”, recuerda.
Otro tema sobre el cual profundizó a través de una serie de obras fue el de las murgas como refugio social de una manifestación de determinado tiempo. “Las murgas cantan un tema delicado. Sin embargo, eso está mimetizado con otros temas, más coloridos, musicales y caricaturescos. También trabajé, en los años 90, con el tango”, agrega.
Murales en dos países
Otro terreno en el cual Mariano incursionó varias veces es el muralismo. Es que, dice, no le teme a las grandes dimensiones a la hora de afrontar el desarrollo de las obras. “Es más, me siento cómodo. Lo que pasa es que es mucho más difícil hacerlo y después ubicarlo. Entonces, generalmente se hace a través de encargos. Pero es un lindo desafío”, reconoce.
El primer mural que hizo fue en Brasil. “En 2004 me convocaron para un trabajo al norte de Salvador de Bahía. Era sobre la llegada de los portugueses a Brasil y la radicación de un grupo de ellos en Salvador. A través de murales, tenía que contar la historia de la famosa casa de García D’Avila. La primera construcción de piedra de Latinoamérica”, recuerda. Luego vinieron otros en Brasil de distinta envergadura.
Más recientemente, en 2019, Arteaga realizó un mural para la facultad de Ciencias Jurídicas de la UNL, con el mitin de 1912 como temática central. Un trabajo de, aproximadamente, 5 metros por 3 metros.
Volver a los orígenes
Una de las técnicas sobre las cuales trabaja fuertemente por estos días es el grabado, que desde su visión implica el reto de volver a los orígenes, a una cosa medieval vinculada con el trabajo artesanal y la estampa. “Lo interesante es que tenés que dibujar al revés. Ver la representación que vas a hacer al revés y después al derecho. Para eso hay que mirar en negativo, lo cual representa un juego divertido”, destaca.
La novia eterna
Aunque la curiosidad lo lleva a transitar senderos nuevos, Arteaga vuelve siempre la acuarela. “Es la novia eterna y uno no puede abandonarla”, asegura. “Pero si la voy mezclando con otras técnicas y siempre estoy en busca de temas. A veces vuelvo a retomar cosas. Porque el entorno se transforma y uno está ávido de captar imágenes. El ojo del artista está atento a todo eso. Cuando ves algo, se te graba. Eso te llama urgente a ir a pintarlo, armarlo, organizarlo visualmente”, cierra.