Julio Barragán y su arte plural: un desafío constante de los límites del color y la forma
Con una paleta que evolucionó desde los tonos pardos a los colores vibrantes, adhirió a un amplio espectro de corrientes artísticas. Su obra, que siempre mantuvo la conexión con lo real, dejó una huella indeleble en el mundo del arte argentino.
“Figura”, de Julio Barragán. Foto: Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori
Julio Barragán, nacido en 1928, exploró a lo largo de su extensa vida diversas corrientes artísticas. Así, su obra abarca un abanico muy heterogéneo que va desde la incorporación de elementos del realismo mágico hasta el fauvismo (movimiento que exalta el color, sobre la premisa que la creación sobre todo de lo instintivo) pasando por el neocubismo y el expresionismo, pero siempre destacando la presencia de lo real en su trabajo.
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Barragán inició su contacto con el arte desde joven, a través de su acercamiento a la Escuela de Cerámica dirigida por Fernando Arranz entre 1941 y 1945. Arranz fue un español que vivió muchos años en Argentina, en los cuales se dedicó sobre todo a la enseñanza y difusión del arte de la cerámica y sus procesos alfareros.
Esta formación temprana le proporcionó las bases necesarias para desarrollar su estilo único. Sus primeras incursiones en el mundo del arte lo llevaron a copiar obras de El Greco, una influencia que dejaría una huella duradera en su obra.
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Una de las facetas interesantes de la vida de Julio Barragán fue la estrecha relación con su hermano, el pintor Luis Barragán. En la casa de Luis, se congregaban diversos artistas: Orlando Pierri, Bruno Venier y Alberto Altaleff, con los que Julio estuvo en contacto. Este ambiente creativo y estimulante influyó en su desarrollo como artista y en la diversidad de su obra.
Barragán no se limitó a Argentina; también exploró el continente europeo, donde conoció de cerca la obra de Pablo Picasso y Georges Braque, dos creadores que lo influyeron mucho. Uno de los hitos en la carrera de Julio Barragán fue su participación en el grupo “Veinte Pintores y Escultores”, donde colaboró con su hermano, Fernando López Anaya, y otros artistas notables como Líbero Badíi, Julián Althabe, y Noemí Gerstein. Esta colaboración fue como un caldo de cultivo para la exploración de distintos estilos y enfoques artísticos.
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La obra de Julio Barragán pasó por varias etapas. Sin embargo, independientemente de la fase en la que se encontrara, la presencia de lo real siempre fue una constante. Se inclinó por el trazado armónico y la estructuración geométrica de las líneas, aspecto que le permitió crear composiciones visuales de alto impacto.
Télam / Archivo El Litoral
La paleta de colores utilizada por Barragán evolucionó desde los pardos y grises a colores fuertemente saturados, creando contrastes vívidos entre rojos, verdes, azules y amarillos en sus composiciones posteriores, donde los contornos en negro resaltan, según indica la base de datos del Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori, la iconicidad de sus figuras. Mario Félix Naranjo sostiene, al respecto, que “sus primeras producciones plásticas, de tintes realistas, fueran gobernadas por las tonalidades pardas, grises, y mates, las cuales evidencian el puente establecido entre su oficio de artista y su otro gran amor, la cerámica”.
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El paisaje, especialmente el urbano, fue una de las temáticas preferidas de Barragán. En algunas de sus obras, mostró una inclinación hacia la abstracción de las formas. “Ya en sus primeras obras puede observarse un riguroso trabajo de planos y volúmenes con primacía de los tonos tierra. Luego transita por diferentes etapas donde adhiere a tendencias de tipo expresionista hasta vertientes aggiornadas de carácter cubista, una geometrización de las formas, junto a un rebatimiento del espacio pictórico”, señalan desde el Museo Sívori.
Instinto y emoción
El crítico de arte Jorge Taverna Irigoyen, en un artículo publicado por Diario El Litoral el 21 de agosto de 1979, elogió la habilidad de Barragán para utilizar el color como medio de expresión. Citando a Matisse, quien afirmó que el color debe servir a la expresión, Taverna destacó la habilidad del artista para aplicar los colores de manera instintiva y emotiva. Barragán creaba obras que deslumbraban con sus gamas de colores vivos, que a menudo transmitían alegría y vitalidad.
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A partir de una exposición de 35 pinturas realizada entonces en el Museo Provincial Rosa Galisteo de Rodríguez, Taverna analiza una década de la carrera de Julio Barragán. “Se deja guiar por el color, fluida y gozosamente. Se deja también atrapar por formas simples y a la vez rotundas, articuladas y rítmicas, perfectamente organizadas sobre un espacio rotulable como ‘lírico’. Porque hay música -refinada y plural- en cada uno de sus cartones. Música en esos paisajes geometrizados inicialmente, con casas y alturas estructuradas como dentro de un delicioso y a la vez primitivo "rompecabezas”. También son sonoros sus ramos de flores. Y tienen una honda subjetividad sus rostros, alguna figura en azules, ciertas composiciones de interior magníficamente ‘condensadas’ en una materia rica y sensual.
Foto: Juana de Arte Galería
Taverna indica también que las interpretaciones paisajísticas de Barragán, como “Pueblo y bosque” y “Dos campanarios” y “Aldea”, muestran su habilidad para estructurar planos de manera única y atractiva. Sus formas, aparentemente desarticuladas, se ensamblan en una danza visual que invita al espectador a explorar y reconstruir el significado de cada obra.
Archivo El Litoral / Hemeroteca Digital Castañeda
Barragán fue un autodidacta cuya obra refleja su pasión por el color y la forma. A lo largo de su carrera, experimentó con una variedad de estilos, pero siempre mantuvo una conexión profunda con lo real. Su habilidad para crear composiciones simples y rítmicas, enriquecidas con colores vivos y vívidos, dejó una impronta que la mantiene en vigencia a pesar de que el autor falleció en 2011.
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