El retrato, considerado una de sus obras maestras, fue creado por el artista español en junio de 1933, hace 90 años. Es un registro de la apasionada relación con su musa, pero también una reflexión sobre el proceso creativo.
“Comienzo automático de un retrato de Gala” (1933). Óleo sobre tablero de madera contrachapado. Foto: Foto: Fundación Gala-Salvador Dalí
Dentro de los heterogéneos mundos artísticos gestados por el artista español Salvador Dalí, hay una obra que sobresale por su mixtura entre singularidad y misterio. Se trata de la que lleva como título “Comienzo automático de un autorretrato de Gala”.
Este trabajo de pequeñas dimensiones supone, al mismo tiempo, un despliegue de las preocupaciones de Dalí respecto a la puesta en práctica de una metodología de trabajo y una expresión más de la gravitación que tuvo Gala, su musa y compañera, en su vida y obra.
El pintor la realizó, según consta en las crónicas, en junio de 1933, es decir hace justo 90 años. El lienzo, de 14 x 16 centímetros, es una pieza de enrevesada belleza: en un fondo blanco emerge el rostro de Gala, pero en un contexto de experimentación en el cual el artista esboza varias posibilidades para darle un marco a la imagen.
De esa forma, el retrato inacabado permite al espectador conocer los senderos creativos desandados por el surrealista. O, dado el carácter del autor, podría ser también un ejercicio puramente lúdico.
Hay en “Comienzo automático de un autorretrato de Gala” una combinación de estilos (que se aprecia en las características del rostro, en los cabellos, en ciertas oscuridades, en los bosquejos) que refuerza el tono misterioso de la obra.
Al mismo tiempo, esta minúscula obra maestra deja algunas incógnitas: ¿Dalí no tuvo tiempo de terminar la obra? ¿Decidió dedicarse a otra cosa antes de completarla? ¿Intencionalmente la dejó así?
Al igual que otras propuestas del propio Dalí, exige una participación activa del receptor para ahondar en sus posibilidades simbólicas. Es que, según miradas especializadas, sugiere una conexión entre Gala y la naturaleza a la vez que aborda la idea de transformación, presente en obras posteriores de Dalí.
Salvador Dalí junto a Gala. Foto: RTVE
Musa y modelo
En otro plano, este lienzo es también una suerte de registro de la relación compleja y apasionada que mantuvieron Gala y Dalí desde que sus caminos se cruzaron. Que tuvo muchas aristas enigmáticas, como suele ocurrir con las relaciones humanas.
Gala (en realidad, se llamaba Elena Ivanovna Diakonova) fue una influencia central para Salvador Dalí. Mantuvieron una relación donde la pasión y la creatividad fueron de la mano, tal vez comparable a la que mantuvieron Zelda y F. Scott Fitzgerald en el plano de la literatura.
Ambos se conocieron en 1929. Ella estaba casada con el poeta Paul Éluard, pero iniciaron una relación amorosa y Gala se separó de Éluard para estar con Dalí. Se convirtió en su musa, su modelo y la promotora de su carrera.
Tras la muerte de Gala en 1982, Dalí quedó muy afectado, su salud se deterioró con rapidez y su vida se apagó pocos años después, en 1989. Hoy es imposible observar la obra de uno de los más grandes artistas engendrados por el cambiante siglo XX sin pensarlo junto a ella, su principal inspiración.
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