Miércoles 20.12.2023
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“Mis manos, ciertas veces, dan la rara impresión de cosa muerta. Palidez más extraña no vi nunca; marfil antiguo, polvorienta cera, y en el dorso delgado y transparente el turquesa apagado de las venas. Carne que bien podría, si la rozara una caricia ardiente, deshacerse en ceniza, como esas flores frágiles y tenues que en el fondo oloroso de los cofresen fino polvo ámbar se convierten. ¿En qué siglo remoto florecieron estas dos pobres rosas extinguidas? ¡Un milagro, sin duda, las conserva aquí, sobre mi falda todavía!”. Sin embargo esas mismas manos -que son las de la artista santafesina Emilia Bertolé- construyeron una obra que todavía resulta fascinante a 75 años de su fallecimiento, producido en el año 1949. De hecho, la expresividad de las manos es uno de los detalles sobresalientes de su obra pictórica.
Museo Nacional de Bellas ArtesBertolé, que había nacido en la ciudad santafesina de El Trébol, departamento San Martín, a finales del siglo XIX, tuvo varias facetas. Se dedicó a la pintura, al dibujo (sobre todo, realizó retratos, vertiente en la que adquirió gran habilidad) pero también a la escritura, que canalizó en una serie de poemas. Desde temprana edad demostró pasión y talento por el arte. Esto no es extraño: todas las referencias biográficas de Emilia indican que en su familia existía una predisposición por las expresiones culturales, especialmente por la literatura. Su padre, Francisco, oriundo de Italia, llegó a la Argentina en 1870 y más allá de los vaivenes económicos bajo los cuales vivió, nunca perdió su predisposición por el arte.
Museo Rosa GalisteoTal es así que a los 12 años, Emilia participó en un concurso presidido por la prestigiosa escultora Lola Mora y poco tiempo después recibió una beca que le permitió continuar su formación en el Instituto de Bellas Artes Doménico Morelli, una sucursal de la institución que había abierto sus puertas en Rosario en 1905, siguiendo los pasos a la de Buenos Aires. En 1915, la joven artista ganó un premio por su pastel titulado “Ensueño”. Lo que le da más fuerza a este hecho es la composición del jurado: Eduardo Sívori, Alberto Rossi y José León Pagano.
Rosario en el recuerdoCuando alcanzó la mayoría de edad, Bertolé se trasladó a Buenos Aires y vivió en la capital durante la década de 1920. En esta etapa ganó la mayor parte de su prestigio, a partir de la decisión de dedicar la mayor parte de su tiempo a los retratos. Entre los numerosos personajes que retrató en estos años figura el ex presidente de la Nación, don Hipólito Irigoyen. La obra, que pone de relieve el porte y la elegancia del ya entonces veterano líder radical, descansa en el Museo Histórico Nacional.
Castagnino MacroPatricia Corsani remarcó que si bien pintó paisajes, el género del retrato era el preferido de Bertolé. “Pintó a su núcleo familiar y a los amigos más cercanos. Creía que la creación más perfecta de la Naturaleza es la humanidad y por eso no deseó hacer otra cosa que retratos. Era una virtuosa dibujante, trabajaba con pasteles y lápices mostrando una excelente técnica donde demostraba la influencia que habían dejado en ella el simbolismo y el impresionismo”. De esta época que un dato que enfatiza la autosuficiencia de la pintora. Es que se convirtió en la primera mujer en participar y ser premiada en el Salón de Mayo, gracias a su obra “Claridad”. Donde, a través de la técnica del pastel, muestra a una mujer con expresión reflexiva y los brazos en la falda, con un florero como fondo.
Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. CastagninoA partir de su otra inclinación, la de escritora, Bertolé formó parte del grupo que se reunía en el icónico café Tortoni de la ciudad de Buenos Aires que estaba presidido por el uruguayo Horacio Quiroga. En efecto, existe una carta del autor de “Cuentos de amor, locura y muerte”, en la cual se dirige a ella con un tono que pone de manifiesto el acercamiento que tuvieron: “Mi querida rubia”. Durante la “década infame” (que coincidió en Argentina con los años posteriores a la debacle mundial de 1929), su trabajo como retratista flaqueó y la obligó a indagar otras posibilidades, como la ilustración para diarios y revistas, algo usual en aquellos tiempos. Hacia los años 40 comenzó una etapa distinta, orientada a paletas reducidas, en las que la línea y el dibujo adquieren mayor escala.
ArchivoDe acuerdo a los datos que constan en los archivos digitales del Museo Castagnino Macro respecto a Bertolé, “inicialmente, su pintura se caracterizó por cierta filiación con el simbolismo. En esos años, creó atmósferas densas, sobre todo en los pasteles, donde fundió los contornos de las figuras de fondos muchas veces decorados con motivos modernistas. Luego empleó una técnica de toques de pincel que le permitió crear efectos más decorativos que lumínicos. Se dedicó primordialmente a la pintura de retratos, los que le fueron encargados en abundancia mientras residía en Buenos Aires”.
Emilia falleció con apenas 53 años de edad. No solo su prolífica obra mantiene vivo su recuerdo, sino también sus cartas, fotografías, poemas y apuntes. El museo de su ciudad natal posee un cúmulo significativo de documentos que aluden a sus diversas etapas, que corresponden a donaciones de la familia de la artista. Gabriela Borrelli, en escaramuza.com.uy, la describió como “trabajadora del arte, independiente y genial”. Nora Avaro, quien fuera curadora de una de las muestras consagradas a la artista la definió en forma breve y contundente: “Emilia Bertolé fue un baluarte de la tradición”.