Nacido en Tucumán, se convirtió en una figura del arte en la ciudad de Rosario. Legó una obra que abarca la pintura, el dibujo y el grabado. Compartió su vida con la también artista Haydée “Aid” Herrera, quien le preparó elementos caseros para trabajar. Fue distinguido por el Fondo Nacional de las Artes y la Fundación Castagnino.
Versión mural de “El moncholo”, obra emblemática del artista, instalada en Alsina y Mendoza, en el marco del Museo de Arte a la Vista de la Municipalidad de Rosario. Foto: Gentileza Secretaría de Cultura - MR
En el vasto lienzo de la historia del arte argentino, el nombre de Juan Grela resuena como una figura fundamental. Nacido el 25 de junio de 1914 en San Miguel de Tucumán, y fallecido el 11 de noviembre de 1992 en Rosario, Grela dejó un legado artístico que abarca la pintura, el dibujo y el grabado. De ascendencia española, se trasladó con su familia a Rosario en 1924, estableciendo las bases de su conexión con la ciudad que sería testigo de su evolución artística. Fue en Rosario donde comenzó a manifestar su pasión por el arte, explorando técnicas y estilos que lo llevarían a convertirse en una figura destacada del panorama artístico argentino.
“Cabeza” (1962), xilografía intervenida, 43 x 29 cm.; “Octumanio aluete” (1977), xilografía, 32 x 23 cm. Fotos: Gentileza The Art Gallery Museum
Compromiso político, artístico y familiar
La formación autodidacta de Grela se nutrió de diversas fuentes. Desde tratados de paisaje hasta técnicas de grabado, el pintor tucumano absorbía conocimientos de manera voraz. Su contacto con el claroscuro a través de Antonio Berni marcó una etapa importante en su desarrollo artístico, definiendo sus primeras incursiones en un realismo con tintes expresionistas y sociales.
En 1940, a los 26 años, Grela se unió al Partido Comunista Popular y contrajo matrimonio con Haydée “Aid” Herrera, una estudiante de pintura. Su vida personal y artística se entrelazaron de manera única, creando retratos familiares que capturan la intimidad de su hogar. Su esposa desempeñó un papel crucial, desde la fabricación casera de materiales artísticos hasta la gestión de una librería que les permitió dedicarse plenamente al arte.
“Soledad” (1959), xilografía 15 x 34 cm. Foto: Gentileza The Art Gallery Museum
Relataba el propio Grela: “Hacía la pintura con aceite comestible y colores de cal; los soportes eran cartones de caja, bolsas y maderas terciadas viejas que ella preparaba con cola y tiza; para dibujar suplantaba la cara cartulina por papeles para envolver azúcar y fideos, que Haydée traía del almacén a los que luego planchaba para que estuvieran más lisos; dibujaba con lápiz y carbonilla (carbonilla que ella lograba quemando ramitas de sauce), tinta común, nogalina y agua de yerba mate. Paralelamente a la pintura al oleo y al dibujo también trabajaba con temple; Haydée lo preparaba con agua de cola al calor y en el momento de pintar yo utilizaba una emulsión que nos enseñó (Lino Enea) Spilimbergo, en estas proporciones: una parte de yema de huevo y otra de agua y mastic (resina vegetal); con estos material pintaba en esos tiempos” (Ernesto B. Rodríguez, “Juan Grela G.”, publicado en 1978 por la editorial de la Biblioteca Constancio C. Vigil, y reeditado en 2013 por Iván Rosado y Yo Soy Gilda).
Grela fue un miembro activo del Grupo Litoral, un colectivo de artistas que proponía un arte comprometido con la geografía y las problemáticas regionales. Sin embargo, en 1958, un distanciamiento con el grupo marcó un cambio significativo en su enfoque artístico. Este período de transformación coincidió con el cierre de la librería y la dedicación completa de Grela al arte.
El descubrimiento de un compás para dibujar secciones áureas marcó un hito en su carrera y llevó a una profunda convulsión artística. Rompiendo con el realismo, Grela se sumergió en una nueva etapa creativa, fundando el Grupo de Grabadores Rosarinos “Arte Nuevo”. Sus obras empezaron a mostrar una fusión de influencias, desde el uruguayo Joaquín Torres García hasta la abstracción del Movimiento Arte Concreto-Invención.
Grela no solo fue un creador prolífico sino también un apasionado maestro. Impartió conocimientos en dibujo, pintura y grabado tanto en su taller como en instituciones académicas. Su casa-taller se convirtió en un espacio donde varias generaciones de artistas fueron inspiradas y guiadas por su experiencia.
“Qnianemic Niafisino” (1979, dibujo); pertenece a la época en la que la reflexión sobre la naturaleza del color y la creación de composiciones de formas planas representan el tránsito del artista hacia la abstracción. Foto: Gentileza Museo Juan B. Castagnino.
En “Dentro de uno está el universo” (publicado en 2018 por la editorial rosarina Iván Rosado) el autor escribe: “Tengo el convencimiento de que para ser pintor hay que universalizarse. Pero universalizarse no es internacionalizarse. Yo aprendí que en mi interior soy igual que el caracol, soy igual que el perro, soy igual que las plantas y soy igual que las estrellas. Eso es lo que yo entiendo por universalización. Quiere decir que dentro de uno está el universo. Cuando uno está universalizado se siente dentro de todas las cosas, y ya no hay nada de lo que pueda decir: ‘Esto es malo y esto es bueno’, que es lo que nos enseñan como educación. En todo caso, puedo decir: ‘Esto es diferente’. Entonces, en los colores, por ejemplo, yo no le tengo rabia a ninguno. Me pueden dar el que quieran, que todos me gustan. Me gusta la línea recta y la línea curva; si el cuadro es en valor, me gusta; si es en color, me gusta. ¿Y por qué? Porque he dejado el rechazo antipático de creerme dueño y señor de una verdad y sentirme hombre todopoderoso. Me siento manzana y me siento naranja, y me siento perro y me siento pez y me siento agua”.
“El moncholo”: la obra en la que retrató a su esposa, la también artista Haydée “Aid” Herrera, y su hijo Dante (quien se convertiría en un importante compositor de música orquestal y electroacústica).
Foto: Gentileza Museo Juan B. Castagnino.
Parte del paisaje
Su obra “El moncholo” de 1944, que retrata a su esposa e hijo (Dante, quien se convertiría en un importante compositor de música orquestal y electroacústica), fue inmortalizada en la arquitectura urbana de Rosario. Había sido pintado a escala en la esquina céntrica de Corrientes y San Lorenzo, pero allá por el año 2013, en medio de una campaña política, una candidata a concejala lo tapó con una gigantografía suya, lo que disparó un fuerte revuelo público. En julio de 2020, fue nuevamente reproducido, a mayor escala, en Alsina y Mendoza ( Barrio Echesortu) en el marco del Museo de Arte a la Vista de la Municipalidad de Rosario.
En esta obra, cuya figuración se encuentra determinada por las formas casi escultóricas, resueltas en escorzo. Las figuras ocupan gran porcentaje de la superficie de la tela y dejan poco lugar al paisaje, remitiendo a estudios para grandes murales. Esta particularidad se debe a la influencia recibida de Berni. La mujer tiene en su mano un pescado -un moncholo- con lo cuál hace una clara referencia al río, elemento crucial del paisaje rosarino. La imagen, trabajada con una paleta de verdes, violetas y rojos responde, junto con la del niño, al momento en el que Grela estuvo sensibilizado por el tema de la maternidad.
El artista, ya en sus años de madurez. Foto: Archivo
Legado
A lo largo de su carrera, Grela recibió numerosos premios, entre ellos el “Emilio Pettoruti” del Fondo Nacional de las Artes en 1982 y el Premio Rosario de la Fundación Castagnino en 1986.
Juan Grela falleció en 1992, pero su obra y enseñanzas continúan inspirando a las generaciones sucesivas de artistas argentinos. Las exposiciones retrospectivas en el Museo Castagnino y la reproducción de sus obras en el paisaje urbano de Rosario son testamentos de su impacto duradero en el arte y la cultura de Argentina.
En 2014 el Ministerio de Innovación y Cultura de la Provincia de Santa Fe publicó “Juan Grela. Antología”, a través de Espacio Santafesino Ediciones. El libro incluye reproducciones de sus obras y artículos de Yanina Bossus, Guillermo Fantoni, Nadia Insaurralde, Nancy Rojas y Andrea Giunta, bajo la coordinación de Carina Zanelli y la producción de la ya mencionada Nadia Insaurralde.
En las palabras del propio Grela, “pintar es vivir, porque el pintor pinta con la vida”. Su vida y obra son un recordatorio eterno de la vitalidad que el arte puede conferir a la existencia humana, trascendiendo el tiempo y dejando una huella imborrable en la rica paleta del arte argentino.
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